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La globalización disolvente

Por Fredes L. Castro

Julio de 2016

La revolución conservadora que comenzó en Inglaterra con Margaret Thatcher se propuso como objetivo medular el repliegue de la aptitud estatal para intervenir en las dimensiones económica/reguladora y social/distribucionista. Este programa se proyectó internacionalmente con el triunfo en Estados Unidos de Ronald Reagan. El repliegue gubernamental demandó reformas tributarias en perjuicio de su sustentabilidad y en beneficio de las corporaciones empresariales, en especial las financieras. Parafraseando a uno de los representantes locales de la ideología neoliberal, achicar el Estado implicó, e implica, agrandar la multinación empresarial.

El mismo año que cae el Muro de Berlín es presentado el Consenso de Washington, manifiesto que condensó la agenda y principales metas de la revolución conservadora. Este paquete de respuestas estandarizadas a ejecutar por los países en desarrollo incluyó disciplinamientos fiscales, privatizaciones, desregulaciones, aperturas y liberalizaciones económicas y financieras, entre otros puntos. Los organismos multilaterales que materializaron este guión no se interesaron por las características y diversidades de los países destinatarios de la propuesta única.

Guerra de fragmentación

 

La invasión y posterior ocupación militar en Irak provocaron el derrumbe de sus capacidades estatales y cualquier posibilidad de sus instituciones de mantener el monopolio doméstico de la violencia y la custodia y vigencia de sus fronteras. Similares efectos contribuyeron a producir las reformas económicas a favor de las fuerzas del mercado estimuladas por el Fondo Monetario Internacional en otros países de la región. Como oportunamente advirtió Nick Beams, no es casualidad que los países que con mayor intensidad aplicaron las políticas neoliberales, Egipto, Tunicia y Libia, constituyeron el epicentro de las revueltas conocidas como primaveras árabes.

La insensata promoción de los programas neoliberales en los países de Medio Oriente rompió los endebles contratos sociales por los cuales una parte (bien que pequeña) de la renta petrolera era re-distribuida a sus poblaciones mediante empleos, subsidios y prestaciones de naturaleza pública. El resultado era predecible, y agravado como consecuencia de contextos en los que no existían mecanismos de transparencia o control de la gestión pública: una mayor oligarquización de los regímenes y menores barreras para el saqueo de los recursos económicos.

Intervenciones militares y económicas de las potencias centrales conspiraron contra la formación de estados nación mínimamente democráticos en el Medio Oriente e impiden que los procesos de progresiva estatalidad sigan su curso (con las pruebas de ensayo y error necesarias al efecto). La arrogante aventura de prohibir que atraviesen su propio medioevo no los ha trasladado a una trayectoria mejor de la que fue abortada, sino todo lo contrario.

El malestar económico generalizado y el desmembramiento de las formas estatales restauran verdaderos estados de naturaleza en los que es comprensible que hombres y mujeres busquen refugio en sus ideologías espontáneas o en las organizaciones que se mantienen en pie, por precarias que sean unas y otras. La insurgencia de dispositivos de lucha irregular, principalmente dirigida contra lo foráneo o lo que se identifica con el establishment invasor es un paso posterior y natural, tanto para recuperar poder soberano como para captar recursos en disputa. En el segundo caso la competencia puede suscitarse contra otras formaciones irregulares y es por recursos materiales, pero también simbólicos.

Economía de la fragmentación

 

La multiplicación de actores conflictivos en Medio Oriente tal vez alteró los planes de Obama de reducir gastos y dotaciones militares, con el objeto de virar recursos y reformular ingenierías estratégicas con vistas a los potenciales conflictos marítimos en las aguas que rodean al gigante re-emergente: China.

En cualquier caso, los gastos presupuestarios en Defensa permanecen por encima del máximo alcanzado durante la guerra fría. Si se incluyen los programas vinculados a la Seguridad Nacional que no integran el presupuesto del Departamento de Defensa, lo superan significativamente. Contabilizando estos programas y las prestaciones a veteranos, el especialista libertario Ryan McMaken asegura que el gasto previsto para el 2015 fue un 68% mayor a los niveles de 2001 y un 22% por encima del máximo de los años de la Guerra Fría en 1986. MacMaken informa que los topes fijados por los congresistas incrementarán los recursos de los años 2016 y 2017.

La importancia que la corporación militar industrial tiene para los Estados Unidos no es un factor que puede ser pasado por alto a la hora de evaluar sus decisiones y estrategias en el escenario internacional. Si para muestra basta un botón, desde El Mundo de España Pablo Pardo indica que la “Fuerza Aérea de Estados Unidos consume más combustible que Grecia antes de su colapso económico”.

Pardo suministra otros datos relevantes: sólo en Texas hay 200. 000 soldados que habitan en sus 22 bases; en Colorado 70.000 trabajadores se desempeñan en la actividad aeroespacial; el Pentágono emplea 800.000 civiles; y  no menos de 2 millones de personas en todo el país cuentan con autorización para manejar información confidencial por trabajar para empresas que desarrollan proyectos relacionados a servicios gubernamentales de Inteligencia o Defensa. Describe Pardo:

Las empresas saben jugar muy bien con esta dependencia militar de la economía de EEUU. El mejor ejemplo es Lockheed Martin, que ha dividido la producción de su ruinoso cazabombardero en 45 de los 50 estados de EEUU. (…) de hecho, Lockheed Martin aprendió de la NASA, que en los 60 decidió que, para tener el futuro asegurado, lo mejor era dividir sus actividades entre cuatro de los estados más ricos y poblados —y, por tanto, con más influencia política— de EEUU: Florida, Texas, Ohio y California.

Los republicanos que iniciaron la revolución conservadora son los más sensibles lobistas de los intereses de la corporación militar industrial, al punto que demandan y acompañan recortes de todo tipo, a excepción de los que se dirigen a las cuentas securitarias y militares que atienden conflictos como los desatados en Medio Oriente y las amenazas terroristas que allí se incuban y multiplican.

Una narrativa contra la fragmentación

 

Las reformas económicas que parieron la actual globalización financiera verificaron procesos más virulentos y consecuencias más feroces en aquellas regiones que menos resistencias pudieron ofrecer. En el caso latinoamericano, las crisis económicas de deuda externa e inflacionarias padecidas en los ochenta disciplinaron a ciudadanías agotadas de tanta cotidiana incertidumbre.  En los deficitarios estados nación de Medio Oriente las insensibles reformas económicas fueron implementadas por regímenes autoritarios que encontraron en ellas una ventana de oportunidad para profundizar sus peores vicios. Pero el soporte ideológico, con ejecución a distintas velocidades, fue el mismo en ambos casos.

Pícaramente, los medios de comunicación del establishment internacional, presentaron las demandas de los movilizados durante las primaveras árabes en clave de libertades políticas, sin hacer hincapié en las causas económicas que los llevaron a un dramático cuadro de empobrecimiento y desamparo. De la misma manera, a la hora de informar el Brexit, la proliferación de nacionalismos populistas o la emergencia de Donald Trump, proponen lecturas en las que subrayan el temor a las inmigraciones extranjeras y la carestía de antecendentes académicos de los simpatizantes de estos movimientos y figuras, antes que a las causas reales que se explican mejor por las aperturas y desregulaciones comerciales diseñadas por las grandes –y visibles- corporaciones multinacionales y la oligarquización de los sistemas representativos de gobierno, como muy bien lo ilustra en reciente artículo Francis Fukuyama.

Para Fukuyama en las elecciones primarias de Estados Unidos lo verdaderamente notable es que los votantes apostaron por construir una narrativa política original, al margen de la ofertada por grupos concentrados y oligarquías. El otrora promotor del fin de la historia, ahora sostiene que el gran desafío de este tiempo es evaluar de qué manera se puede “retroceder de la globalización” con el menor daño posible a la economía mundial y nacional, para obtener una sociedad más igualitaria.

Fukuyama registra lo que las liberadas fuerzas del mercado han hecho en Medio Oriente y lo que están haciendo en Europa, Gran Bretaña y su país. Denuncia y alerta contra una energía disolvente que hace añicos instituciones estatales y fronteras, que desplaza a millones de seres desesperados en busca de refugio y contención. Un temor que no confiesa late en la intimidad de Francis Fukuyama: que llegado el momento, los descontentos de su patria lejos de buscar asilo en otro territorio golpeen su propia puerta.

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