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El eslabón perdido (1º)

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Giacomo Marramao recurre a la noción de cortocircuito para denunciar la ausencia del eslabón que permite el flujo de corriente o interconexión entre lo global y lo local. Considera que el Estado nación ha dejado de cumplir con el rol de eficaz regulador de los flujos entre las dimensiones aludidas.

La reflexión del filósofo italiano sirve como disparador para indagar sobre los elementos que influyeron en el destino de Brasil y Argentina comparado a lo sucedido con Japón y los denominadas “tigres asiáticos” en dos aspectos: primarización/industrialización por un lado, y aptitud para la inserción internacional por el otro.

¿Cuál es el elemento que representa el eslabón comunicador del flujo que regula y posibilita el tránsito de una economía primarizada a una industrializada, desarrollada e integrada sustentablemente a los mercados externos? ¿Por qué no tuvo lugar con la misma eficacia en los casos de estudio?

El lugar de las burocracias públicas

 

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, tocó al Estado japonés sustituir a los pobremente desarrollados mercados de capitales e inducir las inversiones en áreas estratégicas, materia en la que descolló como organismo emblemático el Ministerio de Comercio Internacional e Industria (MITI, sustituido en el 2001 por el Ministerio de Economía, Comercio e Industria). Peter Evans subraya el carácter enraizado del MITI, y de la burocracia japonesa, a la hora de explicar la sorprendente industrialización de este país. Sucede que tan importante como la coherencia del funcionariado que domina dicha entidad son las redes externas que comunican a los decisores públicos con las principales industrias nacionales.

Corea tuvo en el Consejo de Planificación Económica una burocracia coherente, dirigente y comprometida con el sector privado. En un primer momento, apenas sucedido el golpe de Estado de Park Chung Hee, la relación con el empresariado no pudo ser peor, pero mejoró progresiva y significativamente, al punto que en los setenta el sector público y los Chaebols gozaban ya de una vinculación simbiótica.

El caso de Taiwán presenta notas particulares, el Estado asumió ingentes funciones empresariales a través de entidades públicas. Pero sintoniza con los casos anteriores por la relevancia del Consejo de Planificación y Desarrollo Económico y la Oficina de Desarrollo Industrial, que aseguraron el funcionamiento eficiente y rentable de las empresas públicas y, con menor intensidad pero idéntica estrategia que Corea y Japón, induciendo y orientando al sector privado.

El plan taiwanés de reorganización textil ofrece semejanzas con las políticas latinoamericanas de sustitución de importaciones, pero a diferencia de ellas con una promoción que gradualmente retrajo la ayuda estatal, para que las empresas compitieran por su cuenta y riesgo: “el Estado pudo favorecer el surgimiento de un mercado libre en vez de la creación de refugios para la obtención de rentas públicas.” Registremos que el mercado fue diseñado por el Estado.

No menos importantes en este país fueron las Asociaciones Industriales, de membresía obligatoria, coordinadas por el Gobierno, y los Laboratorios de Investigación y Desarrollo Públicos (ITRI) como expresión adicional de la comunicación sector público-sector privado. En el caso de los ITRI su función es la de incubar una tecnología específica que después de patentada deriva a una empresa privada determinada, que se obliga a pagar una renta a cambio de la patente.

Es muy interesante lo que plantea  Guillén Romo sobre las intervenciones públicas en Corea del Sur y Taiwán, que informan sobre una decidida injerencia dirigida a reformular la ingeniería del mercado, nada menos que en el rubro de los precios, para favorecer el interés nacional despreciando las imputaciones usualmente propugnadas por los teólogos del libremercadismo:

desde los años sesenta [actuaron] activamente para remediar las fallas del mercado fijando los precios incorrectamente para distorsionarlos deliberadamente con el propósito de estimular la inversión y el comercio exterior.

Alianzas. Entre guerras y dictaduras

 

Según Marcelo Rougier uno de los motivos que impidió la existencia de una banca de desarrollo sólida en Argentina  fue  la ausencia de un grupo social hegemónico estable, lo que complicó la posibilidad de generar un proyecto político y económico de largo plazo.

Guillermo O´Donnell informó brillantemente sobre el mapa de cambiantes alianzas que tuvieron lugar, aproximadamente, desde la aparición del peronismo hasta el retorno de Perón en los setenta. En particular, la gran burguesía industrial nunca mantuvo una relación positiva, estable y duradera, con la burguesía pampeana, necesaria para lograr la modernización del capitalismo nacional. Pero tampoco existió tal vínculo, respecto del Estado argentino o las partes más débiles de la burguesía urbana. Esta última forjó una alianza más estable con los sectores populares, por el interés de ambas partes en la defensa del mercado interno y el consiguiente amparo estatal, vía salarios y proteccionismo (lo último, apetecido también por la gran burguesía no pampeana).

O´ Donnell con quirúrgica precisión, destaca:

la gran burguesía urbana hizo una y otra vez lo que toda burguesía hace sin la tutela de un Estado que le induzca otros comportamientos: atendió a sus intereses económicos de corto plazo.

 

A lo dicho, agrega que en el juego de alianzas reversibles y transitorias sólo hubo intereses de corto plazo, y en los tiempos en que la gran burguesía urbana actuó fusionada con la burguesía pampeana, alentó programas de estabilización profundamente antiestatistas, con lo cual la emergencia de un capitalismo de Estado se tornó cada vez más improbable.

Distinto fue el caso de Brasil, que a partir del golpe de 1964 logró armonizar los intereses del gran capital nacional con el foráneo, en una relación más o menos arbitrada por el Estado. Esto sucedió en perjuicio de los sectores populares, cuya exclusión los factores de poder estimaron condición necesaria para, por un lado, asegurar la expansión de lo que O´Donnell bautizó como Estados burocráticos-autoritarios y, por el otro, alentar el ingreso masivo y regular de capitales extranjeros. El trío hegemónico se formó, en selección darwiniana, con la parte más dinámica y potente del capital nacional, que en adelante fue tutelado activamente por el Estado.

El contexto de Japón y los tigres asiáticos, de una posguerra en la cual el primero fue derrotado y los taiwaneses perdidosos en su confrontación civil, produjo, sin embargo, colateralidades positivas en orden a recrear alianzas transformadoras de la estructura económica nacional. En tal sentido, se alteró el elenco de actores e influencias, con decisivas reformas agrarias en Corea y Taiwán que significaron, amén de una legitimación determinante a favor de las autoridades que las realizaron, la pérdida de poder de las élites rurales, reacias a cualquier innovación.

Además, las estructuras estatales adquirieron protagonismo central, por ser las receptoras de los recursos externos imprescindibles para la reorganización nacional (y la recreación de los grupos económicos que, desarticulados, lograron sobrevivir). Es decir, que la guerra, más allá de su resultado, incrementó la autonomía y capacidad directiva de los Estados frente a las élites internas, trátese  de los keiretsu japoneses, chaebol coreanos o las empresas públicas y pequeñas y medianas empresas privadas en Taiwán.

En el supuesto de existir, como indican Acemoglu y Robinson, oportunidades históricas que como “coyunturas críticas” pueden perfilar felizmente el destino de las trayectorias económicas, siempre que se consagren las políticas adecuadas, no cabe duda que Japón y los tigres acertaron, mientras que Brasil si lo hizo, fue parcialmente y con voluntad socialmente excluyente. En el caso argentino, como expresa la última línea de las estrofas de la rima XLI de Bécquer: “No pudo ser”.

Las alianzas propiciadas por Brasil y las que atravesaron la historia Argentina permiten comprender, bien que parcialmente, el porqué de proteccionismos tan deficitarios, convivientes con un capital trasnacional que aprovechó las ventajas ofrecidas para producir bienes para el mercado interno, convirtiéndose a su vez en proveedor de las industrias nacionales que, con el objeto de preservar rentas de monopolios (o resignadas a los límites impuestos fronteras afuera), no avanzaron suficientemente en la producción de bienes de capital o intermedios.

Como consecuencia de ello, el modelo latinoamericano no gestó ventajas comparativas dinámicas, y cuando el desarrollo industrial transitó de las industrias livianas a las básicas, las multinacionales extranjeras a través de las subsidiarias destinadas en la región dominaron la configuración de los perfiles industriales de los países latinoamericanos, en contraste con Japón y Corea donde siempre existió control nacional de las industrias líderes.

El resultado es conocido: incremento de producción y consumo nacionales de bienes finales, que entre 1950 y 1970 reducen participación en las importaciones latinoamericanas de un 23% a un 15.2%, pero con estrangulamiento externo y dependencia con el exterior por el incremento de las compras externas de bienes de capital e intermedios, que crecen en el mismo período de un 28.6% a un 34% y de un 48.4% a un 50.8%, respectivamente.

No se equivoca Bresser-Pereira cuando destaca que el pesimismo exportador” fue uno de los mayores errores teóricos del desarrollismo latinoamericano que impulsó las políticas sustitutivas de importaciones. Estas políticas a fines de los sesenta debieron reformular  sus objetivos, para acercarse a la vía elegida por Corea y Taiwán, hacia la producción de bienes industriales para los mercados externos. De hecho, las políticas aperturistas en Japón, Corea y Taiwán, amén de graduales en lo financiero, fueron el resultado de la propia necesidad de expansión de sus empresas nacionales, para perfeccionar su integración vertical y mejorar la dotación de divisas de la economía en su conjunto.

Si, como manifiesta Bresser-Pereyra, la principal diferencia entre el rápido desarrollo de los países asiáticos con Brasil y Latinoamérica pasa por la falta de los últimos de una estrategia nacional de desarrollo, bajo el entendimiento de que una nación implica “una solidaridad básica entre sus clases, cuando se trata de competir en el plano internacional”, cabe proseguir inquiriendo sobre las estrategias de los países aquí examinados frente al capital internacional, si acaso las hubo.

Hay que enseñar a perder, viejo: con altura, con elegancia, con convicción. Hay que escribir un Dale Carnegie al revés: “Cómo perder seguro” o “Derrótese usted mismo en los tiempos libres”, algo así…Y sería un éxito, porque le hablaría a la gente de lo que conoce. Eso necesitamos: un manual de perdedores.

Palabras de Etchenique en Manual de Perdedores, novela de Juan Sasturain

Por Fredes L. Castro

Junio de 2016

continuará...

Una versión de este artículo fue publicada en Europa Press.

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