Canadá y las disputas por el orden internacional
En una presentación ante la Cámara de los Comunes canadiense el 6 de junio pasado la ministra de Relaciones Exteriores de ese país, Chrystia Freeland, brindó una notable visión del escenario político y económico internacional, con descripción del rol que corresponde a Canadá en función de los cambios experimentados en otras geografías, en primer término en el hegemón vecino.
Con contundencia introductoria la ministra disparó: “Relaciones internacionales que parecieron inmutables durante 70 años están siendo cuestionadas. (...) Pactos de extensa trayectoria que han constituido la base de nuestra seguridad y prosperidad durante generaciones están siendo puestos a prueba.” Para la funcionaria “nuevos imperativos humanos compartidos”, entre los cuales mencionó a la lucha contra el cambio climático en primerísimo lugar, requieren una renovada resolución. Esta resolución, agrega, no tendrá lugar si lo que se impone es “la estrecha búsqueda del interés nacional propio”, aspiración que identifica con una ley de la selva que sólo produce pobreza, muerte y el horror que el mundo conoció en otros momentos.
Al tiempo que Freeland advirtió sobre la necesidad de respetar las “inviolables fronteras nacionales” conminó a militar por una verdadera comunidad mundial. Esta pretensión revela el difícil equilibrio que intentan materializar los decisores de buena parte de las naciones centrales, entre los límites e intereses de un estado nación y las preocupaciones de sus pueblos, versus las demandas e intereses de actores multinacionales. Es, por otro lado, una respuesta a la provocadora columna publicada en el Wall Street Journal el 30 de mayo de este año, redactada por dos funcionarios de Trump: el Asesor de Seguridad Nacional, H.R. McMaster, y el presidente del Consejo Económico Nacional, Gary Cohn. Rescato el siguiente párrafo, por ser medular de una doctrina norteamericana que Trump se atreve a explicitar:
El presidente se embarcó en su primer viaje al extranjero con una visión clara de que el mundo no es una "comunidad global", sino un espacio en el que las naciones, los actores no gubernamentales y las empresas se involucran y compiten por la ventaja. Llevamos a este foro una fuerza militar, política, económica, cultural y moral inigualable. En lugar de negar esta naturaleza elemental de los asuntos internacionales, la aceptamos.
La ministra canadiense informó el compromiso de su patria con la comunidad internacional enumerando todas las conflagraciones en las que participaron, que incluyen las desastrosas incursiones en Afganistán e Irak. Para Freeland, habida cuenta de la privilegiada localización geográfica y securitaria los canadienses “podríamos concentrarnos en nuestras cosas, decir Canadá primero”, pero existen desafíos que exceden las invasiones extranjeras, alerta, y además de insistir con el cambio climático, denunció como amenaza a la salud global el expansionismo ruso.
Al reiterar que la “santidad de las fronteras nacionales” configura el pilar más importante del orden liberal internacional parido por “las carnicerías de la Primera y Segunda Guerra Mundial” mencionó a Rusia y al Daesh (Estado Islámico), pero pensaba también en la reemergencia de China y sus reclamos en los mares adyacentes. Sin embargo, dejó de lado su prédica y fe en las fronteras al defender la libertad comercial. Su carácter de vocera de los intereses centrales se evidencia al promover la libre circulación del capital, nunca de las personas, contra las cuales erige fronteras, y al enfatizar el crujimiento del orden liberal cuando es propiciado por países contestatarios al statu quo.
Refirió a China como la parte más relevante de uno de los dos mayores desafíos que enfrenta el orden internacional: “la emergencia del Sur global y Asia”. Es interesante registrar que para la ministra el desafío estriba en incorporar a China y al mundo emergente de una manera que preserve lo mejor del viejo orden y permita encarar exitosamente -una vez más- la amenaza del cambio climático. Este desafío interdependiente parece guionado por Beijing, única superpotencia presente en el Acuerdo de París. Surge el interrogante: ¿el cambio climático y el apartamiento al Acuerdo decidido por Trump, son la excusa que esperaba Canadá para acomodarse a la re-emergencia china?
La responsable de la política exterior de la patria de Jim Carrey y Alanis Morissette señala como segundo gran desafío la animosidad de diversos sectores de las comunidades occidentales contra la globalización. Confiesa la responsabilidad de los gobiernos por no aplicar mejores programas domésticos de distribución de la riqueza, pero compensa esta ineptitud con el avance de innovaciones digitales y automatizaciones sustitutivas del trabajo humano.
La subordinada del primer ministro Justin Trudeau lo ratificó como uno de los rostros buenos del establishment neoliberal, al transmitir el deber de dar asilo a los oprimidos por tiranías y conflictos bélicos, con mención a los refugiados sirios. La diferenciación con Trump se extiende al amparo y pluralismo a los que adhiere y conmina en relación a mujeres, gays, lesbianas y minorías étnicas, raciales, culturales y religiosas.
En un momento dado, interrumpe su discurso y pide una pausa “para referirme directamente a los Estados Unidos”. Acusó la “profunda decepción” de Trudeau por la fuga de Washington del Acuerdo de París, pero reconoció, con estilo que va del homenaje póstumo al aviso fúnebre, el decoroso rol que cumplió como “nación realmente indispensable” a favor de la paz y la prosperidad a lo largo de siete décadas. “Canadá está agradecida, y siempre lo estará”, manifiestó conmovedoramente la ministra. Impasible a las retalaciones de tweets próximos a lanzarse desde el Salón Oval, sentenció que el autoboicot al liderazgo global de los propios estadounidenses expone con mayor nitidez “la necesidad de que el resto de nosotros diseñemos nuestro claro y soberano curso”.
Freeland apela a una renovación del orden soberano (término que no deja de repetir) de la posguerra, por medio de una tarea a realizar con los países que comparten los valores y objetivos canadienses, tales como el feminismo y la promoción en general de los derechos de las mujeres. Valores y fomento que, sobra decir, no abundan en los territorios del Golfo Pérsico que tanta simpatía despertaron recientemente en Donald Trump.
Por último, anticipó mayores inversiones en el ejército canadiense para evitar que su país se degrade a estado cliente de Estados Unidos y con el fin de que la estabilidad mundial no sea monopolio de las grandes potencias. Para no dejar dudas de sus aliados preferidos pronunció que la “OTAN y el artículo 5 están en el corazón de la política de seguridad nacional de Canadá”. Si hay acomodamiento a un novedoso tablero de poder internacional, los canadienses advierten que de ningún modo será resignado e incondicional.
Observaciones
El manifiesto de la ministra Chrystia Freeland es posterior, por escasos días, a la declaración de Merkel en la que sostuvo que los tiempos en que los europeos podían confiar en otros (léase Estados Unidos) terminaron, y se produjo el mismo día que Bruselas anunció la creación de un fondo de 1.000 millones de euros al año para defensa.
Justin Trudeau y Emmanuel Macron son figuras que merecen atención, por ser las más acabadas apuestas del orden neoliberal internacional para que el cambio sistémico que está teniendo lugar no altere los capítulos que más importan a las corporaciones económicas multinacionales. Sus discursos pluralistas en general, específicamente humanitarios en relación con los refugiados, son también firmes y coercitivos cuando se trata de los terrorismos y “la amenaza rusa”. En el terreno económico, sus acciones a favor de mayores gastos e inversiones domésticos son concesiones que no cuestionan las reglas proteccionistas creadas a favor las grandes firmas, regularmente etiquetadas como libertades de mercado. Sólo se puede conjeturar si esta tercera vía recargada cumplirá sus objetivos.
Parece existir un debate entre los sujetos representativos del orden neoliberal occidental, acerca de la necesidad, alcances y límites del Estado nación. La exacerbación de su función subsidiaria puede generar resultados impredecibles, lo que no es bueno para la normal marcha de los negocios.
Las economías periféricas deben evaluar con detalle los acuerdos propuestos por las economías centrales, tanto en materia securitaria como económica. Los consejeros de la Casa Blanca exponen una verdad que no es exclusiva de nuestro tiempo, pero acaso se de calificadamente por el desplazamiento del eje del poder mundial que atravesamos: el novel siglo XXI es una era en la que las naciones, los actores no gubernamentales y las empresas se involucran y compiten por la ventaja.
Por Fredes Luis Castro
8 de junio de 2017