Columnistas
En La Nación Joaquín Morales Solá llama la atención sobre los errores diplomáticos en que incurrieron numeros funcionarios argentinos, desde el Presidente hasta la Canciller Malcorra y tipea una conclusión predecible: “Macri deberá imaginar cuanto antes la reinserción argentina en otro mundo. Se termina el mundo que contaba con el encanto moral de los discursos de Obama en el liderazgo planetario. Surge ahora un mundo de hombres fuertes y estrafalarios.”
Observaciones
Se queda corto con la conclusión Morales Solá y no explica la dinámica que produce un mundo de “hombres fuertes y estrafalarios”. Lo que se verifica, no tanto en el mundo como en las economías centrales de Occidente, es una preferencia de sectores mayoritarios o crecientes de sus electorados por ofertas antisistema. El talante estrafalario responde a una estrategia pícara de los trumps que surgen en distintas geografías, por la cual actúan fuera del marco de una corrección política que, en especial pero no exclusivamente, las “ciudadanías profundas” juzgan artificial e hipócrita, propia de los establishments.
Si estos dirigentes se comportan como machistas incurables o bocones contradictorios es para convencer acerca de un temperamento para nada abundante: la autenticidad. Lo que buena parte de los electorados europeos y norteamericano pretenden es alguien que auténticamente se atreva a alterar el orden imperante en estas décadas de empobrecimiento y declinación salarial. A Morales Solá le interesa que el Presidente argentino tome nota de una energía expansiva que denuncia un agotamiento con los elencos estables del poder económico y político, porque los representantes autóctonos de esa disposición antisistema no son los CEOs, ni los grupos económicos y mediáticos dominantes de Argentina. Es curioso: podemos acusar dos destiempos: el de un populismo regional que se adelantó a una movida que en este año evidencia pronunciamientos emblemáticos en el corazón de las economías centrales, y el de una voluntad aperturista neo-neoliberal que encuentra cada vez menos adeptos entre las grandes potencias atlánticas, la rectora alianza sajona en primerísimo lugar (Brexit + Trump).
A Morales Solá le atormentan dos escenarios: 1) el de un gobierno “moderno” que por motivos electorales se ve obligado a ceder a la tentación populista; y 2) el de una restauración populista si el gobierno persiste con su plan “normalizador”, sin obtener mejoras económicas tangibles. Me preocupa otro escenario, el de un populismo conservador y excluyente, del tipo europeo-trumpista, que apueste por el resentimiento y no la esperanza, que dirija broncas contra establishments, pero también –y calificadamente- contra los sectores más vulnerables del espectro social.
El Donald
En Clarín explican lo obvio: que el voto latino no es una cosa homogénea, y por ende hubieron votantes de ascendencia o cuna hispana que votaron por Trump.
Observaciones
El voto latino iba a ser clave contra Trump. Sí, claro. El voto latino es un logo como el de las relaciones Sur-Sur. Poco y nada tienen en común los cubano americanos que apenas pisan la tierra de Lincoln obtienen los derechos de cualquier ciudadano con los mexicanos, guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y un largo etcétera de gentes que peregrinan a la tierra del sueño americano, tan sólo para comenzar una nueva y difícil trayectoria. Algunos de ellos, sin embargo, aprenden el capitalismo con mayor fluidez que el idioma inglés, y se apartan de solidaridades que uno imaginaría naturales. De ninguna manera lo son. De hecho, el éxito de Trump en buena medida responde a la capacidad de oponer sectores que, en principio, podrían coincidir en sus demandas más cruciales.
El Donald supo ganar el favor de los trabajadores blancos intensificando broncas de ellos hacia trabajadores extranjeros. He aquí una diferencia clave entre los populismos de aquí, con los de allá. En nuestra región es raro encontrar un populismo pro obrero que haya puesto el acento en tonterías como la supremacía racial o litigado contra otros pueblos vecinos. Todo lo contrario, los populismos electoralmente exitosos de la región, en primer término el peronista, promovieron agendas latinoamericanistas y siempre incluyeron nuevos colectivos sociales (trabajadores, mujeres, diversidades sexuales y extranjeros). No compremos buzones homogeneizantes de ningún tipo.
El Donald II
Los líderes europeos, dicen en La Nación, saludan a Trump con resignación mientras Putin descorcha a lo pavote. En Clarín Paula Lugones ofrece un buen posible espectro de medidas a adoptar por Donald apenas ocupe la Casa Blanca. Página12 describe otro posible plan, basado en sus promesas de campaña. En el último medio Atilio Borón afirma que tanto Hillary como Trump son más o menos lo mismo: agentes de la policía imperial. Me parece muy superadora la breve exposición que el gran Tokatlian hace en Página12, de la que extraigo este párrafo: “es importante destacar que su proyecto no es conservador–propiciar cambios muy incrementales en el marco de la afirmación de un orden establecido y con una mirada cautelosa de la razón humana y el futuro. Su proyecto es reaccionario–regenerar una suerte de arcadia regresiva o edad de oro en que el país gozaba de un esplendor material, la sociedad era bastante armónica y la nación resultaba más soberana.”
Observaciones
El nuevo presidente norteamericano prometió dos repliegues globales clave, uno que compromete la seguridad de los aliados tradicionales del Este Asiático (Corea del Sur, Japón y, sobre todo, Taiwan) y otro que afecta a esa península asiática que suele denominarse Europa. En el primer caso, China germina todos los temores de buena parte de los países que tienen medianeras con ella. En Europa temen que la reemergencia rusa bajo el mandato de Putin cobre nuevo ímpetu. El tiempo dirá en qué vasta medida el prestigio y la confianza que caracterizaron las políticas exteriores de Washington mermaron a la baja, durante un proceso electoral que terminó de la peor manera para los integrantes de la alianza global que hizo posible el mundo tal como lo conocemos.
Donald Trump hizo público su desprecio y absoluto desinterés por mantener eso que suele presentarse como “liderazgo del mundo libre”. Por un lado, prometió reconcentrar esfuerzos y recursos en los dilemas domésticos y facturar cualquier auxilio externo y, por otro, dejó en clara su insensibilidad por intervenciones democratizantes y a favor de la vigencia de los clásicos valores estadounidenses. Las ofertas civiles, propagandísitcas, el soft power de Occidente, comenzó su derrumbe con la incapacidad europea de responder eficazmente ante el desastre migratorio humanitario de Medio Oriente, se completa ahora con la llegada del primer animador de un reality show a la Casa Blanca.