Revuelta en el imperio
Por Fredes Luis Castro
27 de mayo de 2017
American Affairs es una nueva revista de análisis político en el escenario conservador estadounidense. Fue creada este año por el joven profesor de ciencia política de la Universidad de Notre Dame y exfinancista Julius Krein. Con tono provocador y composición ecléctica, apunta a dar fundamento racional y coherencia ideológica al fenómeno nacional conservador liderado por Donald Trump. En definitiva, quiere ser el reducto intelectual del trumpismo.
En el primer número, un artículo de Joshua Mitchell reflexiona sobre la renovación del partido republicano, como excusa para explicar la emergencia del nuevo ocupante de la Casa Blanca. Mitchell afirma la existencia de una disputa entre los defensores de la soberanía nacional, regular y no inocentemente caracterizados como populistas irracionales, contra las elites costeras globalistas, invariablemente presentadas como la única alternativa válida y racional. Recurre a Tocqueville, que profetizó/advirtió sobre una evolución que concluiría con una ciudadanía flotante, tan cosmopolita como desconectada de buena parte de sus compatriotas.
Mitchell defiende, como antagonistas sanas, a las “almas encarnadas”, configurantes del “patriotismo bien entendido”. Las almas encarnadas comprenden que su desarrollo depende de auténticas relaciones con los demás, y se oponen a la desaprensiva e insensible ciudadanía liberal, “que votó por Clinton”, más bien comprometida con el gerenciamiento global de los bienes materiales “o, más importante aún, de la información”. Para Mitchell, los republicanos que comprenden que el globalismo “fue un desastre para su país”, también comprenden que lo que está teniendo lugar es una revuelta “en nombre de la soberanía nacional, no del populismo”. Mitchell asegura que el consenso contra la soberanía nacional fue el principio basal del orden mundial post-1989. Con tremendismo no muy original, sentencia: “un orden que ahora colapsa frente a nuestros ojos”.
Identifica el orden mundial en colapso con aquél que, conflictos religiosos de por medio entre católicos y presbiterianos, propició la guerra civil inglesa, cuestión que motivó a Hobbes a justificar la necesidad de un Leviatán nacional y soberano. A juicio de Mitchell, Hobbes advirtió que el drama civil respondía a dos pretensiones problemáticas: la de los católicos que situaban la soberanía en una entidad supranacional, materializada en Roma, dando lugar a un “universalismo ficticio”, versus la de los presbiterianos que preferían localizarla en la conciencia privada, proponiendo un “particularismo radical”. Estas pretensiones, que hicieron imposible cualquier tipo de convivencia pacífica, son actualizadas, con similar resultado, por Bruselas y los acuerdos y organismos internacionales por un lado, y los fragmentadores activismos identitarios en boga, por el otro (“con acciones de compromiso realizadas a través de Facebook, por supuesto”, detalla con divertida ironía el autor).
Mitchell escribe para el mundo occidental, por ser el que cuenta con mayores chances de producir un nuevo orden mundial y, con honestidad que uno agradece, aclara que Occidente, para él, está constituido por Israel, Europa y la órbita angloamericana. Perspicaz, y no menos honesto, no se preocupa por desmentir imputaciones proteccionistas, dirigidas por sus liberales contradictores. Estima que los acuerdos de libre comercio no son otra cosa que “una especie de proteccionismo”, alentados por estados útiles a los objetivos de grandes corporaciones multinacionales, menos interesadas en teóricas libertades que en garantizar sus dominios monopólicos contra nuevos competidores, con especial perjuicio para pequeñas y medianas empresas.
Hiriente, rebaja el precio a los escandalizados denunciadores de las “noticias falsas” (las fake news), habida cuenta que referentes políticos e intelectuales de izquierda no hicieron otra cosa en las últimas décadas que desconocer la existencia de la verdad, adoradores como fueron de las perspectivas, todas y cada una de las cuales, alegaban incansablemente, son igualmente válidas.
Mitchell concluye valorando positivamente el descompromiso teológico de Trump en comparación a sus dos predecesores, y se atreve a predecir un liderazgo estadounidense mundial, basado en una disposición militar naval-céntrica, preocupada en mantener las rutas marítimas abiertas al comercio, antes que uno fomentador de compromisos militares movilizados en “territorios soberanos de otras naciones”.
Observaciones periféricas
Es interesante registrar que la propuesta de Mitchell puede leerse en clave de un nacional imperialismo. Su expresión final, uno sospecha, es menos respetuosa de las soberanías extranjeras que resignada a la incompetencia de buena parte de las poblaciones no occidentales para internalizar los logros del mundo anglo-europeo y de sus extensiones norteamericana e israelí.
Joshua Mitchell, Julius Krein y la publicación conservadora en la que firman son signos de un debate que excede la figura de Trump y el propio conservadorismo republicano, acerca de los límites existentes y las reformas necesarias en el sistema político y las estrategias geopolíticas estadounidenses, para preservar su hegemonía global.
El ecosistema político decisor norteamericano, que incluye al Pentágono y la comunidad de inteligencia entre otros actores, parece tener un mayor consenso acerca de la importancia de fortalecer presencias navales que de mantener o multiplicar injerencias y ocupaciones terrestres.
El rol de las corporaciones multinacionales, actualmente alto y para algunos analistas determinante en el diseño de las estrategias nacionales, es materia también en debate, con minorías intensas a favor de reducir su influencia.
Las minorías intensas que cuestionan el rol de las corporaciones multinacionales promueven un liberalismo blando en lo político y pragmático en lo económico. El repliegue del componente liberal político anticipa mayores restricciones a las libertades individuales, en especial de las minorías, con suerte agravada para las estigmatizadas (musulmanes en primerísimo lugar).
El pragmatismo del componente liberal económico no desafía el orden comercial imperante, sí el resultado que produce en las cuentas del hegemón americano y en su mercado laboral, esto último por los efectos desintegrantes/desestabilizantes para su ingeniería política. A este pragmatismo también le preocupan los intereses que dinamizan a corporaciones que son paridas en la patria de Lincoln, pero que mudan sedes y localizan eslabones productivos y consecuentes intereses en otros espacios soberanos.
La oferta de Mitchell no desdeña la formación de alianzas - ¿multisoberanamente? - internacionales, para encarar sus objetivos. Esto último debe llamar la atención de las dirigencias de países periféricos como el nuestro: ¿con qué aliados contamos para realizar nuestra inserción internacional; qué agenda caracteriza a unos y otra; qué objetivos de corto, mediano y largo plazo están programados? A escasos meses de la 11va conferencia ministerial de la Organización Mundial del Comercio en una capital del mundo periférico, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las respuestas a estos interrogantes tendrán oportunidad de exhibir a las ciudadanías del mundo en desarrollo qué futuro prometen sus gobiernos, si acaso están bosquejando alguno.