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Las violencias según Francisco

Finalizada su visita a Polonia, en declaraciones efectuadas  en el vuelo que lo llevó de Cracovia a Roma el Papa Francisco se negó a identificar al Islam con la violencia. A la hora de explicar el terrorismo denunció la falta de opciones a favor de los jóvenes, por parte de una sociedad que diviniza el dinero.

 

Las palabras

 

Herta Müller conmina a tener cuidado con el empleo de las palabras, ya que en ellas hay un escondite en el cual siempre está al acecho un espía del poder. Ejemplo de lo que advierte Müller es el término yihad, invariablemente utilizado para significar la violencia emprendida por supuestos adherentes al credo musulmán para agredir personas, bienes o símbolos integrantes de la “infiel” civilización occidental.

 

La profesora de la Universidad de Barcelona Dolors Bramon en Los fundamentos del poder en el Islam denuncia el uso, abuso y mal uso que se hace de esta palabra, con diversos sentidos en el Corán, excepcionalmente vinculados al que se le adjudica regularmente. Explica la profesora:

 

La raíz árabe yahada, a la que pertenece la palabra yihad, aparece treinta y cinco veces en el Corán y en la mayoría de los casos va seguida de la expresión “en la senda de Dios”, que ya indica un sentido espiritual. En veintidós ocasiones significa “esfuerzo o superación de la conducta propia o colectiva”, en otras tres alude claramente a la “elevación espiritual de los fieles” y en las diez restantes hace referencia a algún enfrentamiento bélico.

 

Cuando criminales de cualquier tipo se presentan a sí mismos como muyahidun o muyahidin, buscan confundir para que sus delitos sean concebidos como distintivos de una religión monolíticamente agresiva y atrasada, cuyos practicantes carecen de la capacidad de adaptarse a los cambios y las innovaciones. Corresponde calificarlos simplemente por lo que son, evitando simplificaciones ideológicas infundadas: delincuentes.

 

Si a los asesinatos cometidos en nombre del Islam por individuos o grupos más o menos organizados aplicamos la etiqueta de “terrorismo islámico” corresponde calificar de similar modo a los crímenes cometidos por los países occidentales en nombre de la libertad y la democracia (¿terrorismo democrático?); o aquéllos perpetrados por los supremacistas de extrema derecha en Estados Unidos contra las minorías de ese país, a razón de más de 300 casos por año (¿terrorismo ario-americano?); sin dejar de mencionar los desastres humanitarios como consecuencia de las contaminaciones en gran escala provocadas por empresas multinacionales (¿terrorismo empresarial?); entre otras posibilidades.

 

El Papa Francisco se niega a ser cómplice de un lenguaje estigmatizante, injusto, reduccionista y, en no pocos casos, nada inocente. Los perpetradores de las violencias que invocan el Islam victimizan en primer término a las propias comunidades musulmanas y sus intereses son sumamente terrenales. Para alcanzarlos, muchas veces, no tienen problemas en celebrar acuerdos con las agencias de inteligencia, ejércitos y estados que, en teoría, combaten.

 

El relato

 

En una reveladora investigación el profesor Olivier Roy describe las fuerzas que construyen el camino de la radicalización en Europa y descubre que se relacionan más con trayectorias individuales que con participaciones comunitarias. El profesor Roy es sentenciante: la radicalización es una revuelta de los jóvenes contra el orden social. Utilizan la narrativa del Islam por contener la expresión más contestataria contra los valores imperantes.  Son “rebeldes sin causa” manipulados por organizaciones con una agenda bien concreta.

 

La dimensión religiosa se combina con una nihilista, constituyendo un cóctel sumamente atractivo para estos jóvenes vaciados de sentido y aspiraciones. La primera aporta un marco de referencia, un espíritu de cuerpo y objetivos determinados, la segunda sustituye la utopía de una sociedad más justa y comunica

la pulsión vengativa y suicida.  

 

La mayor parte de los jóvenes radicalizados son segunda generación de musulmanes nacidos en Europa o conversos, prácticamente ninguno llegó como adolescente o joven adulto desde Medio Oriente. Muchos cuentan con antecedentes penales o problemas de adicciones en su pasado, y vencen la oposición de sus padres que no alientan ni apoyan la vía de la violencia. No registran, por el contrario, antecedentes de militancia política o religiosa. Esto tiene consecuencias prácticas: no tiene sentido seguir y vigilar iglesias, sacerdotes o comunidades religiosas.

 

Abrazan la versión salafista porque es rígida, simple de entender y, muy especialmente, por representar la negación del Islam cultural de sus progenitores: “En vez de proveerles raíces, el salafismo glorifica su deculturación y los hace sentirse mejores musulmanes que sus padres”. La mayor parte, de hecho, se apartó de la educación religiosa paterna o no tuvo formación alguna, de allí sus escasos conocimientos religiosos. Roy rechaza la idea de reformar el Islam que algunos proponen, por configurar un asunto que no interesa a estos jóvenes: “simplemente no les importa lo que ‘realmente significa el Islam’”.

 

Olivier Roy coincide con Francisco y aconseja dejar de considerar al Islam únicamente a la luz de la lucha contra el terrorismo porque eso valida la narrativa de persecución y revancha que nutre el proceso de radicalización. “Traten al Islam de Europa como una religión normal” admoniza Roy.

 

¿No es esto lo que hace Francisco cuando se niega a vincular la fe islámica con la violencia?

 

Dinero e identidad

 

Alain Tourraine señala que a medida que avanza el proceso de mercantilización de la sociedad sólo sobreviven la lucha por el dinero y la búsqueda por la identidad. La disputa por los recursos económicos comprende un ámbito cada vez más acotado, como consecuencia de la creciente concentración de la riqueza. No obstante ello, es constante y ubicua la presión social para ascender en la carrera de ingresos y consumos.

 

Para buena parte de los jóvenes europeos, posiblemente los que mayores obstáculos encuentran para cumplir con esas metas, la presión es tan insoportable como incomprensible. Desean encajar, formar parte de eso, de algo, de cualquier cosa. Sus padres no los comprenden o no tienen tiempo para comprenderlos.

 

Puede conjeturarse que la intensidad de la lucha de los padres por las –normalmente modestas- cantidades de dinero es más o menos proporcional a la intensidad de la lucha de sus hijos por encontrar un lugar y un sentido en el mundo. Una identidad que implique opciones, así sean trágicas y definitivas.

Por Fredes L. Castro

2 de agosto de 2016

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Una versión de este artículo fue publicado por Europa Press.

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