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Viaje a lo inesperado


“Puede usted estar seguro, Gran Bretaña siempre estará del lado de Europa” le informó con pícara solemnidad Winston Churchill a Konrad Adenauer, primer Canciller alemán de la posguerra, que molesto le replicó: “Primer Ministro, usted me decepciona. Inglaterra es parte de Europa”.

De confirmarse las proyecciones acerca de lo que se conoce como Brexit, no podemos saber si los actuales ciudadanos británicos quieren respetar la voluntad de Churchill de permanecer del lado de Europa, pero mucho menos dudas caben de que la mayoría de ellos comparte la idea de no formar parte de ese continente. Esta manifestación electoral generará (lo hace ya) repercusiones en el orden nacional inglés, continental europeo e internacional. Vamos por partes.

El 18 de septiembre de 2014 los escoceses votaron mayoritariamente a favor de su permanencia en el Reino Unido de la Gran Bretaña (55,3 % contra un 44,7 %), lo que no impidió que los nacionalistas triunfasen en las elecciones generales posteriores a ese evento, obteniendo 56 de los 59 escaños asignados a Escocia en el Parlamento británico. Este año volvieron a imponerse en las elecciones autonómicas, por una diferencia menor, no obstante ello la líder independentista Nicola Sturgeon anticipó que convocaría a un nuevo referéndum si los británicos optaren por salir de la Unión Europea. Tremendo legado sería el de Cameron, como el gobernante que primero rompió la unidad continental para luego hacer lo propio con la nacional.

En el plano continental europeo Alemania pierde un fenomenal aliado ideológico. La agenda concerniente a los programas de austeridad, y las políticas a favor de la competitividad y la libertad del mercado tendrán mayores dificultades para materializarse (lo que no significa que no se realizarán). De modo alguno es un dato menor el presupuestario, alguien deberá suplir el 12% y monedas que aportaban los ingleses, y uno sospecha que los germanos, como principales contribuyentes, son los que más lo padecerán. Además, se trata del alejamiento de la segunda economía de la región europea, el país con mayor conectividad internacional y socio privilegiado de los Estados Unidos, también la primera potencia militar de esa zona atlántica. Esto último ¿se traducirá en adelante en ese tipo de presión que tanto incomoda a los alemanes para que se remilitaricen?

Podemos imaginar dos sonrisas que nos llevan a un terreno más internacional. La primera se dibuja en el Kremlin, con un Putin que no puede sino celebrar el debilitamiento que necesariamente implica una Unión Europea sin Gran Bretaña. Por otro lado, desde hace rato se denuncian las muy buenas relaciones que cultiva el hombre fuerte de Rusia con los grupos nacionalistas, de ultra derecha y radicales de izquierda de Europa, militantes o con cargos gubernamentales.

La otra sonrisa es la del empresario que demolió a sus rivales en la primaria del partido republicano norteamericano, de Donald Trump hablamos. El tipo que quiere construir un muro para separar su patria de México y que predica contra relacionamientos internacionales que juzga como contrarios al interés nacional puede sumar este poroto de su lado. No sólo porque Obama, como amigo de los británicos, militó a favor de la permanencia en la Unión Europea, tampoco por haber sido calificadas sus declaraciones como estúpidas por el primer ministro Cameron, sino por el impacto político y simbólico que implica el rompimiento de lo que fue durante mucho tiempo un verdadero baluarte del imaginario del establishment trasnacional.

Con la poca simpatía que se puede tener por los británicos (incluso en las producciones de Hollywood son los villanos favoritos) cabe detenerse y reflexionar sobre sus pronunciamientos. En una columna que le dedicaron desde el Financial Times valoraron positivamente su adhesión al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura creado por China, en movida que mucho perturbó a los estadounidenses. Allí se sugirió que a los ingleses, flemáticos como son, no les movieron un pelo las críticas de sus hijos patrios, porque consideran que el liderazgo no es un derecho, sino algo que debe ganarse, que carece de sentido atarse a estructuras e instituciones que no cambian, cuando el mundo no deja de moverse.

No nos interesa celebrar la decisión inglesa, sí pensar en los liderazgos que faltan y en las estructuras que atrasan y, sobre todo, en la incertidumbre con la que algunos pueblos se lanzan a un futuro impredecible, incierto, pero –aparentemente- preferible a un estado de cosas insatisfactoriamente insoportable.

 

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