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La ley de hierro de la modernidad digital

Por Fredes Luis Castro

21 de abril de 2017

En Los movimientos sociales, 1768 - 2008, Charles Tilly sostiene que desde 1500 se han producido tres oleadas de globalización. La primera, con disparador aproximado en el mencionado año, fue resultado de la creciente influencia europea, del crecimiento imperial de los otomanos y de la expansión comercial de chinos y árabes por las aguas del Índico y del Pacífico. Entre 1850 y la Primera  Guerra Mundial se produce la segunda avanzada globalizante, en la que fenomenales flujos de capitales y de mano de obra no impidieron la consolidación de estados reguladores de sus recursos, actividades y poblaciones.  La tercera oleada de globalización surge con el fin de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de la modalidad que la precedió, su progreso operó en detrimento de las centralidades estatales, que no lograron ni logran controlar eficazmente los flujos de comunicación, conocimientos, informaciones, crímenes, productos y enfermedades, entre otras cosas.

 

Sin embargo, Tilly duda que las innovaciones tecno-comunicacionales, que tanto contribuyen a la irresistible dinámica de estos flujos, han transformado radicalmente la vida social y la acción política. Estima que Internet y teléfonos móviles no implican un poder comunicacional “tan grande” que distancie a las personas de las prácticas sociales previamente existentes. Tilly valora la notable investigación realizada por Lance Bennett, Comunicación del activismo global, en la que se evalúan las fortalezas y debilidades que los medios de comunicación digitales transmiten a organizaciones internacionales de activistas. Bennett reconoce las posibilidades flexibles y acomodaticias que brindan las redes digitales, tanto en campañas comunicacionales como en las acciones territoriales (en este caso al transmitir novedades en tiempo real, con chance consecuente de alterar inmediatamente la acción desplegada).

 

La Internet facilita la campaña permanente, “a pesar de (o como consecuencia de)” observa Bennett, vínculos ideológicos y sentidos de pertenencia débiles. La extensión temporal y el alcance de las políticas promovidas desde el mundo digital riñen con el control de los miembros del colectivo de que se trate, no incorporan el de los sujetos cuyos intereses contienen muchas de las demandas, fragmentan las audiencias al multiplicar los canales emisores,  incentivan sistemas de información ultrapersonalizados, y de ninguna manera fortalecen compromisos y lealtades. Campañas permanentes no significan participaciones duraderas, estrategias comúnmente elaboradas, ni adhesiones que den lugar a algo más que la visibilización de emoticones o un click en el logo “me gusta”.

 

Charles Tilly también rescata el trabajo de Neera Chandhoke, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Delhi, que alerta sobre un triple peligro: que las ONGs internacionales imiten el temperamento antidemocrático de organismos como el FMI; que los activistas del norte global desplieguen un ejercicio reivindicativo que menoscabe el interés de los habitantes de los países más pobres; y que se intensifique la asimetría política entre actores políticos y representados, de acuerdo a los recursos materiales de unos y otros. En Los límites de la sociedad global la profesora y militante india conmina a localizar a la sociedad civil global en su contexto constitutivo: “un sistema de relaciones internacionales centrado en el Estado, dominado por una estrecha parte de la humanidad y dentro de estructuras del capital internacional que pueden dar lugar a disensos, pero no la transformación de sus propias agendas”.

 

Neera Chandhoke examina a la sociedad civil como un fenómeno moderno que es parido en el mismo proceso histórico del que emergen el estado y el mercado modernos. Parece conceder al poder estatal una relevancia que Tilly reduce. Esto último no queda claro, ya que el cientista social de la Universidad de Columbia es muy preciso cuando afirma que la tercera oleada globalizante socavó “el poder central de la mayoría de los estados”. No refiere al poder estatal a secas, ni al poder de todos los estados, tampoco discrimina entre estados poderosos y periféricos. No obstante, encuentro sumamente sugerente las siguientes líneas, contenidas en su historia de los movimientos sociales: “las organizaciones no gubernamentales más centralizadas y con sede cerca de los grandes centros de poder mundial han demostrado ser más duraderas”.

 

Edificadas sobre la potencia de lo digital, son lugares comunes las profecías paranoicas que anticipan escenarios apocalípticos para las entidades estatales, así como las relaciones utópicas que vislumbran nuevas y definitivamente igualitarias prácticas sociales. Se puede conjeturar un proceso en el cual las innovaciones tecnológicas son presentadas con una espectacularidad que magnifica su novedad e impacto, el que no debe por ello ser menospreciado. Sucede que las emanaciones de la Internet y los dispositivos comunicacionales que la movilizan mantienen un diálogo contradictorio con las notas tipificantes de la modernidad.

 

Las infinitas bibliotecas disponibles en nuestras pantallas pueden construir individuos más racionales, ¿pero no son ellas boicoteadas por algoritmos diseñados en base a psicologías sociales y economías de comportamientos que activan conductas impulsivas y emocionales? Las tecnologías móviles y autómatas pueden transmitir doctrinas emancipadoras, ¿pero, con cámaras de eco y sustituciones laborales de por medio, no resucitan también tradiciones e ideologías  excluyentes y sectarias? Las nuevas tecnologías comunicacionales igualan el acceso a conocimientos y servicios esenciales, pero a cambio de evidenciar en cristalinas pantallas consumos de que son privados millones de usuarios digitales y al precio de conducir a otros -menos- millones a la homogeneización de existencias frívolas y relaciones desterritorializadas ¿Avanzamos hacia una mayor secularización o proliferan nuevas religiosidades de la inmediatez y el consumismo entre los “conectados”, de impronta radical o nacionalista entre los marginados que buscan refugio en sus afiliaciones espontáneas?

 

En cualquier caso, las mejores respuestas a esos interrogantes son materializadas por las ingenierías con mejor organización y un grado importante de centralidad. Estas organizaciones tienen mayores oportunidades de perdurar, obtener y preservar lealtades, y formular agendas originales, en la medida que no desconecten sus acciones de la confrontación y el intercambio real con las humanidades que representan. Las ONGs domiciliadas en las vecindades de los grandes centros de poder perduran por su mayor centralidad como indica Tilly, pero también, como enfatiza Chandhoke, por incorporar el interés supremo de los actores centrales del establishment global: no alterar su agenda.

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