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La disputa de Siria

A diferencia del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono del Imperio austrohúngaro, Putin no busca excusa alguna que le permita agredir militarmente a un miembro de la OTAN, por ende la crisis desatada a partir de la muerte de su agente diplomático no dará lugar a guerra regional, mucho menos mundial, de ningún tipo. El presidente ruso ya expresó que la provocación homicida no dañará las relaciones entre su nación y la que dirige Erdoğan.

El conflicto civil sirio enfrentó los intereses de Moscú con los de Ankara, por el apoyo militar ruso brindado al régimen de Bashar Al Assad, decisión antagónica al deseo turco de apartarlo del gobierno de Siria. Esta diferencia pudo escalar peligrosamente luego que fuerzas turcas derribaran un avión de combate ruso en la frontera con Siria en noviembre del 2015, sin embargo Putin optó por la metodología aplicada a su país por parte de las administraciones occidentales: la punición económica. Las restricciones al comercio y el turismo, en el marco de un costoso despliegue militar turco en territorio sirio (en especial de tipo aéreo), generaron el efecto deseado y Erdoğan transmitió sus disculpas al jefe de estado ruso en junio de este año. Desde ese momento medio millón de turistas rusos visitaron Turquía, en tanto recuperó fuerza el acuerdo para construir un gasoducto que proveerá de energía a Europa, cruzando el mar Negro (evitando la geografía ucraniana), también se dio continuidad a la construcción de la planta nuclear de Akkuyu, proyecto con un costo aproximado de 20.000 millones de dólares.

Henry Kissinger afirma que China bajo el mando de Mao Zedong constituye el único caso conocido de un país que se atrevió a enfrentar a dos grandes potencias al mismo tiempo, pese a su clara inferioridad de condiciones en relación a cualquiera de ellas, obteniendo un saldo favorable: lo hizo contra Estados Unidos y la Unión Soviética. Algo parecido intentó hacer Erdoğan, pero con un resultado diverso, al sobreestimar las capacidades de su economía y sus fuerzas armadas. El máximo dirigente turco se atrevió a desafiar los objetivos de Moscú y de Washington simultáneamente, en el segundo caso al priorizar la represión sobre las fuerzas kurdas en desmedro del principal interés norteamericano y sus aliados occidentales: terminar con el Estado Islámico.

Entre otros motivos, Erdoğan intervino en el conflicto civil sirio para prevenir el fortalecimiento de los kurdos y de sus demandas independentistas en perjuicio de la soberanía otomana, pero fue demasiado lejos al contribuir al debilitamiento de Al Assad, provocando el vacío de poder que fue aprovechado por distintos grupos, entre ellos los kurdos cuya efectividad bélica consiguió la empatía de los aliados occidentales. Los astros terminaron de alinearse a favor de Putin con el extraño golpe de Estado que habría intentado desalojar del poder a Erdoğan. El líder ruso no dudó un instante en expresar su apoyo a su par turco y a la democracia, mientras los gobiernos europeos y de los Estados Unidos informaban su preocupación por la represalia ordenada por Erdoğan. La fallida intentona militar sirvió como excusa para, por un lado materializar una extensa purga y, en segundo término, distanciarse de Washington, al reclamar la extradición del teólogo Fethullah Gülen, al que se responsabiliza del golpe de julio y conectan con el asesinato del embajador ruso.

¿Se producirá un reacercamiento entre Turquía y los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump? En definitiva, el líder turco reúne las condiciones iliberales que tanto parecen atraer al conductor de realitys shows devenido en presidente, y fue Trump el candidato que propuso prohibir el ingreso de musulmanes, con lo cual cabe imaginar mayores chances de que conceda la extradición de cualquier persona que participe de este credo.  Pero no menos cierto es que Donald Trump fue enfático al informar que el adversario a vencer por su país es justamente el Estado Islámico al que objetivamente fue funcional el presidente turco. ¿Cómo convencer a Trump –si tal cosa interesa a Erdoğan- de sus auténticas intenciones en combatir al archienemigo designado? Uno se imagina al ex agente de la KGB devenido en presidente reprimiendo una sonrisa, mientras solícitamente se ofrece como interlocutor clave para transmitir a su par americano (¿a través del Secretario de Estado Rex Tillerson tal vez?) una comunidad de objetivos e intereses entre Rusia, Estados Unidos, Siria e Irán. Porque los persas también mueven fichas en este dramático juego.

Mucho más que la represalia económica rusa y el condicionamiento que implica para sus objetivos externos, a Erdoğan le perturba la creciente influencia iraní, por la competencia que impone en una geografía que los turcos quieren transformar definitivamente en su patio trasero, a través de una administración de impronta sunita, dócil a las ambiciones de Ankara (en especial en la estratégica ciudad iraquí de Mosul). La cuestión iraní es el as que conserva bajo la manga el presidente turco. Erdoğan operará para que la desconfianza que Trump ha manifestado contra Teherán se traduzca en políticas concretas, por un lado para desarticular el acuerdo nuclear elaborado por Obama, y por el otro para convencer al nuevo ocupante del salón Oval sobre el peligro de cooperar con cualquier grupo vinculado al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), por el ascendente que Irán posee sobre ellos.

La caída de Al Assad hubiese significado la pérdida de un aliado histórico de Rusia y, consecuentemente, de las costas que comunican sus posibilidades de proyección sobre el Mediterráneo. Para Irán, sostener el régimen de Al Assad es sostener un régimen chiita friendly, resistente a la voluntad norteamericana y colindante con el Líbano que alberga al Hezbolá. Esta asociación, que adicionó la de una –comprensiblemente- ambivalente Turquía impidió que los Estados Unidos, la OTAN, Arabia Saudita, Israel, Qatar (y los “yihadistas” islámicos que emplearon contra los primeros) derrocaran a Al Assad y  maximizaran su esfera de influencia. Es posible que Trump advierta esta humillante verdad, de allí su preferencia por elegir nuevos contradictores, en la medida de lo posible en convergencia con el decidido y tozudo gobernante Putin.

Una última preocupación debe convocar la atención de los estrategas rusos. Comprometerse en demasía con líderes sumamente cuestionados por partes importantes de los pueblos que gobiernan conlleva el riesgo de despertar descontentos y promover retaliaciones impredecibles. A diferencia del hegemón americano, la Federación Rusa no se encuentra a decenas de miles de kilómetros de los conflictos, entre países devotos y custodiada por dos océanos. ¿Pero tenía otra alternativa Putin para evitar un cerco militar de la OTAN? La proyección internacional rusa, como la de cualquier potencia imperial, se juzga íntimamente ligada a la existencia de una región no contradictoria con su interés nacional, asunto especialmente calificado en lo que hace a la tierra de Pedro el Grande. En la particular concepción imperial histórica rusa expansión geográfica, preeminencia regional y supervivencia nacional son factores que integran la misma e indivisible materia.

Notable el destino forjado por el pueblo ruso, avanzar y expandirse en cualquier circunstancia, más allá de los recursos materiales con los que se cuenta y del precio a pagar internamente por esta irrestricta voluntad. Vladímir Vladímirovich Putin expresa cabalmente el temperamento histórico del pueblo euroasiático, eso es incuestionable. 

Por Fredes L. Castro

22 de diciembre de 2016

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