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La Región

Columnistas

En La Nación Emilio Cárdenas escribe cosas como las que siguen: “A lo largo de la última década los países bolivarianos, acompañados en su accionar desde La Habana, montaron cuidadosamente un esquema institucional regional mediante el cual diseñaron, conformaron y controlaron efectivamente la política exterior de América del Sur. (…) El discurso único reemplazó entonces a la diversidad (…) Lo hicieron acompañados por circunstanciales ‘compañeros de ruta’, como lo fueron Argentina, Brasil y Uruguay que en ese momento estaban bajo el influjo de gobiernos de izquierda (…) Y frente al increíble silencio de los gobiernos de Colombia, Chile y Perú.” Dilma concurrirá al Senado a defenderse en persona. En Clarín Ricardo Roa sintoniza con Cárdenas, pero lo suyo es más elemental: “Se ve a la legua que la integración fue más que nada negociados brasileños y argentinos con el chavismo. Y viceversa. A esa decisión de aprovechar la política para enriquecerse aún la llaman progresismo.”

Observaciones

Sostener que Venezuela diseñó y controló la política exterior de una Sudamérica en la que se edificó la Alianza del Pacífico, organización de países con orientación ideológica y preferencias libremercadistas antagónicas a la bolivariana es algo verdaderamente traído de los pelos. Pero al margen de esto, no se advierte cómo, incluso la Venezuela de Chávez, hubiese podido dirigir las cancillerías de países como Brasil, Chile o Colombia, actores sumamente autónomos en la dirección de sus asuntos externos, en algunos casos con alianzas ya consolidadas con La potencia del Norte. Tampoco puede uno imaginarse a figuras como Cristina Fernández de Kirchner o Evo Morales, pidiendo permiso al gobierno venezolano para adoptar decisiones relativas al interés nacional de sus administraciones.

El silencio que denuncia en los gobiernos conservadores chileno, peruano y colombiano, no es otra cosa que la aplicación del principio de no intervención en los asuntos internos de otro Estado, regla de derecho internacional público que se basa en el derecho de autodeterminación de los pueblos, recogida en el repertorio de prácticas de las Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad. Podríamos aludir a Hungría, Polonia y Austria, como ejemplos de países en los que verdaderamente parece existir eso que suele llamarse “riesgo democrático”, que sin embargo no les impide formar parte de la muy republicana Unión Europea.

Registremos, por último, los peyórativos términos empleados por Cárdenas (“circunstanciales compañeros de ruta”, que sugiere transitoriedad, amiguismo e improvisación; “influjo de izquierda”, que desacredita pronuciamientos populares y democráticos, así como racionales decisiones de Estado). Estas expresiones informan los prejuicios que nutren el pensamiento del columnista y, posiblemente, expliquen su histérica redacción contra la experiencia bolivariana y su nula referencia a la forma en que Dilma está siendo eyectada de la presidencia brasileña.

En La Nación Luis Majul acusa a la ex presidenta de liderar una conspiraciónpara amargarle la vida al presidente Mauricio Macri y así lograr el objetivo de que llegue a las elecciones de medio término con la lengua afuera. O para decirlo de una manera más clara y sencilla: para convertirlo en un líder débil, Fernando de la Rúa”.

 

Observaciones

 

Luis Majul no aporta prueba alguna que sugiera mínimamente la existencia de una articulación ilícita. Para él hacer política equivale a participar de una maliciosa conspiración. Uno sospecha que el columnista debería ver menos House of Cards y más Borgen. Para Majul un opositor civilizado es aquel que al descubrir una metida de pata del gobierno escribe un mensajito de texto al ministro competente para conminarlo a una rectificación, comprometiéndose a no hacer pública ninguna forma de cuestionamiento.

Esta forma de oposición a la Majul, que no existe siquiera en los paraísos nórdicos, tampoco admite la construcción de alianzas ni de coaliciones, tal cosa es más o menos lo mismo que armar una cossa nostra. Registremos que las radicalizaciones que surgen en Europa, que se traducen en partidos de extrema derecha, racistas y antiliberales, en buena medida son consecuencia de los “consensos” en materia económica entre las fuerzas políticas tradicionales. No hay divergencias relevantes en las propuestas neoliberales de socialistas y conservadores, democristianos y socialdemócratas, laboristas y tories.

Los excluidos y afectados por esas políticas deben recurrir, por ello, a ofertas antisistema. Cuando una parte social no encuentra una oferta que la represente, la inventa. O se refugia en lo que conoce: la religión o la nacionalidad, en primer término. Por ello es sano que existan diferencias y se publiciten, que los cuestionamientos sean intensos en la medida que genuinos y no ilegales. Ojo, Majul, que el silencio puede ser cómplice, e impera, dicen, en los cementerios neoliberales y en los regímenes totalitarios.

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