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Más allá del estado de la Unión


Hillary Clinton reconoce el drama de la desigualdad y promete inversiones públicas en proyectos de infraestructura que significarán una multiplicación de trabajos bien pagos como no se ha visto desde la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, se compromete a mantener su oposición al Acuerdo Transpacífico en caso de acceder a la Casa Blanca y a crear un impuesto que recaiga sobre las empresas que trasladen sus establecimientos fabriles fuera de los Estados Unidos. Enfatiza la necesidad e importancia de incrementar el salario mínimo federal para aumentar el poder adquisitivo de los trabajadores y de fortalecer los sindicatos, esto último por juzgar que favorece no sólo a sus afiliados, sino a los ingresos y condiciones laborales de todos los asalariados.

Donald Trump es menos sofisticado en sus propuestas, aunque más encendido en sus pronunciamientos. Para él se trata de imponer tarifas a las importaciones chinas, reforzar las fronteras para impedir la competencia de la mano de obra latinoamericana y reformular o derogar acuerdos de libre comercio perjudiciales al interés nacional. Incluso sugirió la posibilidad de defaultear parte de la deuda americana si el contexto económico lo amerita. Eso sí, también es menos tímido que Hillary a la hora de responsabilizar de los dramas nacionales a quiénes integran el establishment político económico.

A través de sus candidatos, puede conjeturarse que los norteamericanos necesitan del Estado y sus regulaciones en mucha mayor medida de la que suelen reconocer.

Binyamin Applebaum, corresponsal del New York Times, informa sobre un sector al que ambos aspirantes apenas mencionan: los pobres. Applebaum cita a Matthew Desmond, académico de Harvard: “No estamos debatiendo seriamente sobre el hecho de que somos la democracia más rica del mundo con la mayor tasa de pobreza”. Desmond cuestiona que los pobres despierten menor interés que los emprendedores, las pequeñas y medianas empresas, y la reiterada necesidad de resucitar la industria como fuente de trabajo.

A través de sus candidatos, puede conjeturarse que a los norteamericanos no les agrada reflexionar demasiado sobre el drama sus compatriotas más intensamente excluidos.

Durante mucho tiempo el mercado laboral de Estados Unidos estuvo compuesto por hombres que vendían su fuerza de trabajo en la agricultura o la manufactura. En el siglo XXI el mercado de este país contrata crecientemente trabajadores calificados con habilidades cognitivas-creativas o de tipo interpersonal. Entre las actividades con mayor demanda proyectada, según el Departamento de Estadísticas competente, se encuentran la enfermería y la fisioterapia, entre otras destinadas al cuidado de las personas. Es sintomático advertir que ya recuperados de la recesión, con una economía que incorporó en los últimos 12 meses casi dos millones y medio de nuevos trabajadores (640 mil en servicios de salud y educativos) la minería y la manufactura, por el contrario, prescindieron de 160 mil personas. Detroit, la localidad sede de General Motors, uno de los principales productores de automóviles del mundo, tiene una desocupación de 61% entre sus ciudadanos adultos.

Los candidatos presidenciales de los Estados Unidos de nuestro continente aciertan en revisar el rol del Estado en una sociedad mercantilizada hasta límites insoportables en muchas de sus partes ciudadanas, con datos alarmantes: las muertes por sobredosis matan más estadounidenses que los accidentes de tráfico y las armas; la tasa de mortalidad de los blancos de 45 a 54 años que carecen de formación universitaria, verifica un crecimiento que es anómalo entre los países desarrollados; otro tanto sucede con un llamativo aumento en el nivel de suicidios de niñas y adolescentes desde 1999; y un no menos sugerente incremento en el encarcelamiento de la población blanca (hombres y mujeres), desde el mismo período, que contrasta con las tendencias que ilustran una caída en la proporción de afroamericanos tras las rejas.

La incorrección política de Trump tal vez explique los 40 puntos de ventaja que tendría sobre Hillary Clinton entre los enojados hombres blancos que carecen de título universitario, por interpretarla como genuino temperamento

anti-establishment. La ventaja que tiene sobre ella entre los hombres blancos con título universitario puede obedecer a ese u otro motivo.

Los pretendientes a la Casa Blanca no incorporan en sus propuestas de gobierno a los sectores más perjudicados en las últimas décadas, posiblemente porque éstos carecen de los recursos para ser detectados por el radar de los que diseñan las agendas de los primeros. O, simplemente, porque no los consideran relevantes.

Las recuperaciones económica e industrial no alcanzan para brindar las respuestas que este lastimado colectivo requiere. Una nueva ingeniería distributiva constituye un imperativo categórico inexcusable. Lo expresado en este párrafo debe ser registrado por las dirigencias políticas y empresariales de los Estados Unidos y del resto de las circunscripciones nacionales.

 

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