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La doctrina del mercado

El Shock

“Un estado de shock no es sólo lo que nos sucede cuando algo malo pasa…Es lo que nos pasa cuando perdemos nuestra narrativa, cuando perdemos nuestra historia (…) lo que nos mantiene orientados y fuera del shock es nuestra historia”. Son los términos que emplea Naomi Klein en el documental sobre La Doctrina del Shock, basado en un muy interesante trabajo de investigación previo de esta contestataria intelectual.

La investigadora ilustra de qué manera esta oferta doctrinaria apunta a crear una atmósfera de crisis a gran escala como pretexto necesario para “entregar las riendas de un país a los tecnócratas económicos”. Uno de los genetistas de la propuesta es el muy conocido Milton Friedman, que la describe de la siguiente manera: “Solo una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo depende de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable.”

Una doctrina de schok generaliza la idea de una crisis, al tiempo que difunde las “inevitables” políticas que deberán aplicarse para contrarrestarla. Registremos que la crisis no debe ser necesariamente real, lo que importa es que se venda, para lo cual menester es contar con cierta complicidad comunicacional de los dispositivos más ranqueadores, que además pueden coincidir con la carga ideológica que nutre la campaña de miedo en cuestión. Los dispositivos mediáticos comunicacionales cumplirían con el rol de estado mayor intelectual, en términos gramscianos.

Esta poco feliz tarea, en la región que nos contiene, suele ponerse a cargo de funcionarios bien empachados de posgrados en instituciones foráneas (una en particular), que se ufanan de actuar con neutralidad suiza. Era uso, por ello, calificarlos como tecnócratas, pero hay quienes dicen que su oficio, en estos tiempos, fue legado a los chief executive officer, CEO(s), bah. La tarea de los cosos estos es alertar sobre un momento dramático, a efectos de preparar a los ciudadanos para las “dolorosas medidas” que aplicarán en caso de ser convocados a tan triste mandato que, no obstante ello, cumplirán patrióticamente, desde ya.

A riesgo de que -con toda justicia- se me acuse de autorreferente, copio y pego lo que escribí en otro artículo: “En la muy oportuna producción fílmica Trumbo, que rescata la figura de un guionista comunista perseguido durante los años del macartismo, el temeroso colaborador de un cínico (pero no cobarde) director de películas de bajo presupuesto ‐maravillosamente personificado por el gran John Goodman‐ le advierte que tenga cuidado: ‘Estamos en guerra. En un nuevo tipo de guerra.’ A lo que el director agudamente replica: ‘Sí, muy nueva forma de guerra. Una guerra que ni siquiera existe’”.

Ojo con esto, seamos vivos y revisemos nuestra historia, defendamos nuestra narrativa, no compremos los guiones artificiales que nos quieren vender para imponernos un final que ellos ya han redactado. Eso, nada más.

La integración

Página12 informa que Argentina fue aceptada como país observador de la Alianza del Pacífico

Observaciones

Ya en agosto del 2013 el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Antonio Patriota (luego designado como embajador del país hermano ante la ONU) reconoció ante el Financial Times (nada menos) que las negociaciones entre Mercosur y la Unión Europea contaban con “condiciones objetivas” para completarse, adelantando -¿promoviendo?- la posibilidad de que cada país del Mercosur negocie a “diferentes velocidades”.

Mujica, del ex-presidente uruguayo hablamos, adelantó en noviembre del año mencionado que en dichas negociaciones seguirían a Brasil. En marzo del 2014, a los minutos de ser designado por Bachelet como responsable de la Cancillería chilena, Heraldo Muñoz, presentó en una columna ventilada por El País (la usina global de habla hispana, en relación a ideas e intereses del establishment internacional) la nueva política latinoamericana chilena, consistente en una mayor integración entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur, de ser necesario, a “velocidades diferenciadas”.

Más allá de la actual coyuntura política en Brasil y del resto de Sudamérica, esos son los datos que debemos apreciar en el horizonte de las políticas externas a las que apuntan, desde hace un par de años largos ya, los principales decisores públicos de nuestra región. O, si se quiere, estos pronunciamientos revelan que algunas de las actuales medidas no carecen de antecedentes en las administraciones del Cono Sur.

Mientras esos objetivos y planes eran informados públicamente, a través de muy importantes usinas mediáticas globales, y avanzaban, paralizaban o replegaban en su intensidad, la China reemergente se transformó en el primer vendedor de Brasil y a la inversa Brasil fue desplazado por el gigante asiático en nuestro mercado en numerosos rubros, en buena medida como consecuencia de la venta de piezas asiáticas que se ensamblan en Argentina (de esta manera, en celulares de 740 millones de dólares pasaron a vendernos 200.000 dólares en el 2013). Dicho sea de paso, Argentina es el único país del Mercosur que figura entre los principales importadores de Brasil.

La intención de una integración a distintas velocidades entre los países de América del Sur, y de éstos con el resto del mundo no es materia que nació luego del reprochable proceso con que se apartó a Dilma de la presidencia, ni tampoco a posteriori del triunfo de Macri o de la negativa boliviana a una nueva candidatura de Evo, mucho menos tiene que ver con la crisis venezolana. En todo caso, la restauración de los ánimos neoliberales, si hay tal cosa, configura la contracara de los límites que los gobiernos progresistas de la región tuvieron para compatibilizar sus ambiciones con la integración y las potentes fuerzas de eso que llaman Mercado.

 

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