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Proteccionismos, apertura y desarrollo nacional

La eliminación del arancel externo del 35%, que gravaba la importación de notebooks, netbooks y tablets decidida por el gobierno nacional, fue el anticipo del decreto 1205/2016, que reforma el régimen de importación, para facilitar la introducción de diversos bienes usados, entre ellos los informáticos. Ambas medidas configuran un combo desindustrializante, que explican el retroceso experimentado por las empresas informáticas nacionales y los cientos de empleos argentinos perdidos en el sector.

El tipo de apertura sugerido por las medidas referidas es tan insensato como contraproducente respecto de los objetivos declamados, por otro lado no sintoniza con las políticas realizadas por las economías centrales, incluso las recientemente industrializadas, y las que avanzan en los procesos de industrialización.

El imperio de las intervenciones

Como bien ilustra Ian Fletcher, los Estados Unidos fueron fundados como una nación proteccionista. No pudo ser de otro modo, habida cuenta que su primer ministro de economía, Alexander Hamilton, impuso una severa visión industrialista, que para materializarse y asegurar la prosperidad de su patria, se nutrió con gravámenes a las importaciones, o su prohibición cuando no fuesen necesarias para el desarrollo manufacturero, y con subsidios y créditos para la exportación y las innovaciones nativas.  

Pero no es menester retroceder tanto en el tiempo. En la conservadora década del 80 del siglo pasado, con el objeto de lidiar con la competencia japonesa, Ronald Reagan decidió un intervencionismo gubernamental de 100 millones de dólares anuales en Sematech, una asociación con 14 fabricantes norteamericanos de semiconductores, para salvar y catapultar una industria que algunos sindican como cimiento de Sillicon Valley. El financista de la contra nicaragüense también lo fue, fronteras adentro, del programa de Investigación e Innovación para la Pequeña Empresa, a través de una acción pública que aún transmite cientos de millones de dólares para auxiliar la investigación llevada a cabo por pequeñas firmas. Lejos de importar productos usados, Reagan prefirió el financiamiento directo para defender y crear industrias nacionales, sin omitir una diplomacia que impuso a Japón una revaluación de su moneda, para garantizar la vigencia de la producción made in USA.

Desde ya, los montos del presidente republicano se quedan cortos comparados a los 787 mil millones que su colega Obama estableció como estímulo económico en el 2009, dirigidos en gran medida a crear industrias e infraestructuras de energías limpias, similar a las tareas de dirección, financiamiento y regulación encaradas por el estatal banco de desarrollo e inversiones KfW,  para la transición energética alemana. Registremos que las protecciones e intervenciones descritas no son materia limitada a etapas primarias o industrias infantes, se aplican contemporáneamente, en tecnologías de frontera, con recursos dinerarios y acciones que complican fenomenalmente cualquier competencia externa.

Protecciones del Este

El historiador económico Kozo Yamamura señala que la protección contra la competencia externa “probablemente fue el incentivo más importante que el gobierno japonés suministró para el desarrollo doméstico”. Coherente con dicha máxima, Kenichi Otabe, negociador japonés del primer acuerdo comercial post ocupación militar de 1955, replicó al delegado de Washington que su patria no iba a resignarse a una teoría de libre comercio que los condenaba a la producción y ventas de atún. El representante japonés informó lo obvio: que cada gobierno fomenta y protege las industrias que juzga importantes, por razones de interés nacional.

Japón siempre tuvo en claro que la exposición a la competencia importadora puede boicotear el ingreso en industrias con tecnologías más complejas, por ello aplicó una activa intervención gubernamental que combinó subsidios y políticas distorsivas de precios y créditos a favor de las industrias nacionales; tarifas prohibitivas a diversas importaciones; fuertes incentivos a las exportaciones; habilitación de inversiones extranjeras condicionada a la transferencia de tecnologías; y transferencias de recursos para que sus empresas apliquen a investigación y desarrollo. Estas políticas fueron emuladas por Hong Kong, Taiwán, Singapur y Corea del Sur, entre otros vecinos asiáticos. Eamonn Fingleton asegura que el proteccionismo japonés sigue tan potente como siempre, tanto en la exportación de tecnologías avanzadas, como en la industria automotriz, lo que explica la multiplicación por cinco del superávit comercial entre 1990 y 2010, años supuestamente recesivos.

Como bien indica Robert Wade, los dispositivos estatales de Taiwán y Corea operan análogamente al modelo nipón. Lejos de actuar un rol de bienvenida periférica, sus gobiernos se asocian con sus firmas para construir inversiones extranjeras directas fronteras afuera, dirigiendo estrategias que admiten la liberalización del mercado sólo cuando existen empresas locales fuertes y competitivas, con función pionera a cargo de entidades públicas. Pero incluso a la hora de la liberalización subsisten restricciones, para asegurar la compra de equipos y maquinarias producidos localmente, bajo estándares tecnológicos definidos gubernamentalmente.

El socialproteccionismo

James McGregor sostiene que es un secreto a voces que el Acuerdo Transpacífico se creó como retaliación a las transgresiones chinas a las reglas del libre comercio, que incluyen, pero no agotan, el robo cibernético y de tecnologías de las multinacionales que operan en territorio comunista; auditorías, requerimientos administrativos y técnicos caprichosos; y políticas antimonopolios ejecutadas discriminadamente, para la defensa y consolidación de entramados nacionales.

McGregor alude a un tozudo “tecno-nacionalismo chino” que ha moderado la apertura propiciada por Deng Xiaoping, excluyendo la inversión extranjera en sectores tales como los de telecomunicaciones, energéticos, aeroespaciales, acereros, productos químicos y transporte aéreo, entre otros, reservados a empresas estatales. Este temperamento influyó en el plan Hecho en China 2025 inspirado en las políticas industriales 4.0 alemanas. El objetivo del plan es lograr que empresas chinas produzcan el 40 por ciento de los componentes y materiales básicos empleados en la cadena manufacturera en el 2020, y lleguen a un 70 por ciento en el 2025.

Para eliminar la sangría que significa la importación del 80 por ciento de los semiconductores utilizados en su fabricación electrónica, Beijing destinará 150 mil millones de dólares para subsidiar inversiones y adquisiciones a materializar por empresas estatales y privadas de capital chino, con el objeto de llegar al año 2030 con un nivel avanzado en este sofisticado nicho tecnológico (hoy por hoy no existe firma china alguna entre los 20 principales proveedores globales). Entre otras medidas, informa  Stephen Olson, se prevén transferencias forzadas de tecnologías a cambio del acceso a su mercado.

Conclusiones

Las experiencias exitosas de las economías industrializadas, recientemente industrializadas y en proceso de industrialización se componen de ingenierías proteccionistas que no rechazan la apertura económica, pero la gradúan en función de los objetivos de desarrollo nacional decididos por sus autoridades políticas, no por inexistentes manos invisibles de mercados.

Estados Unidos se consolida como actor de primer orden en actividades sumamente relevantes para los funcionamientos digital y financiero del ecosistema económico global, como se aprecia en el creciente superávit de su comercio internacional de servicios (actividades de diseño, marketing, management, legales, financieros y correspondiente etcétera). Como Alemania y Japón, el hegemón del Norte opera para que la innovación tecnológica relocalice o recree nuevas plantas industriales en su territorio, mediante automatizaciones que no sean excluyentes de puestos de trabajo bien pagos a personal altamente calificado.

China avanza planificadamente hacia los sectores industriales más sofisticados, exportando progresivamente a países vecinos las actividades desempeñadas por mano de obra barata y no calificada, del modo que antes lo hizo Japón. Con el plan Un cinturón-Una Ruta, el Reino del Medio opera para convertirse en centro de comunicación y ordenador logístico del ecosistema económico euroasiático.

Para enfrentar un escenario internacional cada vez más complejo el actual gobierno argentino apuesta a la importación de tablets, mouses y teclados desechados por los usuarios que habitan algunos de los países antes mencionados. En el mejor de los casos.

Por Fredes Luis Castro

10 de mayo de 2017

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