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Putin y la inteligencia americana

Por Fredes L. Castro

8 de enero de 2017

Jeremy Scahill y Jon Schwarz describen una preocupante tendencia en el escenario político de su país según la cual aquellos que descreen de las aseveraciones de las oficinas de inteligencia o reclaman mayores evidencias que acrediten las denuncias contra el gobierno ruso son sospechados de simpatizar con Donald Trump o sindicados como agentes soviéticos. “Las agencias de inteligencias de los Estados Unidos han demostrado repetidas veces que mienten con regularidad y que hacen las cosas horriblemente mal”. Recuerdan que la patria de Obama tiene una larga historia de interferencias en los asuntos de otros países, que incluye el derrocamiento de varios gobiernos democráticamente elegidos.

 

En The Intercept (mismo medio en que se desempeñan Schaill y Schwarz) Sam Biddle hace una brillante exposición crítica de las evidencias suministradas regularmente para justificar la acusación contra Rusia por el hackeo al partido demócrata. En primer término destaca la inexistencia de afirmaciones contundentes, por el contrario en todos los casos se trata de sugerencias circunstanciales o meramente indiciarias. Advierte que las fuentes aportantes de estos elementos involucran a investigadores independientes (“algunos con afiliaciones académicas y antecedentes serios”), firmas de seguridad privadas con intereses creados y otras personas que “básicamente son tipos en el twitter”.

 

Biddle se preocupa especialmente de las firmas privadas, por ser las que logran proyectar sus conjeturas a través de los medios de comunicación (muy especialmente CrowdStrike). Estas empresas no logran realizar diagnósticos sólidos ni precisar técnicas informáticas que conecten a los hackers con organismos gubernamentales rusos; reconocen que la información proporcionada en sus reportes es obtenida “de fuentes creíbles y plausibles pero no de una calidad suficiente o suficientemente corroborada como para garantizar un alto nivel de confianza” (reporte de SecureWorks de junio de este año en el que explica la “moderada confianza” de su denuncia); vinculan el uso de un malware con el gobierno ruso por la creencia de que sus desarrolladores son rusoparlantes que operan en horarios coincidentes con los tiempos diurnos de las principales ciudades rusas (argumento de FireEye); y excluyen premeditadamente evidencias que no sustentan las hipótesis que apuntan al gobierno ruso (de nuevo FireEye). El investigador de The Intercept subraya el interés económico de estas empresas en hacer que la internet sea lo más tenebrosa posible y el déficit nuclear de todos las “pruebas” que aportan: no incluyen la captura de comunicaciones entre los hackers y funcionarios rusos.

El reporte de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional suministra las conclusiones del FBI, la CIA y la NSA que responsabilizan a Moscú de los ataques y las acciones de desinformación que atentaron contra el proceso electoral norteamericano y las posibilidades electorales de Hillary Clinton, pero sin proveer evidencia alguna en tal sentido. Para David Graham la comunidad de inteligencia se limita a decir a la ciudadanía a la que sirve: “Confíen en nosotros”. Con todo, no llega a ser tan deficitario como el impresentable documento elaborado conjuntamente por el Departamento de Seguridad Interior y el FBI del 29 de diciembre del año pasado, relativo a las maliciosas ciber actividades rusas. Por cierto que no genera mayor confianza descubrir que el FBI ni siquiera investigó los servidores del Comité Nacional Demócrata que fueron hackeados (torpeza, entre otras, que habilita todo tipo de teorías conspirativas, justificadamente).

 

Lo que más preocupa a la corporación de espías no es lo que piensen diversos periodistas o la ciudadanía contribuyente, sino la desconfianza del nuevo ocupante del Salón Oval acerca de sus hipótesis y conclusiones, tal como se pudo verificar en la audiencia celebrada el 5 de enero ante el Comité de Servicios Armados que preside el senador republicano John McCain. En un intercambio con la senadora demócrata Claire McCaskill el Director de Inteligencia Nacional James Clapper enfatizó la diferencia entre el escepticismo y el menosprecio, en relación a los exagerados cuestionamientos ventilados por “oficiales electos”.  

 

Efectivamente, a la hora de definir el rol ruso en los ataques cibernéticos  Donald Trump llegó a mostrar mayor sintonía con Julian Assange que con la inteligencia del país que en breve presidirá, lo que llevó a Zack Beauchamp a expresar: “Un presidente republicano es proclive a impulsar las ideas de un activista anti-estadounidense, vinculado a Rusia que literalmente publicó un libro titulado El mundo según el Imperio de Estados Unidos. Es un momento revelador que transmite lo extraño que la política internacional y doméstica va a ser en la era Trump.” Es difícil predecir qué curso puede tomar una intensificación de divergencias entre el nuevo habitante de la Casa Blanca y la comunidad de inteligencia, pero tal vez sea recomendable que Trump revise la experiencia de Richard Nixon que tuvo que aprender de la peor manera las particularidades de una burocracia que sabe cultivar las distancias que pueden impedirle accesos de corto plazo, pero que le aseguran una influencia de largo término.

Las injerencias rusas en perjuicio de Hillary Clinton obtienen credibilidad si se tienen en cuenta las acusaciones que Putin dirigiera contra la entonces Secretaria de Estado de Obama, a fines del 2011, como promotora de las protestas realizadas en su contra luego de las elecciones legislativas previas a su retorno como Jefe de Estado, con el objeto de instalar un marco caótico por supuesto fraude electoral. De ser así, el ex agente de la KGB fue exitoso en donde la ex primera dama fracasó: logró impactar en el vértice del poder ejecutivo de la potencia contradictoria.


Si nada tuvo que ver Putin con el proceso electoral que concluyó con el triunfo del ex animador de reality shows, tiene también sobrados motivos para celebrar, en la medida que las naciones del mundo (con agravado temor por parte de los aliados de Washington), contemplan preocupadas o divertidas las grietas e incoherencias de las burocracias partidarias y estatales de estos bizarros Estados Unidos de América.  

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Una versión de este artículo fue publicada por ALAI (Agencia Latinoamericana de Información).

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