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Los señores de la guerra

El gasto militar de Estados Unidos representa un tercio del gasto global en defensa y triplica el de la República Popular China, su más cercano competidor. En el año 1961 el entonces presidente Dwight Eisenhower alertó a los ciudadanos de su país de los riesgos de una creciente influencia del complejo militar industrial en las políticas públicas norteamericanas.

 

Un dominio silencioso

 

William D. Hartung expresa sorpresa por la escasa atención y análisis que despierta un mercado que reporta 70 mil millones de dólares a las firmas que lo integran, y en el que las estadounidenses dominan con holgura. Más de la mitad del valor del comercio internacional de armas es conseguido por estas empresas, mientras que las de Rusia, segundo proveedor mundial, apenas llegan al 14%.

 

El Pentágono cumple con un rol fundamental como intermediario y promotor de los intereses de las firmas armamentísticas estadounidenses. En el 2015 propició negocios a favor de ellas por 46 mil millones de dólares, y en este 2016 arribará a un monto equivalente. Lockheed  y Boeing figuran entre los principales favorecidos.

 

Todo comienza con el asesoramiento que brinda la dependencia de geométrica denominación a las fuerzas armadas de algún país aliado, que invariablemente concluye con una recomendación de compra de costosos equipos Made in USA. A continuación, acomete con la letra contractual y las pertinentes notificaciones al Congreso, para luego recaudar los fondos del comprador y entregarlos, contrato de defensa de por medio, a la empresa respectiva. La dependencia pública involucrada –Agencia de Cooperación para la Seguridad y la Defensa- obtiene el 3.5% de los negocios que se concretan. No en vano Hartung caracteriza al Pentágono como “el mayor dealer de armas del mundo.”

 

Los incentivos para promover el comercio de armas no se limitan a las comisiones por cada venta. Las firmas que administran la industria bélica han distribuido estratégicamente sus plantas en diferentes estados y localidades de Norteamérica, de modo tal que alcaldes, gobernadores, congresistas y hombres y mujeres con negocios vinculados a ellas ofician como eficientes lobistas.

 

Entre los principales adquirentes de armamentos se destacan Israel y Arabia Saudita. Bruce Riedel califica a Obama como el “más entusiasta vendedor de armas a los saudíes en la historia americana”, con transacciones por 110 mil millones de dólares durante sus mandatos. Buena parte de lo obtenido es empleado por la monarquía árabe en la guerra que sostiene contra Yemen, en perjuicio de este padeciente pueblo. De hecho, el 40% de las exportaciones estadounidenses en este rubro tienen como destino el Medio Oriente.

 

Es significativo descubrir que las 10 principales contratistas del gobierno de los Estados Unidos son empresas armamentísticas o relacionadas con áreas de la Defensa, con Lockheed Martin a la cabeza.

 

Estado de guerra

 

Rosa Brooks denuncia una lógica peligrosa, que alimenta las concepciones que funcionarios y organismos gubernamentales norteamericanos tienen respecto de las nuevas amenazas en materia de seguridad nacional, por la cual todo se examina e interpreta a través de un enfoque bélico. Esto lleva a solicitar crecientes funciones a los ámbitos castrenses, que multiplican roles y asumen tareas ajenas a sus competencias tradicionales.

 

Como obvia contrapartida a las injerencias que se requieren, se produce una militarización de diversas esferas de gobierno, lo que implica una expansión de las reglas guerreras, en desmedro del respeto por garantías y libertades elementales. Desde ya que para ampliar las funciones militares es necesario recortar presupuestos en áreas como las diplomáticas o relativas a la cooperación para el desarrollo, lo que conduce a nuevos pedidos sustituyentes a los uniformados, en circulo vicioso que reduce el gobierno de los civiles.

 

Brooks advierte: “Cuando las fronteras que nos separan de la guerra y lo propiamente militar se desdibujan, perdemos la capacidad de discriminar entre lo que debe ser alcanzado y lo que tiene que ser condenado”. ¿Consecuencias? Actos de gobierno escapan al escrutinio público, la vigilancia invade a todos los ciudadanos y algunos son privados de su libertad sin un debido proceso. La especialista, más interesada en su impacto doméstico, no avanza en indagar de qué manera esta militarización del gobierno civil influye en el diseño e implementación de las políticas exteriores de la poderosa nación americana.

 

Un buen ejemplo de política exterior desnaturalizada por una concepción securitaria es la Alianza Para la Prosperidad, creada por la administración estadounidense conjuntamente con El Salvador, Guatemala y Honduras para atender la problemática migratoria. En teoría apuntaba a atacar las causas socioeconómicas que impulsan a los habitantes centroamericanos a desplazarse fuera de sus países, en busca de mejores condiciones de vida. Pero lo cierto es que el 60% de los 750 millones de dólares comprometidos con el plan financian políticas de seguridad dirigidas a intensificar la militarización de las fronteras.

 

La militarización provocada por el Plan Para la Prosperidad, lejos de aportar solución al drama migratorio, conmina a explorar rutas alternativas y a conectar con organizaciones criminales, cuyo crecimiento puede que genere tal alarma en las autoridades de los países afectados que recurrirán al consejo de algún generoso asesor externo, muy posiblemente el Pentágono.

Intereses

 

Trascendió el interés que tendría Estados Unidos en estrechar la colaboración con distintos países latinoamericanos, para elaborar respuestas coordinadas al problema de los migrantes que acceden al territorio americano desde otros continentes. Panamá y México aceptaron que agentes de la potencia del Norte capaciten a sus funcionarios en técnicas de interrogatorio, de defensa y de manejo de personas.

 

¿No corren el riesgo los países latinoamericanos de importar políticas contaminadas por el enfoque militarista que denuncia Rosa Brooks? ¿Es sensato aceptar capacitaciones y asesoramientos de agencias de seguridad tan promiscuamente vinculadas con formidables y multimillonarios complejos militares?

 

Así como se han desdibujado los límites entre los órdenes civiles y militares en la patria de Obama, otro tanto ha sucedido entre sus organismos de defensa y las industrias armamentísticas, con lo cual difícil es precisar qué intereses amparan y promueven unos y otros. Sin embargo, es importante registrar que ellos tienen algo en común: saludan a la misma bandera.

Por Fredes L. Castro

19 de agosto de 2016

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Una versión de este artículo fue publicada en Europa Press.

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