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La voluntad italiana

El referéndum celebrado en Italia fue animado por una elemental disyuntiva: aceptar o rechazar las reformas constitucionales promovidas por Matteo Renzi. Los objetivos del ex primer ministro fueron debilitar los roles legislativos y de injerencia institucional del Senado, fortalecer el poder de la autoridad ejecutiva central y, a través de una nueva ley electoral, asegurar a cada administración nacional una mayoría en la Cámara de Diputados que funcione como seguro de estabilidad gubernamental. Renzi cumplió con su promesa de dimitir cuando sus propuestas fueron rechazadas.

La política

 

Matteo Renzi fue la tercera cabeza de gobierno no electa desde la caída de Berlusconi a fines del 2011, operación orquestada en las sombras por Giorgio Napolitano y Angela Merkel de acuerdo a ciertas tesis conspirativas (pero no por ello carentes de razonabilidad). Antes que Renzi Mario Monti y Enrico Letta intentaron consolidar planes de austeridad fiscal y de revitalización del sistema financiero italianos, con programas que fueron truncados por su incapacidad para preservar sus jefaturas.

Renzi provocó al electorado con su renuncia, alentando el temor de una inestabilidad agravada, tanto en el caso de que asuma un cuarto gobierno tecnocrático (tal vez, menos sensible que el suyo) como en el de una elección que habilite un gobierno populista liderado por Beppe Grillo y su Movimiento 5 Estrellas. Si la estrategia de Renzi hubiese funcionado, contaría con la legitimación popular que no logró Monti y que jamás intentó Letta, como paso previo a una reforma constitucional que empoderaría sus funciones como primer ministro.

Beppe Grillo construyó y construye su legitimación mediante cuestionamientos al establishment y a la dinámica globalizadora, pero el carácter difuso y movimientista de sus aliados y seguidores despierta dudas acerca de su capacidad para conducir un gobierno. Grillo ha prometido su propio referéndum, para que los italianos decidan o no continuar en la zona euro. El pícaro comediante sabe que la constitución de su país prohíbe plebiscitar la adhesión a acuerdos internacionales, con lo cual está “obligado” a producir una reforma del texto constitucional. En tal supuesto ¿ofertará soluciones concentradoras de poder en línea con el modelo Renzi, o se atreverá a modalidades disruptivas, coherentes con sus posicionamientos originales, en especial bajo la estrategia del fallecido Gianroberto Casaleggio, a favor de una democracia no delegativa y “en primera persona”?

La economía

 

La Italia de Renzi y Grillo contabiliza 7 años de contracción y una tasa de desempleo superior al 11%, con regiones que superan significativamente este promedio. Tiene además una deuda equivalente al 114% de su PBI (con un riesgo crediticio de BBB- y BBB+ según Standard and Poor’s y Fitch respectivamente). La incertidumbre edificada por Renzi posiblemente contribuya a empeorar el riesgo crediticio y a encarecer el costo de nuevo endeudamiento. El peor escenario es el de un agravamiento económico que en algún punto impida honrar las deudas, con un default incompatible con la vigencia del euro, que obligaría a Italia a salir de la moneda común (lo que eliminaría el adjetivo comunal del numerario).

El sistema bancario italiano posee cientos de miles de millones de dólares de deuda incobrable y Renzi quiso emplear 45 mil millones de los contribuyentes para evitar el colapso de las entidades más comprometidas, cosa que riñe con la normativa de la Unión Europea, defendida a rajatabla por Angela Merkel, que reclama una primera intervención de los propios inversores institucionales (en pos de un esquema que incentive conducciones bancarias diligentes).  Buena parte de esos inversores en Italia son ciudadanos de a pie (el 45% según Bloomberg), por ende imponerles pérdidas implica costos sociales (y electorales) impredecibles.

Por otro lado, el Banco Central Europeo (BCE) en el 2012 garantizó los bonos de Italia y de otros países, para repeler una caída de confianza que amenazó con espiralizarse. Esta entidad y las economías europeas no endeudas (de nuevo con Alemania a la cabeza) no simpatizan con rescates que impliquen gastos y mayores endeudamientos, lo que atenta contra la solvencia de los garantizados y el consecuente interés de los garantes.

Marcello Minenna informa un aumento del diferencial de rendimiento de más de 60 puntos entre los bonos a 10 años alemanes en relación a sus pares italianos en las últimas semanas (desde finales de septiembre el bono del gobierno italiano a 10 años ha aumentado en 80 puntos básicos, los bonos españoles casi 70 puntos y los alemanes poco más de 30 puntos). Según Minenna: “el mercado está mirando más allá de las garantías de Mario Draghi en el corto plazo y considera la reducción de la compra de bonos por parte del BCE en 2017 como inevitable.”

Lo descripto acontece en el marco de una sutil pero creciente inflación en la eurozona, que sin embargo impacta positivamente en la deuda alemana, por una tasa de interés que crece por debajo de la inflación de ese país lo que deprime su deuda a una relación del 70% del PBI. Italia, por el contrario, con tasas de interés altas y deflación de precios incrementa una deuda cuya insustentabilidad crece, como crece la divergencia de sus condiciones económicas estructurales en relación a las germanas.

El sistema

La perversa inteligencia del sistema financiero italiano (de ningún modo exclusivo de este país) fomenta endeudamientos y rentismos generalizados, para que las responsabilidades no recaigan sobre los verdaderos propiciadores de las crisis, consecuencia de lo cual los sacrificios deben soportarse popularmente.

Notable: la respuesta político institucional ante el desafío euroescéptico pasó por una oferta restauradora de la potencia gobernante del Poder Ejecutivo Nacional, a la vez que debilitante de las pluralidades y la deliberación que alimentan la impronta democrática de sistemas parlamentarios y legislaturas republicanas. Desde una perspectiva de ingeniería constitucional, la fracasada reforma de Renzi no sugirió menos populismo que el imputado a su comediante contradictor.

En la medida que no se revisen condiciones estructurales de la economía real italiana (y las de otros países con deficiencias similares) cualquier fortalecimiento de los ejecutivos nacionales se perseguirá con el paradójico objetivo de viabilizar programas diseñados fronteras afuera de su dominio soberano. Las alternativas a la no revisión de los déficits económicos estructurales son el endeudamiento y el consiguiente recorte de la autonomía nacional. La moneda común entre países con trayectorias productivas crecientemente divergentes es uno de los déficits estructurales que debe ser revisado.

El resultado del referéndum italiano sintoniza con el populismo mercantilista de Donald Trump. El triunfo de Alexander Van der Bellen en Austria constituye un consuelo para la Unión por su perfil europeísta, sin embargo su oposición al TTIP, el acuerdo transatlántico de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, lo ubica en la vereda contraria a los ímpetus más globalizantes.

Un informe de la Comisión Europea del año 2015 observó que los italianos eran los ciudadanos con la confianza más baja en la moneda común de toda la eurozona. La posibilidad de que Beppe Grillo y sus aliados intenten evaluar la voluntad de sus compatriotas en este sentido es es más potente que nunca.

Por Fredes L. Castro

5 de diciembre de 2016

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Una versión de este artículo fue publicada por el Instituto de Investigaciones de Políticas y Proyectos Públicos del Círculo de Ministros, Secretarios y Subsecretarios del Poder Ejecutivo Nacional (ICIMISS) y por Europa Press.

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