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Un estudio de la Universidad de Oxford advierte que la mitad de los puestos de trabajo de los EEUU se perderá en una o dos décadas, siendo sustituida la fuerza o intelecto humanos por máquinas y computadoras. El impacto se sentirá en trabajos de todo tipo, afectando a abogados, periodistas, guardias de seguridad e incluso taxistas.

 

En la actividad estrictamente industrial, cabe registrar que cada año se incorporan 200.000 robots para cumplir las más diversas tareas. Se estimó que en el 2015 aproximadamente un millón y medio son los que avanzaron sobre actividades otrora cumplidas por un proletariado humano. Desde la Organización Internacional del Trabajo -OIT- denuncian la paradoja que implica una realidad como la descripta, con el hecho de que un tercio de los empleadores del mundo afirmen no encontrar personas con las características requeridas por los puestos de trabajo vacantes en sus empresas. 

 

La OIT reconoce que las innovaciones tecnológicas están superando las capacidades de los decisores públicos para atinar a dar respuestas efectivas a los desafíos y amenazas que deben enfrentar los trabajadores. Más aun, acusa que la obtención de mayores niveles educativos es sólo parte de la solución. Sucede que el debate teórico, así como las políticas más disruptivas, apuntan antes que a calificaciones profesionales, en el sentido clásico de las formaciones educativas, a las habilidades y su flexibilidad para 

adecuarse a los cambios tecnológicos que caracterizan los mercados y la 

dinámica economía mundial. Habilidades (skills), de eso se trata. 

 

En este sentido, se destaca la corajuda propuesta de Tharman Shanmugaratnam, Ministro Coordinador de Políticas Económicas y Sociales de Singapur, para crear un Consejo de las Habilidades Futuras (Skill Future Council). Tharman considera que es hora de hablar de una meritocracia a lo largo de la vida, en un esquema que desarrolle las potencialidades de cada individuo, en cada fase de su vida, de punta a punta. Fomenta una meritocracia de habilidades, no una jerarquía de grados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un Estado innovador

 

Mariana Mazzucato apuesta a lo que define como Estado Innovador, que implica emponderar el Gobierno o determinadas agencias gubernamentales para que tengan la capacidad de visualizar la 

dirección del cambio tecnológico e invertir los recursos en ese sentido. Mazzucato va más lejos que el viceprimer ministro de Singapur, cree en la necesidad de la inversión pública para crear mercados, por entender que es algo que el capital privado no hará. Es el Estado el que debe dirigir la economía hacia los nuevos paradigmas tecno-económicos. 

 

La economista combate la idea dominante del Estado como simple reparador de las fallas del mercado, porque lo equipa mal para hacer otra cosa que no sea atender estas fallas. Siguiendo a Keynes, cree que el Estado no sólo debe impulsar la reactivación económica, sino que debe “hacer aquellas cosas que en el presente no son hechas por nadie”. Al respecto recuerda que no existió interés alguno del capital privado por poner un hombre en la luna. De la misma manera, podemos decir que nuestra burguesía nacional no se desesperaba por poner un satélite geoestacionario en el espacio. Sin embargo, allí está. Y ese satélite es la semilla de nuevas actividades industriales y de diseño, de programación e industriales fenomenalmente sofisticadas, de creación de habilidades hasta ahora inexistentes en nuestros trabajadores. Todos frutos cuyas rentas recogerá el sector privado, que se atribuirá el mérito de obtenerlas, sin reconocimiento alguno al riesgo asumido pretéritamente por el Estado.  

 

Todos recuerdan a Steve Jobs, pero pocos saben que ARPANET es el germen del que derivó la Internet, incubado por el Departamento de Defensa de los EEUU allá por los 60. Se subraya la innovación y el riesgo de los empresarios emprendedores en materia de shale gas, pero se omite señalar que su auspicioso presente es consecuencia de multimillonarias inversiones del Gobierno de los EEUU para el estudio de su potencialidad a mediados de los 70, particularmente a través del Instituto de Investigación Gasífera (Gas Research Institute).

 

¿Una ideología soft?

 

Japón, Corea del Sur, Taiwán y, a pasos acelerados, China son tremendos fabricantes de tecnologías. Sony, Samsung, LG, Daewo, Hitachi, Panasonic, entre otras, dan fe de la capacidad de estos países para producir tecnología y, salvo el caso de China, crear marcas. Son países fuertes en la tecnología Hard, produciendo el 90% de los dispositivos digitales del mundo, pero no evidencian la misma fortaleza cuando se trata de proveer contenidos y servicios digitales, aunque avanzan sin prisa y sin pausa por este rumbo. Taiwán desde hace un par de años tomó la decisión de trabajar para convertirse en el principal proveedor de programas apps de China, para lo cual entrena 1000 especialistas en este rubro por año, desde el 2011. Corea del Sur logró originales innovaciones digitales para lidiar con las dificultades idiomáticas y la piratería, y así incrementar sus ya potentes exportaciones culturales. India también hace lo suyo.

Progresa la idea, en los países mencionados, acerca de un futuro en el cual la innovación y la competencia serán asuntos menos vinculado al hardware y más a la gente, la cultura, las experiencias sociales y la manera como se organice una cadena de valor alrededor de estos factores.Una economía dependiente como la de nuestro país debe incorporar en sus políticas lo hard, pero no al punto de exagerar los recursos en actividades con escasas chances de penetrar mercados externos (en gran medida porque competir contra salarios indios y chinos, en la producción de bienes de consumo masivo carece de destino). Sí deben incrementarse los esfuerzos para generar e instalar marcas, ya que es el modo de compensar los insumos que se importan en la elaboración de un bien que vale más por el logo que por su materia (Apple no fabrica nada, todo lo hace Foxconn en China, Apple cobra la marca, no el brillo del aluminio de sus productos). 

 

Un mundo de habilidades

 

Sin dejar de lado la producción industrial dura, Argentina cuenta con grandes posibilidades para cultivar y exportar innovaciones digitales, para lo cual es necesario formar el capital humano en aquellas actividades que el mercado demanda, actividades que, en muchos casos, requieren de habilidades sólo parcialmente comprendidas en las carreras y cursos que dictan nuestros establecimientos y programas formativos. 

Hay que consagrar espacios estatales idóneos para receptar los cambios que las tecnologías producen en el mercado, de ser factible anticipando las tendencias y con un esquema formativo que se extienda durante toda la vida, a efectos de promover las habilidades que permitirán a nuestros trabajadores y trabajadoras incorporarse y mantenerse en el mundo del trabajo.

El futuro llegó al trabajo

 

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LA OIT RECONOCE QUE LAS INNOVACIONES TECNOLÓGICAS ESTÁN SUPERANDO LAS CAPACIDADES DE LOS DECISORES PÚBLICOS PARA ATINAR A DAR RESPUESTAS EFECTIVAS A LOS DESAFÍOS Y AMENAZAS QUE DEBEN ENFRENTAR LOS TRABAJADORES. 

Por Fredes L. Castro

Mayo de 2016

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