Los otomanos y el Estado
La restauración otomana
Distintos medios informan sobre los 11 muertos en Turquía por atentado terrorista.
Observaciones
Allá por 1830 el entonces poderoso imperio británico estaba más que preocupado por una expansión del área de influencia rusa, que se aproximaba a las colonias de India y el Medio Oriente. Se temía, asimismo, la ocupación de Estambul por parte de los rusos, lo que les daría acceso al Mediterráneo. Se inició entonces una feroz campaña difamatoria contra los euro-eslavos y glorificadora de los turcos otomanos, caracterizados los últimos como paladines defensores de la civilización contra el barbarismo de Moscú.
Hace unos años a las potencias occidentales se les dio por restaurar ese trato privilegiado a favor de Turquía, y desde distintos medios, agencias de gobiernos y foros internacionales el modelo liderado por Recep Tayyip Erdoğan era presentado como el gran ejemplo de posible compatibilización entre el Islam y la democracia. En verdad, la adhesión a los postulados del libremercadismo es lo que los convenció para renovar el beneplácito tratamiento.
Un autoritarismo creciente, la persecución y el encarcelamiento de periodistas y la represión a los pueblos kurdos fue alterando progresivamente la imagen del gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo -AKP. Ahora bien, advirtamos que este nacionalismo religioso que ahora promueve Erdogan no es nada nuevo, cuenta con antecedetes de fines de los 70 y en la década de los 80 y hay quienes dicen que en verdad encubre una instrumentalización de lo religioso con fines de riguroso control político.
Uno se pregunta hasta dónde se intensificará la violencia en Turquía si persisten la ascendencia del poder militar y una estrategia que hasta ahora sólo ha logrado multiplicar el número de atentados y muertes en este des-democratizado país. Desde Argentina esperamos que se tome nota de lo infructuoso que es comprar la solución represiva militar para lidiar con las “nuevas amenazas” que venden las agencias de inteligencia de los países centrales y que compran los gobiernos interesados en reducir el espacio de las libertades individuales. Registremos eso.
Ahora el Estado
En La Nación el editorial reivindica a González Fraga y, como el economista, critica la dinámica populista por la cual se promueve un sobreconsumo insustentable. Se propone un nuevo esquema de legitimación, con los siguientes términos: “La verdadera movilidad social se logra cuando todas las personas pueden insertarse en la sociedad a través de una educación de calidad y de un trabajo genuino, logrado por sus méritos y su esfuerzo.”
Observaciones
Haciéndonos eco de las primeras expresiones empleadas por Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana podríamos titular el editorial de La Nación con una fórmula que, creemos, no les disgustaría a los escribientes patricios: De la movilidad social posible a la movilidad social verdadera.
Así como Mitre quiso ilustrar una trayectoria de marchas y contramarchas hacia el republicanismo verdadero, tantas veces frustrado por actores y acontecimientos boicoteadores, la anónima pluma que redacta esta opinión de los herederos de Don Bartolo denuncia los obstáculos planteados por los gobiernos populistas, que impiden, merced a ofertas cortoplacistas, alcanzar la movilidad social genuina, pura y descontaminada de facilismos configurados por la plata fácil y las cuotas crediticias a lo pavote (el “Ahora” seguido del 12 debe ser, para ellos, una emblemática expresión de esa visión estrechamente consumista que tanto los escandaliza). No critican con la misma intensidad la visa que se está negociando con los norteamericanos, que facilitará los viajes de una minoría de argentinos para que hagan sus compras en ese paraíso dexteriano que llaman Miami. Pasemos por alto esa incoherencia.
El 4 de mayo bautizamos con la fórmula “cloacas sí, billetes no” una propuesta de Fraga similar a lo que el editorial defiende, que describimos como una “combinación de crecimiento económico, paulatino mejoramiento de servicios públicos y bastante represión al consumo (y a otras demandas menos materiales).” El problema central de este esquema de legitimación gubernamental propuesto pasa por el país al que se quiere aplicar, uno que, como bien señala José Natanson, difícilmente se contente con los pisos mínimos de protección social promovidos por organismos internacionales.
Por otro lado, los desafíos que debe encarar este país y cualquier otro en el siglo XXI, requieren de un Estado potente, del tipo que no suele celebrar el medio comentado. Por mucho mérito que tengan los argentinos y argentinas –que los tienen- y por mucho esfuerzo que pongan, sino existe un Estado que intervenga para actualizar su potencia, la experiencia de desarrollo de las naciones nos indican que su destino más seguro es la frustración.
Como bien ilustraron Peter Evans, Robert Wade y Aidan Regan en los desarrollos industriales recientes más exitosos, como los de Taiwán, Corea y la muy celebrada Irlanda hubieron estatales estrategias clave, estatales estímulos y mano dura estatalmente disciplinadora, estatales empresas e, incluso, estatales subsidios para alcanzar las metas estatalmente fijadas. A esta altura, decir que con el esfuerzo individual y la educación aportada por el Estado es suficiente para lograr la movilidad social ascendente – verdadera o no- es incurrir en una soberana tontería. Sin políticas que encaren el drama de la desigualdad y enfrenten las timbas y concentración de riquezas que se apartan cada vez más de la economía real, la escuela y las ganas no bastan. Se necesita Estado en muchos otros rubros para movilizarnos hacia arriba. Porque no todos nacimos con el apellido y el patrimonio heredados de Bartolomé Mitre.