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La disuasión norcoreana


"Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad."

Sherlock Holmes a su amigo John H. Watson

Jeffrey Fields, especialista en Relaciones Internacionales de la Universidad del Sur de California, recuerda las voluntades negociadoras de Kim Il Sung y Kim Jong Il, abuelo y padre del actual Jefe de Estado norcoreano, manifestadas del modo en que actúa cualquier actor racional: con el objeto de obtener el mejor acuerdo posible para los intereses de su país. Fields advierte que el acuerdo celebrado en 1994 con Bill Clinton no fue respetado por las autoridades norteamericanas, como consecuencia de un Congreso moroso en eliminar las sanciones contra Pyongyang, y ante el incumplimiento de facilitarles dos reactores nucleares de agua ligera. La acusación del sucesor de Clinton, acerca de un programa clandestino de enriquecimiento de uranio para desarrollar armas nucleares (asunto problemático, pero no violatorio del acuerdo suscripto con Clinton) provocó el colapso del acuerdo y el apartamiento el año siguiente de Corea del Norte del Tratado de No Proliferación Nuclear.

En una columna de opinión publicada en CNN, Adam Mount, investigador del Center for American Progress, propone una restricción de buena voluntad en el alcance, escala y localización de los próximos ejercicios militares estadounidenses en relación a la geografía que mayormente sensibiliza a Kim Jong Un, con el objeto de conminar al líder norcoreano a paralizar las pruebas misilísticas que tanto perturban a Washington. En caso de verificarse ambos extremos -reformulación de los ejercicios y congelamiento de pruebas misilísticas- puede avanzarse en una negociación de mayor envergadura.

El Director del Instituto de Investigación Asiática en la Universidad de Corea, Lee Jong-Wha, aporta la complejidad china y el incentivo económico al conflicto. Contar con la solidaridad de Beijing impone garantizarle que una Corea unificada no se erigirá como enemiga del gigante comunista, para lo cual Washington debe comprometerse a retirar sus tropas al materializarse la unidad del territorio dividido por el paralelo 38. Por otro lado, deben existir garantías a favor de los norcoreanos de que se facilitará el desarrollo de sus abundantes y calificados recursos naturales (especialmente minerales) y humanos, para que edifiquen una industrialización con chances exportadoras.

Jon Schwarz, articulista de The Intercept, transmite lo elemental: la historia revela que los países pequeños, pobres y débiles no tienen por costumbre buscar su destrucción, provocando guerras contra países infinitamente más ricos y poderosos. Schwarz se divierte con las operaciones mediáticas de los funcionarios de su país, dirigidas a convencer a la ciudadanía global sobre la posibilidad de que un día cualquiera Kim Jong Un despierte absolutamente desorbitado y ordene un ataque militar que no significará otra cosa que la invitación a un suicidio masivo para la burocracia que debe materializar el mandato y de toda la población con la que están familiarizados.

Fuera del foco de las cámaras, en los informes gubernamentales y de los think tanks, los asesores y decisores de la política exterior norteamericana reconocen la verdad: lo que perturba a Estados Unidos es la posibilidad de la retaliación nuclear, porque esta posibilidad disuade a Washington de actuar como desee, lo que incluye una potencial invasión cuándo y dónde lo desee. Schwarz rescata la siguiente observación, contenida en un paper del año 2000, suscripto, entre otros, por Donald Kagan: “En la era post Guerra Fría, Estados Unidos y sus aliados, en lugar de la Unión Soviética, se han convertido en los principales objetivos de la disuasión y son estados como Irak, Irán y Corea del Norte quienes más desean desarrollar capacidades de disuasión.” Schwarz concluye: “Irak y Libia, ambos renunciaron a su capacidad militar no convencional, y luego los invadimos.” Agrega que la intención de los gobernantes de Corea del Norte es tan sencilla como vital: evitar el destino que tocó a Saddam Hussein y Muammar Gaddafi.

Como suele cerrar el amigo Abel: no más testigos, señor juez.

 

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