La metamorfosis del orden mundial
Por Fredes L. Castro
28 de septiembre de 2016
En las décadas siguientes a la finalización de la Segunda Guerra Mundial se consolidó lo que John Ikenberry describe como un orden hegemónico liberal. El profesor de la Universidad de Princeton caracteriza este orden por un conjunto de “grandes ideas y grandes instituciones”: libre comercio, multilateralismo, democracia, derechos humanos, entre otros valores promovidos por la Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Estas ideas e instituciones se forjaron bajo el liderazgo de los Estados Unidos de América.
Crisis de autoridad
Ikenberry considera que el orden hegemónico liberal goza de buena salud, en la medida que sus principios no son cuestionados. Pero reconoce una crisis de las “relaciones de autoridad” que guiaron la hegemonía liberal, como consecuencia del ascenso de nuevos poderes que reclaman mayor injerencia en el plano decisorio internacional. El éxito liberal generó, paradójicamente, las condiciones que permitieron el empoderamiento de países como China, Brasil e India.
Sin embargo, no existen alianzas o coaliciones que oferten una alternativa a las grandes ideas que nutren el orden liberal, de hecho no se verifica animadversión contra estos conceptos. El desplazamiento del poder hacia el continente asiático, se produce con una actuación de las potencias emergentes y re-emergentes dentro del esquema de valores e instituciones típicos del dispositivo liberal.
Lo que se proyecta, en todo caso, es el interés en diseñar algún tipo de gobernanza post-hegemónica, que altere las reglas condicionantes de jerarquías y voces. Ikenberry detecta esta voluntad moderadamente reformista incluso en las instituciones que crean las naciones contestatarias, reveladoras tanto de su frustración por los desactualizados roles a las que quieren resignarlas, como del nulo ánimo por construir ideologías desafiantes.
Ikenberry coincide con la terminología empleada por Miles Kahler, en un trabajo sobre los poderes ascendentes y la gobernanza global, publicado en International Affairs. Kahler califica a la India, Brasil y China como “reformistas conservadores”, con una aversión al riesgo derivada de los dilemas políticos y económicos que enfrentan en sus territorios. Es en el área de la seguridad internacional en la que con mayor nitidez informan su temperamento simultáneamente conservador y contestatario, al propiciar soluciones amparadas en los mandatos de los muy liberales organismos multilaterales, en desmedro de intervenciones unilaterales del hegemón americano. Afirma Kahler: “Son defensores de una concepción ‘dura’ de las soberanías y escépticos de las operaciones armadas”.
Ikenberry indica que Rusia es “quizás” la excepción que confirma su tesis, al destacarse como la única potencia deseosa de un orden post-liberal. Kahler la excluye de su lista de grandes economías emergentes, al juzgarla como un petro-Estado post-imperial en declinación demográfica.
Una alternativa celestial
Nadine Godehardt, directiva e investigadora del muy prestigioso e influyente Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP) de Alemania, subraya tres grandes problemas que desafían el orden internacional: las vulnerabilidades de la democracia, las competencias ideológicas y la creciente relevancia de lo cotidiano en la política internacional.
Crisis económicas, humanitarias y bélicas manifiestan las dificultades de los regímenes democráticos para lograr respuestas que eviten cuestionables medidas de excepción y la proliferación de populismos antidemocráticos. Economías emergentes, actores no gubernamentales y firmas trasnacionales componen una complejidad horizontal que interpelan el orden internacional desde perspectivas ideológicas y hacia objetivos no convergentes. Por último, las nuevas tecnologías digitales combinadas con fenómenos como los mencionados, constituyen una complejidad vertical que desterritorializa la política y descoloca a los Estados nación, reformulando lo internacional en una “práctica de todos los días” que se vincula con “el escenario de todos los días”.
Godehardt disiente con Ikenberry y presenta a China como una experiencia capitalista no democrática que rechaza la narrativa liberal occidental, en primer lugar por evidenciar que al desarrollo económico no sigue necesariamente la democratización política. La especialista alemana profundiza en la noción de tianxia (todo bajo el cielo) a partir del original re-descubrimiento llevado a cabo por el profesor Zhao Tingyang, para conjeturar sobre un orden global alternativo, capaz de lidiar con las problemáticas que jaquean el sistema liberal.
La doctrina del tianxia surge durante los años de la dinastía Zhou y es un punto neurálgico en la concepción china tradicional del orden político. Este término, para nada unívoco, refiere a todo lo existente más allá del propio Reino del Medio, y desde la visión confuciana importa un ideal moral y un orden político en los que impera la armonía entre las distintas partes. La distribución del poder responde a una jerarquía, con un centro cuya autoridad se basa en su elevada virtud, que respeta las soberanías de cada entidad, que son tributarias del centro como también acreedoras de su auxilio cuando el contexto lo amerita.
Zhao recupera la doctrina del tianxia por ser la más coherente para responder a los desafíos de una realidad global, al aprender las relaciones internacionales desde su “mundismo”. Para Zhao, los occidentales fracasan por apoyarse en visiones fragmentarias y fragmentadoras, consistentes con los Estados nacionales desde los cuales razonan la complejidad internacional. Occidente no aprecia el orden mundial en función de su cualidad principal -su mundismo- sino en función de los límites y fronteras que incentivan las contiendas y recortan políticas que de otra manera podrían ser más extensas.
El tianxia se confunde e identifica con una institucionalidad global que se caracteriza por los principios de absoluta inclusividad (todos los estados y pueblos la completan); de un orden que prioriza la maximización de la cooperación, por encima de la minimización de los conflictos; de estrategias basadas en los consensos construidos por liderazgos virtuosos y de conformidad a la armonía entre lo diverso. Esto último no sólo implica tolerar o respetar lo otro, antes presupone aceptar lo diverso para edificar la coexistencia que posibilita el perfeccionamiento colectivo.
La doctora Godehardt cree que la doctrina del tianxia se adecua al plan “Un cinturón-Un camino” anunciado por las autoridades chinas para conectar su país con geografías vecinas, del Asia Central, África y Europa. También teme que la flexibilidad e inclusividad de esta red de conexiones, con un alcance potencialmente global, impacte negativamente en la Unión Europea, erosionando su cohesión, empezando por los países del Este del Viejo Continente, esos que están tan lejos de Dios y tan cerquita de los estados integrantes de la Federación Rusa.
Liberalismo de baja intensidad/ tolerancias autoritarias
El campo de detención de Guantánamo, las prisiones secretas (los black sites) de la CIA, las torturas a personas privadas de su libertad en la cárcel de Abu Ghraib, la invasión ilegal de Irak en el 2003, la vigilancia masiva de ciudadanos norteamericanos y europeos por parte de las agencias de seguridad de sus propios gobiernos, el fortalecimiento de figuras y alternativas políticas intolerantes, excluyentes y antidemocráticas, entre otras cosas, han vaciado de sus mejores valores a los liberalismos occidentales. El recorte de garantías y libertades individuales lastima la mejor tradición estadounidense y oscurece el horizonte de su ciudadanía, pero no representa un peligro de corto o mediano plazo para su seguridad nacional.
La crisis de la hegemonía liberal, combinada con la declinación o retracción del liderazgo estadounidense, configura un peligro cierto para la estabilidad del continente peninsular que tiene a los países de Medio Oriente y del África del otro lado del Mediterráneo y a Rusia como litigioso vecino. Una intensificación de sus políticas de seguridad, particularmente en desmedro de sus minorías étnicas, validaría la narrativa de persecución y revancha que nutre los procesos de radicalización. Por otro lado, equivale a una fuga hacia delante que únicamente asegura menos democracia liberal fronteras adentro.
En este escenario, las acciones publicitarias de la Rusia de Putin acerca del decadentismo occidental, elevan su cotización.
El mal momento que atraviesan los liberalismos occidentales empodera especialmente a la narrativa política de la República Popular de China, tan celosa de su propia soberanía como respetuosa de las externas (¿solo en lo discursivo? Tal vez, pero una narrativa construye sentido con símbolos y discursos). Lo último garantiza un trato nunca discriminatorio de regímenes autoritarios o dictatoriales. No existe disposición evangelizadora en la patria de Xi Jinping. En definitiva, la coexistencia de lo diverso es lo que debe ser armonizado bajo el cielo que sugiere el amanecer de un nuevo orden mundial.
Una versión de este artículo fue publicada por el Instituto de Investigaciones de Políticas y Proyectos Públicos del Círculo de Ministros, Secretarios y Subsecretarios del Poder Ejecutivo Nacional (ICIMISS), por la agencia de noticias El Día y por Europa Press.