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La ingeniería de un genocidio


Suu Kyi, la “Nelson Mandela asiática”, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, celebrada en “lujosas galas de Nueva York” por personajes tales como Henry Kissinger, que brilló durante décadas como una de las figuras favoritas del imaginario del establishment occidental, es acusada por algunos sectores del espectro mediático de ese mismo elenco de incidir en un silencio cómplice con la criminal persecución que padece la minoría rohingya en Myanmar.

Syed Munir Khasru, presidente del Instituto de Política, Defensa y Gobernanza que domicilia en la República Popular de Bangladés, no justifica a la gobernante de hecho de Myanmar, pero arriesga una comprensión del marco político en el que actúa. Explica que el ataque a la minoría musulmana, permite a los militares obtener el apoyo de los muy influyentes monjes budistas, sujetos con aptitud para desafiar la autoridad de los integrantes de las fuerzas armadas. Por otro lado, colocan a Suu Kyi en el peor lugar, ya que si defiende a la minoría enfrentará a buena parte del electorado, y al elegir el silencio lastima la autoridad moral que supo conseguir a costa de la de los militares que la mantuvieron en prisión domiciliaria durante años.

Coherente con su extensa trayectoria como corresponsal en geografías extranjeras a su patria, Alan Philps, enfatiza los componentes internacionales en tensión y se pronuncia con brutalidad: los rohingya no son más que peones en el juego de las grandes potencias. Philips denuncia la hipocresía de la diplomacia occidental, que postula una solución en el seno de las Naciones Unidas porque sabe de la imposibilidad de sortear los vetos de China y Rusia, al tiempo que sugiere que el desinterés humanitario de la Casa Blanca y otras sedes de gobierno occidentales guarda relación con sus guerras contra el “terrorismo musulmán”. Al respecto, subraya una declaración del general Min Aung Hlaing, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Myanmar, acerca de concluir "los asuntos pendientes" de la Segunda Guerra Mundial. “Sólo cabe suponer que estos asuntos refieren a la eliminación de la minoría musulmana más grande del país”.

La democratización decidida y regulada por los militares permitió un acercamiento a Washington, que habilitó una nueva ventanilla de negocios diversificada del dragón chino, deseoso el último de los recursos minerales y madereros de Myanmar y de un tránsito terrestre susceptible de alcanzar las aguas del Océano Índico sin atravesar el Estrecho de Malaca. La introducción estadounidense formalizó exitosamente con la visita de otro Nobel de la Paz, la de Barack Obama a Suu Kyi. India siguió los pasos norteamericanos, y procura con ellos que Suu Kyi no repita la trayectoria de Vladimir Putin, cuyo relacionamiento con Beijing se intensificó a continuación de las sanciones occidentales. China, por su parte, tampoco condena a la líder de Myanmar, que suele encontrar elogios y soporte en la prensa del gigante comunista.

Alicia de la Cour Venning, investigadora y militante de la Iniciativa Internacional de Crímenes Estatales, manifiesta otra sensibilidad, y acusa al Estado de Myanmar de aplicar desde hace décadas diversas estrategias estigmatizantes y diferenciadoras de la minoría rohingya, con un objetivo deshumanizador:

Los rohingya fueron aislados de la sociedad, forzados a habitar en repugnantes prisiones naturales, confinados en ciertas villas, y privados de condiciones para su subsistencia. (...) Este es el escenario de un genocidio, previo a la fase de matanza masiva (…) El genocidio moderno es una forma de ingeniería social, de ordinario un proceso de largo plazo. No inicia con el asesinato en masa, sino con la deshumanización, el aislamiento y el debilitamiento sistemáticos del grupo objetivo. (...) La destrucción de los miembros del grupo objetivo depende de la complicidad o involucramiento de la población local. Por ende, una ideología excluyente, diseñada para obtener apoyo para el sistemático exterminio del "otro", es esencial en el proceso genocida. Las ideologías excluyentes permiten a los perpetradores efectivizar la destrucción de la comunidad estigmatizada, proporcionando una justificación psicológica para este fin.*

La especialista describe una secuencia que propicia la creación de enemigos internos, con el objeto de “erosionar la natural aversión humana” hacia el asesinato, y avanza con acciones propagandísticas que definen al colectivo perseguido como “enemigo del Estado”. Esto último refuerza el apoyo a las fuerzas securitarias y morigera la responsabilidad a ellos imputables por las colateralidades de la acción represiva.

La ingeniería y secuencia descritas por Alicia de la Cour Venning, sobra decir, es la que más debe importarnos.

* Traducción propia.

 

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