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Por una revolución industrial y nacional

Por Fredes L. Castro

4 de agosto de 2016

En el año 2007 Apple tenía menos del 4% del mercado de computadoras personales y no competía en el rubro de los dispositivos móviles en el que Nokia, Samsung, Motorola, Sony Ericsson y LG se repartían el 90% de las ganancias del mercado mundial. En el 2015 iPhone concentra el 92% de las ganancias obtenidas globalmente por la venta de teléfonos inteligentes, y Samsung es el único competidor que no reportó pérdidas. ¿Cómo se produjo semejante cambio?

 

Plataformas que conectan

 

Marshall W. Van Alstyne, Geoffrey G. Parker y Sangeet Paul Choudary explican que Apple superó a sus rivales por una inteligentísima estrategia que apuntó a maximizar las oportunidades brindadas por las plataformas digitales. Ellas configuran ecosistemas de intercambio en los que el propietario controla la propiedad intelectual y determina las reglas de gobierno, el proveedor permite la interacción con los usuarios, los productores hacen su oferta y los consumidores la compran.

 

En la economía de la internet, precisan los especialistas, las plataformas que incorporan más participantes logran ofrecer un valor promedio mayor por transacción, ya que se incrementan las chances de que coincida y se conecte la oferta con la demanda. “Mayor escala genera mayor valor, lo que atrae más participantes, lo que incrementa el valor, en una retroalimentación virtuosa que lleva al monopolio” (traducción propia). En este efecto de red (“network effect”) los activos principales son la información y las interacciones.

 

Las plataformas digitales tienen una vocación expansiva que penetra actividades e industrias de la más diversa naturaleza; Swatch debe aprender a competir con los relojes de Apple así como los dispositivos hogareños de Siemenes tienen que lidiar con los de Google. Las firmas tradicionales deben aprender nuevas estrategias de comercialización, en las que no interesa tanto la erección de barreras a la competencia como la supresión de obstáculos para la producción y el consumo en la plataforma, lo que obliga a diseñar esquemas idóneos de acceso (quiénes pueden entrar) y gobernanza (qué pueden hacer los que participan). La optimización organizacional interna importa menos que la interacción comunitaria externa.

 

¿Ejemplos de plataforma exitosas? Alibaba, que domina el 75% de las transacciones de comercio electrónico en China; Google que controla el 82% de los sistemas operativos móviles y el 94% de servicios de búsqueda en internet; iPhone App Store que permite e incentiva a los clientes de la manzana mordida descargar aplicaciones informáticas para sus productos y iTunes orientada a los contenidos multimedia y musicales.

 

No se trata de tremendas novedades, en definitiva cualquier medio gráfico transmite información y, al margen de ello, conecta a sus lectores con actores económicos y gubernamentales que publicitan en sus páginas las actividades que venden o realizan. Pero las tecnologías digitales liberan de los activos e infraestructuras físicas. Facebook, tal vez la plataforma digital por excelencia, supera los 300.000 millones de dólares de capitalización bursátil, un 50% más que Toyota, la automotriz más valiosa del mundo. Toyota tiene un plantel de 344.109 trabajadores, mientras que la red social cuenta con 12.691 personas contratadas.

 

Sí, la industria importa.

 

Fábricas que hacen

 

Registremos que las cuatro principales economías nacionales son también los cuatro actores industriales más importantes del planeta. China, Estados Unidos, Japón y Alemania son responsables del 55% de la producción manufacturera mundial. Con excepción del país americano, en los restantes el peso de la industria en el PBI va del 20% al 30%.

 

En lo que hace a las ventas externas, el 94% de las exportaciones chinas son de naturaleza industrial, 90% en Japón, 83% en Alemania y 62% en Estados Unidos. Israel, Suiza y Corea del Sur informan porcentajes notables: 90%, 86% y 83% respectivamente. El superávit industrial del comercio externo alemán, calculado per capita sólo es superado por Suiza: 5.200 dólares contra 5.100 dólares.

 

Pero la industria no sólo importa por su capacidad de generar fuentes de trabajo, posicionar mejor a una economía nacional o maximizar el ingreso de divisas en las exportaciones. Ansgar Baums advierte que la “plataformización” no es necesariamente un evento disruptivo sino un proceso evolutivo en el que los actores industriales instalados tienen peso propio. En lo que interesa a un país como Argentina, Baums señala que las plataformas digitales en la agricultura son dominadas por las empresas de maquinaria agrícola Claas (alemana) y John Deere (norteamericana).

 

Las relaciones entre tecnologías digitales e industria conminan a desalentar las estrategias que las imaginan divorciadas, como partes de mundos distintos. El 46% de las personas empleadas en Silicon Valley (134.000 trabajadores) cumplen funciones en la producción de semiconductores, partes aeroespaciales, componentes para computadoras y laboratorios. General Motors dedica ingentes recursos al área de software, en la que tiene patentadas 592 invenciones. Es emblemática la alianza entre Google con los autopartistas globales Bosch, Continental (ambas alemanas) y Delphi (norteamericana) para la construcción del auto capaz de manejarse sin conductor.

 

Pensar y hacer

 

Hay que evitar las falsas dicotomías del tipo: Estado o Mercado; Industria o Campo; Hecho o Pensado.  No aportan más que confusión y carecen de sentido. En cualquier tiempo, pero más en este siglo XXI en una economía dependiente, las alianzas entre actores públicos y privados son imprescindibles.

 

Los sectores productivos (o con potencial productivo) que carecen de dirección e incentivo estatal no siguen otro interés que no sea el particular de corto plazo. El Estado que no sabe comunicar intereses estratégicos a sus empresas nativas debe resignarse a la extranjerización de su economía y a los consecuentes y crónicos déficits comerciales. Los Estados y empresas que no valoran y enriquecen a sus ciudadanos y trabajadores están condenados a la irrelevancia histórica y económica.

 

La plataforma que conecte y multiplique las riquezas y capacidades de los hombres y mujeres que trabajan es la única revolución industrial susceptible de materializar el destino nacional al que desde hace tanto tiempo aspira Argentina.

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