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La Conquista del Oeste

Por Fredes L. Castro

12 de agosto de 2016

Hace más de 2.000 años Zhang Qian fue enviado por la corte del emperador Wudi a recorrer los territorios del occidente, algunos de los cuales integran hoy el Asia Central, con el objeto de forjar alianzas militares y políticas que fortalecieran al Reino del Medio contra enemigos y posibles invasores. El delegado imperial no imaginaba en ese momento que varios de los senderos por él transitados configurarían mucho tiempo después parte del mapa del que están hechos los sueños de la re-emergente centralidad china.

 

Descubriendo la luz

 

La estrategia de Marcha al Oeste se imputa al destacadísimo académico de la Universidad de Pekin Wang Jisi, a través de un artículo publicado en el año 2012 en el Global Times, por el cual propuso una reorientación de energías y recursos hacia el Asia Central y Medio Oriente, como respuesta al rebalanceo norteamericano que implicaba lo contrario: replegarse de Medio Oriente para concentrar sus energías en Asia, a efectos de contener a China. Wang estimó que era la mejor alternativa para evitar una colisión con Estados Unidos y sus aliados en el muy sensible Este Asiático e, incluso, construir una relación de mayor cooperación entre ambas potencias.

 

En octubre del 2014 Xi Jinping comunicó su intención de desarrollar una diplomacia con características chinas con “otros grandes países”, con lo cual a la vez que enfatizó el aporte particular que China puede hacer al mundo la distinguió como una potencia mayor. De esta manera, Xi marcó un punto de inflexión con el paradigma que siguió la política exterior china resumida en la recomendación de Deng Xiaoping: “Oculta tu luz, espera tu momento”. La nueva Ruta de la Seda con sus variantes terrestres y marítimas en el marco del Plan Un cinturón-Una Ruta (o Una Franja- Una Ruta) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) son los faros que irradian la luz que durante tanto tiempo estuvo contenida.

 

El BAII fue creado con un capital inicial de 100.000 millones de dólares, que se suma a los 40.000 millones de dólares del Fondo de la Ruta de la Seda  y a los 900.000 millones de dólares comprometidos por el Banco Chino de Desarrollo para financiar más de 900 proyectos de infraestructura. Las iniciativas físicas integran diferentes corredores económicos que conectarán mercados nacionales con más de 4.000 millones de personas, desde China occidental hasta Europa, mediante rutas, vías férreas, puertos, gasoductos y oleoductos que se construirán en los países del Sur y el Sudeste asiático, Medio Oriente, Asia Central, Norte de África y Europa del Este.

 

Según el Foro Económico Mundial de Davos la supresión de las barreras que obstaculizan las cadenas de suministro pueden incrementar la producción global seis veces más de lo que se obtendría con la remoción de todas las tarifas arancelarias. Las propuestas de infraestructura promovidas por el gigante asiático trabajan sobre una problemática que atenta contra el desarrollo de la economía real. Por el contrario, el Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés) concentra su atención en las barreras arancelarias. Hay quienes aseguran que la eliminación de los aranceles incrementaría la riqueza de los países adherentes al TPP en un 0.5%. Paul Krugman considera que lo haría en un porcentaje aún menor.

 

David Shambaugh caracteriza a China como un “poder solitario” por la carestía de países amigos y aliados, lo que recorta significativamente su influencia más allá de sus fronteras. Es curioso que sostenga esto cuando la República Popular China brinda, a través de sus instituciones financieras, más préstamos al resto de su región que el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo de Asia combinados. Además, la desaprensión de la República Popular respecto de los asuntos internos y aspectos institucionales de las naciones con las que se relaciona despierta, sobra decir, más atractivo en los regímenes autoritarios.

 

Existe un interés nacional en desarrollar más armónicamente el territorio chino, en especial la parte occidental en la que existen tensiones étnicas que a veces derivan en enfrentamientos violentos. Los líderes comunistas esperan que inversiones y mejores oportunidades laborales reduzcan el malestar entre los uigures y los han (etnia mayoritaria y dominante de China) que conviven en una Xinjiang que espera transformarse en un centro de comunicación y logístico clave, como paso obligado en la Nueva Ruta de la Seda.

 

Un innegable espíritu de justicia histórica nutre los planes del gobierno chino y el imaginario de su pueblo. Se trata de volver a ocupar la centralidad que históricamente tuvo esta milenaria civilización en el continente asiático. Hugh White, especialista en Estudios Estratégicos de la Universidad Nacional de Australia, asegura que a juicio de sus autoridades y funcionarios, restaurar la jerarquía histórica del Reino del Medio es determinante para la legitimidad de largo plazo del Partido Comunista.

 

Titanes en el ring

 

El despliegue hacia el oeste no carece de contradictores, que observan con preocupación esta novedosa larga marcha china. India proyecta desde los 90 del siglo pasado su política de Mirada al Este, renovada más recientemente por la de Conexión con Asia Central. Sin embargo, el propósito de acceder a los recursos energéticos de Myanmar y los mercados del Sudeste asiático y de posicionarse como tercera vía alternativa a Rusia y China no ha logado mayores resultados.  Especial inquietud despierta en Nueva Delhi el corredor económico, energético y logístico proyectado para vincular Xinjiang con los puertos pakistaníes de Karachi y Gwadar, a escasos kilómetros del puerto de Chabahar en el sureste de Irán, construido con aportes de India para acceder al Asia Central sin pasar por Pakistán.

 

El proyecto de Moscú de una Unión Euroasiática que busca fortalecer los lazos con los países otrora integrantes de la Unión Soviética también retrocede varios casilleros ante el socio que tiene en el contestatario Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS. La geografía integrante del Asia Central siempre fue concebida como espacio de influencia rusa por parte de sus gobernantes. Cabe advertir la notable vigencia que mantiene la teoría del heartland (o Corazón Continental) de Halford John Mackinder entre oficiales y estrategas rusos, en especial a través del trabajo de Alexander Duguin, que afirma la necesidad de formar un imperio euroasiático para la defensa territorial de Rusia. Es célebre la máxima que nutre la concepción geopolítica de Duguin, original de Mackinder: “Quien gobierne Europa del Este gobernará el Heartland, quien gobierne el Heartland gobernará la Isla Mundial, quien gobierne la Isla Mundial dominará el mundo”. Mackinder registró como dato crucial el hecho de que todas las invasiones padecidas por Europa y Asia se originaron en el Asia Central, como sucedió con los mongoles que rigieron China.

 

La constitución del grupo “16+1” entre China y 16 países de Europa Central y del Este, no todos integrantes de la Unión Europea, con la finalidad de modernizar infraestructuras de transporte, es observada con innegable recelo por una Bruselas que ni siquiera fue consultada. Es emblemática la compra del 67% del capital social del puerto griego del Pireo, por sugerir una alternativa de financiamiento que empodera a quienes suelen ser actores de menor importancia en el Viejo Continente. Berlín y París pueden denunciar los potenciales abusos que victimicen a sus “hermanos” del Este, por integrar una relación asimétrica, pero en su intimidad temen la competencia de la estratégica generosidad de la chequera china.

 

El contendiente y la misión 

 

En el Gran tablero mundial Zbigniew Brzezinski sostuvo que la primacía global de Estados Unidos dependía significativamente de la efectividad con que garantizara su preponderancia en Eurasia, para lo cual es imperativa la inexistencia de un poder Euroasiático en la región. En el discurso ante la Unión del 2015 Obama preguntó a los congresistas norteamericanos por qué motivo deberían permitir que China escriba las reglas que ordenen la región asiática. “Nosotros deberíamos escribir esas reglas” sentenció el presidente afroamericano. Cuando Obama brindó esa respuesta pensaba en Brzezinski.

 

Wu Sike formula otra pregunta: ¿es el TPP una OTAN económica? Porque parece claro que el objetivo primordial no pasa por incrementar la riqueza de los pueblos asiáticos sino por preservar e intensificar el dominio estadounidense en la región, de su moneda y sus empresas, para contener a China.

 

El escenario es interesante. Por un lado, el Imperio del Norte intenta imponer un software neoliberal diseñado a la medida de sus empresas multinacionales, que apenas encubre un ejercicio de hardpower económico contra el atrevido rival que pretende redactar códigos que son monopolio del primero (según éste, claro). Por otro lado, el Reino del Medio ofrece un hardware logístico y de infraestructuras físicas que es, al mismo tiempo, un estratégico ejercicio de softpower para conquistar adhesiones y formar alianzas.

 

Más de 2.000 años atrás Zhang Qian, el delegado imperial, comenzó una misión que no pierde vigencia: la de hacer saber al resto de las naciones y los pueblos del mundo que el lugar de la civilización china está en el centro, no en los márgenes.

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Una versión de este artículo fue publicada en Europa Press.

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