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Pantallas de mercado

Ámbito subraya la coincidencia que Daniel Scioli comunicó, respecto del espíritu de la iniciativa de Sergio Massa para limitar las importaciones.

Observaciones

Robert Wade explica el rol que tuvo el Departamento de Desarrollo Industrial (DDI) de Taiwán en el progreso de este país. Los funcionarios integrantes de esta dependencia vigilaban atentamente los materiales importados por las empresas radicadas en la isla, con el fin de evaluar la posibilidad de que sean producidos localmente. Para cumplir acabadamente con esta misión visitaban periódicamente las instalaciones fabriles y ensambladoras.

Fue el caso de los vidrios especiales utilizados por Philips en sus televisores. Desde el DDI informaron a la empresa de la capacidad local para sustituir la importación. La empresa contestó negativamente, prefería seguir importándolos. En ese momento comenzaron las demoras con los permisos de importación. La gente de Philips se quejó ante un ministro, el que muy afablemente aseguró que se ocuparía, cómo no, faltaría más. Las demoras persistieron. Philips entendió.

De esta manera, surgieron proveedores locales para las firmas internacionales, que luego se convirtieron en exportadores. El especialista mencionado relata más sobre el desarrollo taiwanés: “El énfasis está en la promoción de las compañías nacionales, poniendo límites al funcionamiento de empresas extranjeras (…) Todo el tiempo, el aparato del estado desarrollista busca la forma de maximizar los excedentes de tecnología de las firmas extranjeras (…) el aparato está activamente involucrado en la construcción de gran parte de las empresas que son de Taiwán y que operan en el extranjero –construyendo así Inversiones Extranjeras Directas (IED) hacia afuera– de forma tal que Taiwán es más un socio recíproco en vez de estar solamente jugando el rol de bienvenida periférica a las Inversiones Extranjeras Directas desde el centro.” Wade es concluyente al afirmar que Taiwán no dejó que “el mercado tome su curso”.

Las restricciones a las importaciones sugeridas y proyectadas por Scioli y Massa no son cosa descabellada.  Forman parte del combo aplicado por los países catalogados como recientemente industrializados, pero también por los industrializados de larga data. En Estados Unidos, los derechos aduaneros a la importación de productos industriales fueron los más altos del mundo hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial (que implicó la destrucción de los aparatos industriales de sus competidores, con lo cual la apertura de los mercados fue sensata y funcional a los nuevos intereses norteamericanos). De hecho, todos los países centrales fueron oportunamente proteccionistas, salvo los solitarios casos de Holanda y Suiza que alcanzaron tempranamente  -en el siglo XVIII- la frontera tecnológica. Sin embargo-horror, horror, libremercadistas-  Suiza no tuvo ley de patentes hasta 1907 y Holanda la abrogó en 1869.

La cuestión es cómo se hace el proteccionismo. Puede tratarse de fenomenales intervenciones estatales beneficiosas para algunas empresas, al tiempo que ruinosas para la ciudadanía de a pie. Como fueron los salvatajes y estatizaciones megamillonarios a los bancos y empresas hipotecarias que provocaron la última recesión mundial. O bien, pueden apuntar a fines estratégicamente nacionales, como fueron las contracíclicas intervenciones alemanas para desarrollar tecnologías verdes y alternativas energéticas sustentables a través del banco de desarrollo Kreditanstalt für Wiederaufbau (KfW).

El desafío pasa por hacer las cosas bien. En este sentido, ¿contamos con la infraestructura institucional para lograr intervenciones más eficientes? ¿Existen programas o planes de largo plazo más o menos consensuados entre las dirigencias políticas y empresariales?

En definitiva: ¿Cómo impediremos que el mercado siga su curso?

policías en la superficie

El editorial de La Nación critica la decisión francesa (o de ciertas localidades galas) de prohibir el burkini en las playas.

Observaciones

En un artículo anterior escribí: “En una reveladora investigación el profesor Olivier Roy describe las fuerzas que construyen el camino de la radicalización en Europa y descubre que se relacionan más con trayectorias individuales que con participaciones comunitarias. El profesor Roy es sentenciante: la radicalización es una revuelta de los jóvenes contra el orden social. (…) Roy rechaza la idea de reformar el Islam que algunos proponen, por configurar un asunto que no interesa a estos jóvenes: simplemente no les importa lo que ‘realmente significa el Islam’ (…) aconseja dejar de considerar al Islam únicamente a la luz de la lucha contra el terrorismo porque eso valida la narrativa de persecución y revancha que nutre el proceso de radicalización. ‘Traten al Islam de Europa como una religión normal’ admoniza Roy.

En reciente artículo, el profesor de Estudios Estratégicos Brahma Chellaney advierte que de modo alguno se gana algo con prohibiciones como la francesa, que impiden el uso de una prenda de vestir. Atacar a los musulmanes que habitan o llegan a Europa distrae de dirigir los esfuerzos contra las raíces ideológicas del problema. Él estima que la industria del extremismo religioso y sus violencias cuenta con financistas y promotores que deberían llamar la atención en mucha mayor medida que las vestimentas que usan las mujeres en las playas. Apunta contra Arabia Saudita y Qatar. El eje del mal, según Chellaney, coincide con los aliados tradicionales que Estados Unidos tiene en Medio Oriente.

La incomprensible decisión de prohibir el burkini fortalece la narrativa contestataria que cautiva a una descreída juventud europea y no toma en cuenta a los sistemas autoritarios que crean y manipulan las violencias desestabilizadoras, que de uso se califican como terrorismos.

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