La globalización en su laberinto
Por Fredes L. Castro
7 de Setiembre de 2016
La decimoprimera Cumbre del Grupo de los Veinte (G-20) concluyó con un comunicado que transmite la voluntad de las partes de reactivar la vitalidad económica mediante sistemas multilaterales de negociación, la reducción del proteccionismo y “la construcción de un nuevo camino”.
Diplomacia de contubernio
De esta manera caracteriza Bertrand Badie, Profesor del Institut d’Etudes Politiques de París, a la combinación de gobernanza, conservación del orden y oligarquía que deriva de los grupos cerrados, compuestos por las naciones más ricas, que se organizan para debatir y definir las políticas que impactan en todo el planeta.
El antecedente genético de los G7, G8 y G20, lo encuentra en el Congreso de Viena de 1815, que reunía a los reyes de Inglaterra, Francia y Prusia, el zar de Rusia y el emperador de Austria. A partir de la experiencia bonapartista, aceptaron coordinar esfuerzos para mantener el orden de las cosas, enviando ejércitos allí donde detectaran alteraciones que lo comprometieran.
Para Badie esta ingeniería de relacionamiento internacional agoniza, al erigirse sobre una racionalidad inadaptada a los desafíos de los tiempos vigentes. En especial, enfatiza su incoherencia con la propiedad más novedosa de la globalización: la “intersocialidad”. En su concepción, la globalización enfrenta y comunica antes a las sociedades que a los Estados, por ello lo intersocial asciende en relevancia y se impone a lo internacional. El profesor Badie es sentenciante: “La intersocialidad da por tierra con todas las prácticas diplomáticas consagradas: las alianzas ya no tienen sentido, tampoco los pactos militares o los conflictos políticos tradicionales.”
Las redes mediáticas y digitales permiten, en efecto, que los eventos producidos en una geografía determinada transiten y sensibilicen a una velocidad mayor a la aptitud de los dispositivos políticos tradicionales para reaccionar y contener. De modo análogo, habilita relaciones entre sectores de distintos países, tal vez con una intensidad mayor a la que mantienen con los propios compatriotas participantes del mismo orden nacional, pero con otro estatus social.
La intersocialidad opera con más fuerza, como cabe esperar, entre los que tienen los recursos para actualizarla fuera del plano digital. Dicho de otra forma: los sectores de alto poder adquisitivo pueden transformar la comunicación digital en desplazamientos y contactos físicos reales. Las relaciones intersociales con sus iguales –otros sectores de alto poder adquisitivo, de otros países- obtienen mayor relevancia en sus vidas que las nacionales con sus compatriotas.
Puede conjeturarse que esto ha sucedido en la Gran Bretaña del Brexit: los londinenses, antes ciudadanos globales que británicos o ingleses, optaron mayoritariamente por preservar las desnacionalizadas conexiones intersociales. Los trabajadores y sectores de mellado poder adquisitivo, apostaron por repeler lo que de ningún modo ha demostrado beneficiarlos e intentar, de esa manera, restaurar el auxilio del Estado nación que integran.
La alianza internacional entre el Reino Unido y la Unión Europea perdió sentido –si acaso alguna vez lo tuvo- para estos últimos, y la rompieron. El conflicto político entre ellos y sus paisanos, no obstante, fue contenido por el sistema parlamentario británico. Un gobierno se rompió pero el conjunto que lo ampara resistió.
El régimen internacional de contubernio no da lugar a la manifestación de los pueblos menos afortunados, impidiendo expresiones que, al descomprimir, aseguran la supervivencia del sistema mediante su reformulación. Por ello, las respuestas del contubernio se reducen a la represión y los muros.
Cooperación Sur-Sur
Como consecuencia de crecientes malestares populares se repliegan los discursos y las políticas aperturistas. Son emblemáticas las oposiciones de altos funcionarios de los gobiernos de Alemania y Francia a la continuidad de las negociaciones por la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) y de ambos candidatos a la Casa Blanca a brindar respaldo al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés).
Sigmar Gabriel, vicecanciller germano y responsable del Ministerio de Economía y Energía, es lapidario, considera que el TTIP ha fracasado, más allá de que “nadie verdaderamente lo admita”. El dirigente del partido socialdemócrata, dice más: “Como europeos no debemos someternos a las demandas americanas”. Las ambiciones de Gabriel para las próximas elecciones tienen en cuenta que el 59% de sus compatriotas no simpatiza con este acuerdo. Los franceses, a través del Secretario de Comercio Matthias Fekl, pidieron que las negociaciones se detengan. En la otra orilla del Atlántico, la emergencia de Trump y su furiosa diatriba contra la globalización obligó a Hillary Clinton a retroceder sobre sus pasos para comprometerse contra el TPP.
Es curioso. Uno de los Estados que más obstaculiza la intersocialidad -la comunicación digital entre su sociedad y las del resto del mundo- es uno de los más interesados en defender la globalización. Podemos imaginar los esfuerzos de los diplomáticos chinos para que en el comunicado final del G20 se multipliquen los cuestionamientos contra las medidas proteccionistas y los términos favorables a la liberalización del comercio. Es comprensible que lo hagan, por contar con ventajas que –todavía- benefician las ventas de sus productos industriales en los mercados externos. Sin embargo, saben que no pueden defender cualquier forma de globalización.
La globalización con características chinas se compone de logos como “cooperación ganador-ganador” y “comunidad de destino común”. Su oferta exterior propone inversiones e intercambios comerciales sin injerencia en las dinámicas políticas de socios y receptores. Se diferencia del accionar invasivo de los países occidentales y sus organismos multilaterales, al tiempo que reclama la actualización de los últimos, asunto que forma parte de la agenda de numerosas economías emergentes.
El componente contestatario chino, demandante de nuevas modalidades representativas en las instituciones internacionales, ganó la simpatía de los gobiernos progresistas de América del Sur, al punto que incorporó al país más poderoso de la región como la primera consonante de la sigla BRICS. Su opción a favor de la liberalización comercial obtuvo y obtiene el acompañamiento de los gobiernos de signo conservador de la misma región. El compromiso de no injerencia despierta gran atractivo, especialmente en los autoritarismos africanos (explotando, como la Rusia de Putin, el lado oscuro del poder blando). Americanos y africanos del Sur son también, por un lado proveedores de los recursos energéticos y productos primarios vitales para China y, por el otro, compradores de sus servicios y bienes industriales.
La cooperación Sur-Sur es una realidad sumamente beneficiosa al proyecto globalizador del gigante comunista.
Sustentabilidad y cambio
La promesa del Comunicado del G20 de reducir el proteccionismo no es, por lo menos en el corto plazo, sustentable con resistencias populares mayoritarias que pueden imponer su voluntad en las democracias centrales de Occidente.
Los sistemas multilaterales de negociación no sólo deben adecuarse al cambio sistémico global motorizado por la re-emergencia de China y la emergencia de las economías del Sur, sino también al impacto que las interdependencias e intersocialidades, combinadas con las innovaciones tecnológicas, producen en esquemas representativos decimonónicos.
Todo proyecto globalizador de la República Popular de China enfrentará las tensiones que existen en las democracias occidentales, posiblemente con carácter agravado por ser mucho mayor la grieta que separa a sus ciudadanías globalizadas de las obreras y las que habitan en su interior rural.
Los países con economías dependientes, como es el caso de los latinoamericanos, deben diseñar planificaciones con criterios pragmáticos, que aprovechen los modelos e intereses en pugna entre las potencias contendientes, evitando pendulaciones tan impulsivas como contraproducentes.
Entre las abstracciones de rigor que caracterizan pronunciamientos como el comunicado del G20, un dato se destaca como cierto: la necesidad de los pueblos y Estados de este planeta de construir un nuevo camino.