La demografía contra la historia
Aproximadamente 38 millones de extranjeros habitan los Estados Unidos, posiblemente dos tercios de ellos en forma ilegal. Uno de cada cuatro norteamericanos es inmigrante o hijo de inmigrantes. Los inmigrantes registran mayores índices de pobreza en comparación a la población nativa norteamericana (18.4% contra 13.8%), pero el 40% de las firmas que participan de la lista Fortune 500 fueron creadas por inmigrantes. Estos datos sirven para informar de la relevancia electoral de la población extranjera o vinculada de alguna manera con los inmigrantes que habitan la patria que -hasta ahora- preside el partido demócrata de Obama. Las encuestas adelantan una preferencia mayoritaria de estos grupos por Hillary Clinton, si bien no todos los inmigrantes cumplen con los requisitos para votar (con una comunidad hispana de 50 millones de personas, sólo 27 millones pueden votar, de las cuales menos de 12 millones lo hicieron en el 2012).
Entre los jóvenes hay encuestas que advierten que el 40% de ellos evalúa seriamente las candidaturas del libertario Gary Johnson, y de Jill Stein del Partido Verde. La franja en la que menores expectativas parece despertar Clinton es en la que va de los 18 a los 24 años, en la que superaría a su contrincante por 13 puntos, menos que los 22 puntos que le lleva en la franja de votantes de 25 a 35 años. Otras mediciones son más optimistas y afirman que la líder demócrata vence a Trump 70% a 2% entre los millennials afroamericanos, 59% a 16% entre los millennials asia americanos y 60% a 10% entre los millennials de origen latino.
Entre las mujeres también Hillary Clinton es amplia favorita. La candidata aventaja a Trump por lo menos por 11 puntos, diferencia que aumenta a 27 puntos cuando se trata de mujeres blancas con título universitario, aspecto nada menor habida cuenta que la participación de este colectivo es regularmente alta. Llama la atención la ventaja de casi 30 puntos que tendría el candidato republicano sobre su rival entre las mujeres blancas que carecen de título universitario.
Son sumamente interesantes los hipotéticos escenarios elaborados por el destacado demógrafo William H. Frey, para indagar sobre las chances de Trump de acuerdo a la participación electoral de trabajadores blancos sin título universitario, de los profesionales blancos con título universitario y de las minorías, en comparación a la registrada en el 2012. Únicamente en el caso que los trabajadores blancos alcancen una participación porcentual idéntica a la de los blancos con título universitario (ambos con un 79%), y siempre que no exista cambio alguno en la participación de las minorías es posible que Trump gane el voto popular. No obstante, esto no le asegura de modo alguno el imprescindible triunfo en el Colegio Electoral.
No menos interesante es el ensayo en el que Michael Lind critica las visiones utópicas y distópicas de la literatura de ciencia ficción. Les achaca un déficit común: la uniformidad. Salvo raras excepciones, describen órdenes globales en los que las humanidades de turno conviven bajo una misma organización social y en similares condiciones tecnológicas. Lind recuerda que la última vez que los seres humanos vivieron de esa forma fue en la era paleolítica. Con el desarrollo de las técnicas para trabajar la tierra surgió la primera gran división entre agricultores y cazadores recolectores. Con el paso del tiempo, los que perfeccionaron las mejores ingenierías de reproducción de riquezas engendraron imperios, los que se estancaron se transformaron en sujetos de dominación. Mucho más potentes fueron las divisiones generadas por la revolución industrial, asegura Lind, que en el 1900 dio lugar a sociedades urbanas altamente tecnificadas en algunas partes del planeta, mientras que tribus de cazadores recolectores persistían con un estatismo antagónico en otras geografías.
Las tensiones, las divergencias de intereses, las necesidades y las ambiciones, en todos los tiempos posteriores al paleolítico configuraron alianzas, bloques de poder, guerras y armisticios entre Estados naciones, auges, declinaciones y competencias imperiales. De ningún modo la uniformidad postulada en la mala literatura de ciencia ficción, que sirvió y sirve de modelo para las fantasías internacionalistas liberales y neoconservadoras acerca de un homogéneo orden global americano, que produjeron los desastres de Irak y Afganistán.
Michael Lind concluye con una conclusión perturbadora: “Élites cuyos miembros afirman hablar en nombre de una comunidad mundial emergente, dicen a los populistas nacionales que están en el lado equivocado de la historia. Pero quizás los populistas y nacionalistas están en el lado correcto de la historia y las élites han sido engañadas por la mala ciencia ficción.”
Mañana martes 8 de noviembre los ciudadanos de los Estados Unidos de América decidirán si Donald Trump constituye no el final, sino la parte más acertada de su historia. Este escribiente espera y confía en la fuerza y las tendencias predictivas de la demografía.
Por Fredes L. Castro
1 de noviembre de 2016
Una versión de este artículo fue publicada por Europa Press.