La cuestión coreana
Por Fredes Luis Castro
17 de marzo de 2017
El Secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson sostuvo el último 16 de marzo que la política de los últimos 20 años de su país hacia Corea del Norte en orden a su desnuclearización han fracasado, y sugirió un nuevo tipo de aproximación. Tillerson hizo estas declaraciones durante la gira que está realizando en distintos países del Este Asiático, antes de reunirse con su par japonés, con el que espera intercambiar pareceres al respecto. Pocos días antes, el Ministro de Relaciones Exteriores de China Wang Yi, en una conferencia de prensa brindada ante medios nacionales y foráneos, propuso una solución diplomática de dos vías, de “suspensión por suspensión”. Esta oferta apunta a una paralización de las pruebas armamentísticas por parte de Pyongyang por un lado, y de los ejercicios militares conjuntos de Seúl y Washington por el otro.
Entre el Águila y el Dragón
Flynt L. Leverett, profesor de Asuntos Internacionales y Estudios Asiáticos de la Universidad Estatal de Pensilvania, cuestiona la estrategia de Donald Trump hacia los países asiáticos y los incentivos a que da lugar, por un excesivo interés mercantilista que aprovecha amenazas regionales, como la nuclear norcoreana, para arrancar concesiones comerciales de sus condicionados aliados. “En el caso de una Asia estable, ¿cómo podría Trump usar el poder militar para obtener concesiones económicas de nuestros aliados o de China?” interroga Leverett. A la capciosa pregunta del académico (también exfuncionario de estratégicas burocracias estadounidenses) se podría responder que sin tanta inestabilidad, de arranque, se complicaría la venta de un sistema de misiles que Lockheed Martin brinda por un valor no menor a los 800 millones de dólares.
Se trata del sistema móvil de defensa antimisiles THAAD que Estados Unidos desea desplegar en Corea del Sur, resistido por China. Sucede que el radar del sistema THAAD tiene la capacidad de recopilar información de las ojivas nucleares chinas en las pruebas que el gigante asiático realiza, regularmente con una orientación Este-Oeste (dirección adoptada, casualmente, para no perturbar sensibilidades surcoreanas). De más está decir que también serviría para suministrar vital y temprana información a Washington sobre una agresión o retaliación misilísticas chinas contra la potencia americana. China podría reducir las capacidades vigilante y espía del radar THAAD redireccionando sus pruebas hacia el este, hacia las aguas que también bañan las costas surcoreanas (cuando un radar está dirigido contra la parte frontal de un misil su capacidad informativa se reduce significativamente, por la menor reflexión electromagnética de la nariz y los lados del cono), pero esto alteraría los ánimos de este país.
Si China dirige sus pruebas balísticas en dirección a la geografía de la Corea capitalista configura una amenaza para el sur peninsular, si no lo hace se arriesga al espionaje norteamericano. Si la patria del Gangsta Style adquiere el escudo THAAD amenaza la seguridad china, si no lo hace se arriesga a la agresión norcoreana y al malestar político económico del Pentágono. Es lo que el profesor Li Bin caracteriza como un verdadero dilema securitario.
El caso THAAD es un capítulo más de la histórica novela de relaciones entre los divididos pueblos coreanos con Estados Unidos y China, que narra las influencias que las potencias han ejercido en la confección de las políticas domésticas y exteriores de los territorios separados por el paralelo 38º.
Evoluciones
Hasta 1999 las “Cuatro Grandes Líneas Militares” fueron junto con la ideología Juche pilares esenciales de la ingeniería política diseñada por Kim Il-sung. Un pueblo armado, un estado fortificado, hacer de cada soldado un cuadro y la modernización militar, fueron directrices consagradas como garantía de la estabilidad del régimen y de la independencia nacional. Kim Jong-il sustituyó las Cuatro Líneas por la doctrina songun o de la primacía militar. Sumamente criticada por los sacrificios que implicó para los 24 millones de habitantes sostener un ejército de más de un millón de efectivos, sin embargo puede conjeturarse que fue una anómala forma de avanzar hacia la desideologización y la desmilitarización de toda la sociedad (con repliegue, no renunciamiento, de la ideología juche), a favor de un cuerpo organizado, controlado y vocacionalmente pragmático (en desmedro simbólico del proletariado y real del poder del partido).
En el VII Congreso del Partido, el primero en 36 años, celebrado en el 2016, Kim Jong-un consolidó la estrategia byungjin como sucesora de la doctrina songun, que apunta a un progreso simultáneo de lo nuclear disuasivo y lo económico. La dimensión militar cedió su primacía, para compartir (al menos, por ahora, en lo estratégico discursivo) prioridades con el desarrollo económico. Cabe registrar que el tránsito entre la primacía militar y la estrategia byungjin fue contemporáneo al desmembramiento estatal y la desintegración social del totalitarismo soviético, del que tomaron debida nota las jerarquías del comunismo norcoreano.
En Corea del Sur fue la administración de Kim Dae-jung la primera en atreverse a un programa de mayor autonomía respecto de Washington, con su Política del Sol, de distensión, coexistencia pacífica y reconciliación con Corea del Norte. Su sucesor, Roh Moo-hyun, fue mucho más atrevido, y formuló una política de Paz y Prosperidad en el Noreste Asiático signada por la idea de una declinación americana, paralela a la reemergencia china. No desconoció la alianza militar con Estados Unidos, pero promovió una cooperación regional propiciando un rol central y equilibrador (especialmente entre China y Japón) de su país. El gobierno de Lee Myung-bak, que inició en el 2008, puso fin a esta estrategia tan ambiciosa como un tanto contradictoria en sus metas. Pero la Corea Global con que Lee quiso trascender la iniciativa de su predecesor, no se desconectó de su filosofía. La exposición internacional que compensó la menor injerencia regional, permitió sortear cualquier malestar estadounidense, al tiempo que se erigieron redes y relaciones aptas para contener a Seúl cuando el ocaso americano tuviese lugar. La presidenta recientemente destituida Park Geun-hye puede considerarse una continuadora de esta línea, con la creación en el 2013 del MIKTA, asociación constituida por México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia. Su decisión de facilitar el despliegue del sistema THAAD es coherente con el vínculo estratégico con Washington preservado por otros jefes de estado.
Escenarios, intereses y esperanza
La “norcoreización” del temperamento que habita la Casa Blanca aporta un elemento de incertidumbre tal que dificulta predecir con algún margen de seguridad los escenarios posibles en esta región y otras partes de Asia. Habrá que ver si el interés mercantilista de Donald Trump se impone sobre las estrategias convencionales de sus burocracias, o sucede lo contrario. De hecho, mientras termino este artículo, Rex Tillerson, con tono perentorio, advierte que “todas las opciones están sobre la mesa” con respecto a Corea del Norte, lo que no descarta una definición militar.
Es el tipo de pronunciamientos que Xi Jinping desea que se eviten, en particular a meses de la realización del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China, que aprobará su segundo mandato al frente del gobierno. Pero no importa quién gobierne el Reino del Medio, no existe posibilidad alguna de que comulgue con intervenciones militares o acciones desestabilizantes del régimen vecino y colega, más allá de puntuales sanciones económicas destinadas a impedir peligrosos progresos nucleares armamentísticos. Históricamente para China la península coreana siempre fue un espacio sensible para su soberanía, habilitante de penetraciones extranjeras. Esto no ha cambiado, por el contrario es inimaginable que opere a favor de una unificación que permita la mudanza de los 30 mil soldados americanos estacionados en Corea del Sur a zonas aledañas a su frontera. Demandante formidable de recursos naturales, tampoco desea que los tesoros minerales de Corea del Norte sean aprovechados por otros países, como lo hizo la industria japonesa durante la ocupación de la primera mitad del siglo pasado.
En El largo siglo XX Giovanni Arrighi sostiene que la guerra de Corea, que concluyó con una tregua que mantiene partido al país desde 1953, significó el despegue económico de Japón. Es posible que sea una de las causas que contribuyó al desarrollo de la posguerra mundial, sin embargo la internacionalización de sus industrias y un eslabonamiento de producciones que lo centralizan como generador de tecnologías de punta fueron materializados en tiempos de paz. Japón tiene en claro que no puede mudar de barrio, por ende, como China, apostará por la estabilidad y las vías diplomáticas. Dicho esto, me atrevo a conjeturar que los sensatos deseos de Shinzo Abe de revisar el texto constitucional para fortalecer las defensas militares de su país pueden aprovechar los momentos (y los gobiernos) impredecibles para intensificar sus propuestas.
Lo que pretende Kim Jong-un no es muy diferente a lo aprendido de su padre y su abuelo: ajustar los engranajes que hacen funcionar un sistema totalitario, al tiempo que con una gradualidad de cámara lenta ajusta ese sistema al ecosistema político y económico global. En este sentido, sobre su programa nuclear quiere que sea tolerado, a cambio de no incrementar su arsenal y no exportar los conocimientos inherentes. Sus hermanos y compatriotas del sur capitalista necesitan concentrar energías en lo inmediato, obtener de todos los actores interesados un paréntesis en las conflictividades que les conciernen, para preparar las próximas elecciones presidenciales luego del proceso que terminó con la expulsión de Park Geun-hye. La ex presidenta tuvo, entre otras dificultades, un rechazo popular a la instalación del sistema THAAD, al que luego se sumó el descontento por su incapacidad para poner fin al boicot económico chino aplicado por ese motivo. Para peor, Rusia se alió con el gigante comunista en el rechazo, complicando el escenario internacional. Seúl espera que las potencias tomen nota de todas estas disrupciones.
El próximo presidente surcoreano deberá definir líneas de acción para enfrentar estos desafíos, entre los que se inscribe también la cuestión relativa al parque industrial Kaesong. Una reapertura del polígono industrial es, quizás, la ventana de oportunidad para disparar nuevos acuerdos con Kim Jong-un y buscar convergencias entre los intereses económicos y políticos que contienden.
La unificación alemana se produjo como consecuencia de la indetenible decadencia de la Unión Soviética, toda Corea debe edificar la propia mientras testimonia la reemergencia de otra potencia autoritaria y de bandera comunista. El resiliente pueblo coreano espera menos que el siglo XXI sea la centuria china, porque abriga esperanzas de que sea fundamentalmente el de la unidad sólida y definitiva de toda su patria.
Una versión de este artículo fue publicada por ALAI (Agencia Latinoamericana de Información).