El G-20. Multilateralismo, poder, insubordinación y realismo
En ejercicio de la presidencia del G-20, Alemania ofició su rol de anfitriona del encuentro celebrado en Hamburgo que tuvo como consigna “Conformar un mundo interconectado”. El logo elegido resume los deseos y valores de personalidades como Angela Merkel, Justin Trudeau y Emmanuel Macron, pero está alejado de los pronunciamientos de Donald Trump, Vladímir Vladímirovich Putin, y de la decisión adoptada por el Reino Unido presidido por Theresa May para apartarse del comando de Bruselas. Esta divergencia no se circunscribe a los jefes de Estado, de acuerdo a una encuesta realizada por Chatham House a 1823 integrantes de la élite europea, individuos influyentes en áreas clave como la política, mediática o empresarial, oriundos de distintos países miembros de la Unión Europea (UE), el 37% está a favor de transferir mayores facultades a la UE mientras que el 31% aboga por una restauración de poderes a los estados nacionales.
Es posible que entre los restauradores existan referentes que coinciden con las conclusiones del informe brindado por el Global Trade Alert, que acusa la ineptitud del G-20 para repeler medidas proteccionistas. Sus escribientes conminan a escandalizarse menos por las restricciones a importaciones que por la “generosidad estatal” de buena parte de las economías del G-20, generadora de subsidios e incentivos fiscales que benefician a sus agricultores, exportadores y fabricantes. Tampoco se puede descartar que el 31% mencionado estime, en su intimidad, que los estados nacionales son agentes más eficaces a la hora de formular políticas proteccionistas de los intereses que los cohesionan.
Con temperamento entre sombrío y conspirativo, Donald Trump opera para combinar la necesidad de reforzar las articulaciones gendarmes del Estado nación con el repliegue de sus posibilidades reguladoras en el orden económico financiero, y extractivas en el orden impositivo cuando toca al capital más concentrado. De ningún modo fue casual la elección del territorio polaco para ofrecer su discurso reivindicativo de los valores comprendidos en la tríada de Dios, familia y libertad, antes de involucrarse en la cumbre del G-20. Es la patria del eficaz anticomunista Karol Wojtyla/Juan Pablo II y de Juan III Sobieski, el rey que en 1683 derrotó a las fuerzas otomanas en las puertas de Viena. Varsovia padeció el estatismo totalitario de los soviéticos y se ubica a la vanguardia de las administraciones furiosamente excluyentes de las humanidades extranjeras, mucho más las musulmanas, que buscan asilo y refugio en Europa. Es, además, uno de los pocos miembros de la OTAN que gasta más del 2% de su PBI en Defensa.
Para Trump, la supervivencia de Occidente se encuentra amenazada por un conflicto de civilizaciones que no se libra en campos de batalla en primer término, sino en la mente, la voluntad y las almas de la ciudadanía habitante de la geografía occidental. Tristen Naylor, especialista en relaciones internacionales de la Universidad de Oxford, disiente con el ex animador de realitys shows, y estima que la cumbre de Hamburgo será recordada como el simbólico final del liderazgo global estadounidense. Para Naylor, la erosión del respaldo internacional a ese liderazgo comenzó a agrietarse en los campos de batallas de Afganistán e Irak, y se consolidó en los de Libia, Siria y Ucrania. “La decisión de Trump de sacar a los Estados Unidos de la Asociación Transpacífica y el acuerdo climático de París fueron los siguientes pasos en esta lenta fuga del liderazgo global.”
Josef Janning, destacado politólogo alemán del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, considera que el enfrentamiento relevante es el que se suscita entre dos perspectivas, la del multilateralismo contra la de la multipolaridad. Los defensores europeos del multilateralismo, como Angela Merkel, propician una gobernanza planetaria que a través de foros como el G-20, provea de bienes públicos globales que la legitimen. Esta gobernanza opera mediante actores estatales y no estatales. Por el contrario, sujetos como Donald Trump, sólo creen en el poder como fuente de legitimación. Para la dirigencia del poder, foros como el G-20 sirven para gestionar y concertar las ambiciones de las entidades nacionales que representan. Janning, que tiene entre sus antecedentes el de ser profesor invitado en la Universidad Renmin de Beijing, sostiene que Xi Jinping opera también para afirmar los intereses del Estado civilización que gobierna, y se acerca a Europa para aprovechar la confusión que problematiza a sus países, generada en buena medida por el residente de la Casa Blanca. Para el analista germano, su patria y Bruselas se distraen con un escenario secundario al verdadero “gran juego”, que siempre es la lucha tradicional por el poder y la prevalencia, eso sí, en un mundo “ahora profundamente interconectado”.
Es imposible predecir qué escenario político económico se impondrá, sin embargo registremos que la Unión Europea de Angela Merkel mueve sus fichas y avanza con acuerdos comerciales con Canadá y Japón, cuyas dificultades, en especial en el segundo caso, pueden ceder atento a la necesidad de replicar y prevenir las acciones de Washington y Beijing. Berlín, París y Tokio, entre otros, ofertan un software de pactos comerciales y bienes públicos globales, para contrarrestar y compensar el hardware infraestructural propuesto por China para conectar diversas geografías y el tecnológico militar estadounidense (amén de que la centralidad cultural de la patria de Muddy Waters y Steven Spielberg es un valor agregado que no tiene parangón).
Los gobiernos del Mercosur, en el mejor de los casos, discuten en los términos preferidos por las economías dominantes, sin atreverse a formular agenda original o insubordinación fundante alguna. Los términos que las potencias centrales y re-emergentes propagandizan e imponen en el terreno económico, buscan facilitar transacciones y flujos que de ninguna manera aspiran a beneficiar a la ciudadanía de nuestra región. Es bueno recordar que incluso entre los cultores del realismo periférico se advirtió que las políticas externas que adhieren a él, están condenadas al fracaso cuando lubrican una mala política económica, como la materializada en los 90 del siglo pasado, a favor de firmas extranjeras y burguesías prebendarias nativas, con su secuela de desempleo, empobrecimiento y vaciamiento nacional.