Sueño y boicot de una Red Digital de Repúblicas Socialistas Soviéticas
Benjamin Peters es profesor en Comunicación de la Universidad de Tulsa y autor del libro Como no redificar una Nación: la compleja historia de la Internet soviética. En un extracto recientemente publicado, resume algunos de los puntos que desarrolla en la mencionada obra. Los héroes que llaman la atención de Peters son Anatoly Ivanovich Kitov y Viktor Mikhailovich Glushkov.
Inspirado por las críticas al culto a la personalidad, manifestadas por Nikita Khrushchev hacia su antecesor Stalin, Kitov diseñó e intentó proponer la primera red de conexión computarizada para uso civil a escala nacional. El cientista militar quiso aportar una herramienta tecnológica útil a la tecnocrática gobernanza marxista y preventiva de personalismos exacerbados. En una epístola dirigida a Khrushchev informó sobre las ventajas de emplear los complejos computarizados militares para la planificación económica por parte de organizaciones civiles, en especial para ajustar diariamente acciones económicas con información obtenida en tiempo real. Bautizó su idea con el ambicioso nombre de Sistema de Gestión Económica Automatizada. La carta nunca llegó a Khrushchev, ya que fue interceptada por los supervisores de Kitov, y su proyecto concluyó con la decisión de un tribunal militar secreto de suspenderlo por un año de la afiliación comunista e inhabilitarlo definitivamente de cualquier participación en asuntos militares. La colaboración entre ciudadanos y fuerzas armadas resultó ser una transgresión insoportable para cierta oficialidad del Imperio Soviético.
Sin embargo, Glushkov apuntó a recuperar el proyecto de Kitov, bajo un nombre más ambicioso aún: El Sistema Automatizado Totalmente Estatal para la Recopilación y Tratamiento de Información para la Contabilidad, Planificación y Gobernanza de la Economía Nacional, URSS. La calificación nacional no da cuenta de la dimensión verdaderamente continental de este Sistema, diseñado para comunicar en tiempo real informaciones relevantes de fábricas y empresas desarrolladoras de los planes económicos soviéticos. Con alcance euroasiático, utilizaría cables telefónicos para conectar una red modelada jerárquicamente, con centro computacional en Moscú, y articulaciones con 200 sedes de ciudades estratégicas y 20 mil terminales localizadas en espacios productivos. Detalle nada menor del Sistema: sólo Moscú definía qué usuarios participaban, pero una vez incorporados cada uno podía contactar con cualquier otro sin la mediación del núcleo y vértice imperial.
El plan de Glushkov logró conectar los intereses, prejuicios y temores de ministros, burócratas y gestores de fábricas simpatizantes con el status quo. Este colectivo, mediante diversas acciones informales boicoteó el sueño del socialismo electrónico postulado por Glushkov, fragmentando su combinación sistémica en una insularidad incompetente de partes administrativo-productivas.
El profesor Peters confiesa que la moraleja de esta historia asume la forma de una ironía: “Las primeras redes informáticas mundiales arraigaron en los Estados Unidos gracias a una eficiente regulación de fondos estatales y a un ecosistema de investigación colaborativa, mientras que los esfuerzos (llamativamente autónomos) de la red nacional soviética fracasaron como consecuencia de una competencia desregulada y de las luchas internas institucionales entre administradores soviéticos.” Explica Peters que la primera red informática mundial nació porque los capitalistas supieron actuar como socialistas cooperativos, mientras que fracasó en el imperio contradictor al americano porque los socialistas actuaron como capitalistas competitivos.
Otra conclusión, mucho más amarga, destaca Peters. La red de redes edificada por el capitalismo cooperativo se transformó en un “jardín amurallado de buscadores de rentas” antes que en un auténtico espacio público. Los intereses de las grandes firmas privadas, sin regulación adecuada, funcionan como redes de vigilancia que las vinculan con la tradición espía de las secretarías generales de los estados totalitarios del siglo XX. Concluye alertando sobre una voluntad invasiva, descontrolada y no cooperativa que amenaza con aniquilar buena parte de las libertades ciudadanas del siglo XXI, de la misma manera que demolió la aspiración de una red informática continental de estados socialistas euroasiáticos.