Desde Beijing hasta Sudamérica
Por Fredes Luis Castro
28 de abril de 2017
En el IV encuentro de la Conferencia de Interacción y Medidas de Confianza en Asia, de mayo de 2014, Xi Jinping propuso un Nuevo concepto de seguridad para Asia, para un nuevo progreso en la cooperación securitaria. Esta oferta invita a “una seguridad asiática común, abarcativa, cooperativa y sustentable”, que supere los límites de visiones atrasadas, de suma cero, propias de la Guerra Fría. En este esquema, Xi rechaza cualquier intento de dominación regional, a la vez que conmina a respetar los sistemas sociales y senderos de desarrollo elegidos por cada país. Esta concepción tiene como antecedente casi homónimo al Nuevo Concepto de Seguridad de 1997, año que testimonió la muerte de Deng Xiaoping, la recuperación de Hong Kong y la eclosión de la crisis financiera asiática. Este entorno convenció al XV Congreso del Partido Comunista de la necesidad de construir relaciones regionales y asociativas con los países vecinos y a comprometer más a China en foros multilaterales.
La generosa convicción de Xi del 2014, sobre los objetivos que unen a “la misma familia asiática”, debe interpretarse (y matizarse) a la luz de la firme defensa del interés de su patria, informada un año antes, al advertir que su adhesión a un desarrollo pacífico, “de ninguna manera” equivale a renunciar a los derechos legítimos de China o a sus intereses fundamentales. La mixtura de cooperativismo regional, seguridad e interés nacional puede apreciarse en la relación de China con India y Pakistán. La proyección china en el subcontinente indio busca, por un lado, contener a la patria de Gandhi, para que no obstaculice la circulación de sus buques por el Océano índico y la multiplicación de sus relaciones económicas y, por el otro, prevenir contra las amenazas a su estabilidad e integridad territorial.
China aprovecha la contienda entre India y Pakistán, para distraer recursos de la primera, que debe lidiar contra un vecino que es el principal comprador de armas de Beijing. La vigencia del conflicto permite a China -créditos e inversiones mediante- avanzar sobre territorios que fueron tradicional esfera de influencia de Delhi, que se caracterizan por estar entre los más deficitariamente conectados del mundo, cuestión que boicotea cualquier plan de desarrollo. La Visión estratégica conjunta EE. UU.-India para la Región de Asia Pacífico y el Océano Índico creada en enero del 2015 por Washington y Delhi fue la respuesta al avance chino, extensión y parte del rebalanceo o pivot estadounidense al continente asiático, desde un inicio lesionada por la tradicional autonomía estratégica que caracteriza las políticas exteriores indias, y de dudoso porvenir atento a la impredictibilidad de la administración Trump.
Los proyectos de infraestructura propiciados por China, contenidos en Un cinturón, una ruta, configuran el mejor incentivo para conmover las administraciones de estados como Bangladesh, Nepal, Bután, Sri Lanka y Maldivas. Estas cooperaciones desarrollistas fortalecen logísticas portuarias, rutas e interdependencias económicas funcionales al despliegue comunista, cuya dirigencia opera para superar el “dilema de Malaca”: la posibilidad de que su nación sea privada de recursos energéticos esenciales, por el dominio de circuitos marítimos estratégicos por parte de potencias rivales, tal como le pasó al Japón imperial. En este sentido, son emblemáticos el Corredor Económico China-Pakistán, con una inversión superior a los 40 mil millones de dólares, y las inversiones en rutas y transporte férreo en Afganistán. En ambos casos, el interés nacional chino para acceder al Mar Arábigo por el puerto de Gwadar, se combina con su visión cooperativa, no invasiva de los sistemas políticos respectivos, y con el interés securitario de prevenir y romper solidaridades entre los extremismos domiciliados en Pakistán y Afganistán y la minoría uigur, de confesión musulmana, que habita en la provincia de Xinjiang.
Es interesante registrar que la mención a la familia asiática fue reiterada por el general Cai Yingting, Presidente de la Asociación China para la Ciencia Militar, durante su exposición en el VII Foro de Defensa de Xiangshan de octubre del 2016, en el que manifestó la necesidad de preservar el “espíritu de familia” existente en Asia. Completando, con mayor detalle, la presentación del dirigente militar, en sintonía con la nueva concepción securitaria transmitida por Xi en el 2014, el viceministro de relaciones exteriores Liu Zhenmin, en la misma cumbre del 2016, abogó por una arquitectura regional securitaria construida en base a asociaciones igualitarias e inclusivas, en oposición a las políticas de confrontación y alianzas.
El viceministro alertó sobre el desorden en el que las familias, mucho más los países, incurren cuando carecen de reglas que regulen sus comportamientos. Lejos de insistir exclusivamente con la archiconocida fórmula de los 5 Principios de Coexistencia Pacífica, los desplazó para destacar en primer y supranacional orden a las normas y principios de la Carta de las Naciones Unidas y luego a las “reglas universalmente reconocidas” que nutren el derecho internacional, entre las que incluyó a la mencionada fórmula. Agregó en este combo normativo a los códigos de conducta regionales y, con impronta tan pragmática como flexible, a los consensos producidos por interacciones regionales, “del tipo ASEAN”. En una línea sumamente sugerente, al concluir su discurso, alentó a “crear condiciones que permitan a todos los países y personas (...) acceder a los frutos del desarrollo y alcanzar un progreso inclusivo y mutuamente beneficioso.”
La apertura china a relacionamientos mutuamente beneficiosos se verifica en los espacios marítimos del Pacífico en los que otra potencia pone al día sus credenciales imperiales.
Francia tiene la segunda zona económica exclusiva más extensa del mundo, sólo superada por Estados Unidos. Las islas que posee en todo el orbe le aseguran 11 millones de kilómetros cuadrados de dominio marítimo. Son parte del legado doctrinario de Charles de Gaulle, que juzgaba estas islas y atolones como una potencial Francia dispersa, en tanto garantía de repliegue y supervivencia en caso de una catástrofe continental. Los recientes (y controvertidos) ingresos de la Polinesia Francesa y Nueva Caledonia al Foro de las Islas del Pacífico, aseguran a los galos una mayor influencia en los asuntos de Oceanía (al tiempo que evidencian una disposición imperial sigilosa, pero activa).
En el sur del Océano Pacífico los casi 5 millones de kilómetros cuadrados de la Polinesia Francesa fueron “redescubiertos” por París, en buena medida como medianería imperial estratégica entre Asia y Sudamérica. Es posible que los galos, que con seguridad leyeron el Libro Azul de Oceanía 2015, esperen inversiones chinas en sus colonias de ultramar, en infraestructuras y servicios vinculados a operaciones de transbordo y reabastecimiento, habida cuenta que las islas del Pacífico Sur conviven en la única ruta marítima entre China y América del Sur, Australia, Nueva Zelanda y la Antártida; son la extensión natural de la Nueva Ruta de Seda Marítima; y localizan partes de la segunda y la tercera cadenas de islas de defensa, del esquema diseñado para contener a chinos y soviéticos durante la Guerra de Corea (asunto que aún perturba a no pocos estrategas militares chinos).
Apuntes y reflexión para nuestra región
Argentina, los miembros del Mercosur, deben postularse y participar, con el estatus que corresponda, en foros, cumbres o asociaciones regionales del Asia, preferentemente aquellas promovidas o que integren la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y sus miembros. Representan el modelo de integración que más simpatiza al motor económico del continente asiático, conocerlo es aprender una dinámica crucial del actual cambio sistémico mundial.
Argentina, los miembros del Mercosur, deben aprovechar las negociaciones con la Unión Europea para proponer una agenda más agresiva, que vincule nuestros intereses con los movimientos que se registran en los espacios por los que transitan las mercancías que nuestra región intercambia con Asia (¿dejaremos que China, Francia y Australia diseñen y materialicen los servicios y dispositivos que movilizan nuestras producciones?).
Existe una diferencia fundamental en la historia de las relaciones exteriores de los Estados Unidos y China. El hegemón del norte jamás tuvo competencia alguna en el continente, el poder con el que emergió desde el momento en que se independizó jugó asimétricamente a su favor en relación a cualquier otro país americano. Los contradictores que tuvo fueron originales de otros continentes, y lo incentivaron a ser mucho más benévolo con países colindantes a sus enemigos, que con sus vecinos latinoamericanos.
Por el contrario, China siempre debió lidiar con vecinos difíciles y poderosos, algunos de ellos incluso lograron conquistarla, trátese de mongoles, manchúes o japoneses. Esto determinó al Reino del Medio a actuar con una centralidad muy distinta al imperialismo típicamente occidental. En su región, como algunos dicen de Dios, China aprieta pero no ahorca. Es muy difícil para el gigante comunista tener una doctrina Monroe en Asia (por lo menos en clave de corolario Roosevelt). Es poco recomendable que las naciones más distantes de sus fronteras experimenten con pasividad e improvisación qué tipo de temperamento imperial aplicará China a ellos en caso de consolidarse como nuevo hegemón global. O, incluso, antes.