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Pero era razón que lo celebráramos y nos alegráramos, porque éste tu hermano estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado.

Evangelio de San Lucas, 15: 32

 

 

 

La edición 2015 de la Cumbre de las Américas, evento que reúne a los Jefes de Estado de los distintos países americanos, será recordada por el encuentro de los presidentes de Estados Unidos y Cuba, Barack Obama y Raúl Castro, hecho que impactó e impactará no sólo en la relación entre la rebelde Isla y la gran potencia del Norte, sino también en el resto del continente.

 

El distanciamiento entre ambos estados tuvo en 1962 un episodio clave, cuando Cuba fue suspendida para integrar la Organización de Estados Americanos. En 1982 Ronald Reagan, anticomunista rabioso, profundizó la política anticastrista, al incorporar a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo internacional. Como bien señala William M. LeoGrande, en artículo publicado en Foreign Affairs, en esos años Reagan brindó sólido apoyo a grupos contrarrevolucionarios en Afganistán, Angola, y Nicaragua, sin discriminación alguna entre combatientes y no combatientes a la hora de desplegar acciones violentas. Lejos de ser juzgados como terroristas, informa LeoGrande, estos agentes criminales fueron calificados por sus padrinos estadounidenses como “guerreros de la libertad”.

 

Pero los tiempos cambian, y Estados Unidos enfrenta desafíos que requieren revisar viejos paradigmas. Normalizar relaciones con Cuba le permite avanzar en asuntos que interesan mucho en la geografía centroamericana, tales como la lucha contra el narcotráfico y la trata de personas, cooperación en asuntos vinculados a la seguridad y migratorios en general. La coordinación en los dos últimos puntos integra el polémico programa de la Alianza para la Prosperidad, incorporado en el presupuesto 2016 del gobierno de Obama, con 750 millones de dólares dirigidos a mejorar la gobernanza, fortalecer la seguridad y promover la integración económica de Honduras, Salvador y Guatemala. Voces críticas de este plan denuncian que da continuidad a la tradición intervencionista en Centroamérica, en pos de cristalizar una dependencia económica, política y securitaria en beneficio de la  potencia benefactora.

 

Para el resto de Latinoamérica, el nuevo temperamento es un golpe a varias bandas. En primer término, atiende un reclamo permanente de los países de la región para suprimir las políticas excluyentes, cuando no activamente agresivas, dirigidas a Cuba. En segundo lugar consolida el repliegue de las propuestas populistas, que lejos están de atravesar su mejor momento, al reconciliarse con el país que ha sabido construir autoridad moral para erigirse en legitimador de las posturas más contestatarias del continente.

Nota aparte merece el examen de las políticas exteriores de los Castro, regularmente estimadas como principistas durante la extensa etapa de Fidel, por sectores de izquierda y progresistas de todo el mundo. Un inteligentísimo ejercicio de soft power que los cubanos deberán reformular les permitió mantener esta adhesión, no obstante su realista alianza con la imperialista Unión Soviética. Las coincidencias ideológicas con la Venezuela de Hugo Chávez fueron de la mano con un auxilio económico formidable de parte de un Comandante al otro (¿hace falta aclarar de quién se trata en cada caso?).

 

Se puede conjeturar que la muerte de Chávez y la declinación económica de la República Bolivariana obraron como potentes incentivos para redescubrir las virtudes del Presidente Obama. Es posible que esto genere un costo en la percepción global del país ahora gobernado por Raúl Castro, en lo que concierne a esos influyentes y románticos grupos que muchas veces no comprenden la necesidad de contar con los recursos para “parar la olla”.

 

Es factible también que las autoridades de la isla comunista empiecen a poner mayor atención a un ingreso de dólares que puede impactar negativamente en el tipo de cambio y la balanza comercial, por aumentos en las remesas e inversiones de la diáspora cubana y en el consumo de productos importados. Tal vez mayor preocupación para el futuro inmediato de la revolución despierte el grado de influencia política y económica que pueden adquirir los grupos anticastristas de Florida en tanto inversores condicionantes de la gestión económica de Raúl Castro y sus sucesores, si bien el ascendiente de sus referentes más radicales parece haber pasado su cuarto de hora.

 

En el largo plazo la preocupación mencionada debe matizarse (sin disolverse). La otrora célebre Fundación Nacional Cubano-Americana lejos está ya de dictaminar la política de Washington hacia la Isla, y la virulenta retórica de Marco Rubio no tiene la influencia con que contaba su fundador y titular Jorge Mas Canosa en los 80 y 90. Una investigación llevada a cabo por el Cuba Research Institute revela que el 88% de los cubano-americanos de entre 18 y 29 años está a favor del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba, porcentaje que se reduce a menos de la mitad entre los cubano-americanos mayores de 65 años. Estos números, que con seguridad tuvieron en cuenta los demócratas, dejan en claro que la oposición más férrea a la normalización de las relaciones está –literalmente- muriendo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un fantasma recorre las políticas exteriores norteamericanas: el fantasma del comunismo chino. China es el segundo mayor socio comercial de Cuba, detrás de Venezuela, y es su principal acreedor. Mientras Obama procuró fortalecer sus alianzas diplomáticas y militares con los aliados que tiene en Asia, muchos de ellos vecinos de China que mantienen disputas territoriales con ella, el gigante asiático replicó consolidando relaciones en Latinoamérica. De tal manera, reemplazó a los Estados Unidos como principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú al tiempo que los relegó en los lugares que ostentaban en otros mercados.

 

La expansión china en Latinoamérica puede leerse como una extensión de la gran estrategia impulsada en el mencionado país por Wang Jisi, destacadísimo académico que en artículo publicado en el 2012 en el Global Times propuso una política de “Marcha al Oeste”,que asegure a su país una inserción internacional que compense el avance norteamericano en Asia.  Si bien es cierto que la política de Marcha al Oeste da prioridad al Asia Central y el Medio Oriente y sus valiosos recursos energéticos, la inteligencia que subyace en ella se advierte en el sustituyente progreso chino en nuestra región.

 

¿Qué tiene Estados Unidos para ofrecerle a Cuba que no le aporte China? Curiosamente aquéllo que el propio desarrollo chino recabó de las diásporas autóctonas habitantes de sus países vecinos: divisas, tecnologías y modelos de negocios de frontera. Así como China obtuvo -y obtiene- inversiones de sus nacionales y descendientes radicados en Singapur, Taiwán y Hong Kong, los más de dos millones de cubanos residentes en Norteamérica, segunda comunidad hispana en este país después de los mexicanos, constituyen una fenomenal oportunidad para incrementar inversiones y facilitar la apertura del mercado estadounidense a los bienes y servicios  Made in Cuba.

 

La contienda Estados Unidos Vs China, importa un choque de movilizaciones estratégicas, con fenomenales recursos puestos en juego en pos de maximizar los márgenes de poder de ambas potencias. ¿Qué medidas pueden y deben tomar Cuba y los países sudamericanos y caribeños para hacer valer sus intereses? Si Cristo enseñaba con parábolas para facilitar la comprensión de verdades complejas, quizás encontremos una pista para las futuras acciones en un sencillo y anónimo proverbio chino: “Si caminas solo, irás más rápido; si caminas acompañado, irás más lejos.”

 

El retorno de la isla pródiga

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Por Fredes L. Castro

Marzo de 2015

UNA INVESTIGACIÓN LLEVADA A CABO POR EL CUBA RESERARCH INSTITUTE REVELA QUE EL 88% DE LOS CUBANO-AMERICANOS DE ENTRE 18 Y 29 AÑOS ESTÁ A FAVOR DEL RESTABLECIMIENTO DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS CON CUBA

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