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La batalla ideológica por el capital humano


El profesor Peter Fleming es autor de un fascinante ensayo en el que describe la construcción histórica del concepto de capital humano, en el sentido dominante al día de hoy. Su introducción se produjo durante los años de la Guerra Fría, con rol protagónico a cargo de Milton Friedman, actor fundamental en las filas de los economistas dispuestos a defender la ideología del libre mercado postulada por la gran potencia contradictora del imperio soviético. Para Friedman, era necesario postular un contundente ideario político ideológico que llevase en alto las banderas de la libertad individual y el emprendedorismo capitalista, contra el enemigo socialista. Como corolario de esto, para que la disputa se libre en términos auténticamente americanos, era necesario rechazar aplicaciones gubernamentales requirentes de gastos públicos. Con este objetivo en mente adoptó nociones elaboradas por su colega en la Universidad de Chicago Friedrich Hayek y, especialmente, por el entonces doctorando Gary Becker.

Becker fundamentó, en un paper aparentemente tutoreado por Friedman, la irracionalidad de la inversión empresaria en la capacitación de sus dependientes, toda vez que lo aprendido es suscetible luego de ser utilizado por un competidor que contrate al trabajador capacitado. Sucede que el capital humano no puede separarse del trabajador como las herramientas y equipos aportados por el empleador, que los conserva en su poder más allá del sujeto que transitoriamente los utilice. Pretender la apropiación del capital humano proveído por el empresario a un dependiente implica esclavizar al segundo, lo que es aberrante. La sensata alternativa a esta aberración es que el único responsable de invertir en un capital que integra su personalidad sea el propio beneficiario. A partir de esto, la relación de Friedman sugiere que las dispendiosas planificaciones estatales, traducidas muchas veces en programas formativos y educativos, son una amenaza para la libertad individual y la consiguiente multiplicación de capitalistas independientes.

Cuando el Estado invierte los recursos obtenidos por la recaudación en obras públicas no las transfiere en propiedad a determinados ciudadanos, no es la regla por lo menos. Consecuentemente, avanza el razonamiento de Friedman, carece de sentido que los recursos obtenidos por la recaudación sean invertidos de modo tal que su transformación sea apropiada por determinados individuos, como sucede, por ejemplo, con el suministro de estudios universitarios. El capital humano cognitivo creado con recursos públicos debe permanecer en manos del Estado, al costo de habilitar un socialismo esclavizante, o ser costeado total o parcialmente por el beneficiario, condición necesaria para preservar las libertades individuales. Desde ya, puede proponerse una transferencia de capital humano sin costos y en un marco no esclavizante, pero supone regalar recursos. La inteligencia subyacente de la teoría del capital humano resulta ser tan pícara como elemental, “y Friedman lo resumió alegremente con un escueto eslogan durante la década de 1970: no hay tal cosa como un almuerzo gratis.”

Fleming subraya una originalidad no menor de la teoría del economista que luego asesoró a la dictadura de Pinochet, con pretensión de réplica definitiva contra el conflicto de clases denunciado por el marxismo. En efecto, si cada trabajador contiene en su intimidad el medio de producción mismo, con posibilidad/responsabilidad de actualizarlo, el supuesto conflicto que anida en el proceso del trabajo capitalista queda disuelto. Los trabajadores, sus demandas e identidad son eliminados, al ser notificados de su verdadera condición, la que comparten con sus propios patrones: son todos capitalistas. El profesor de la Universidad de Londres resume: “Fue una ingeniosa maniobra para propagar simpatías pro-capitalistas en todo Estados Unidos, particularmente entre las clases trabajadoras que empezaban a sospechar que el verdadero enemigo tal vez era su empleador. Pero ahora los capitalistas empleaban un lenguaje diferente: ‘¿Cómo puedes estar en contra de nosotros? ¡De hecho, eres uno de nosotros!’.”

El “masivo movimiento de descolectivización” que siguió a la imposición de este esquema conceptual, concluye el autor de La muerte del homo economicus, mantiene dramática vigencia con la “uberización de la fuerza de trabajo”. Efectivamente, los propagandistas de la economía colaborativa y el emprendedorismo alegan que los trabajadores que cumplen tareas a favor de “plataformas” digitales multinacionales son en verdad hombres y mujeres de negocios, propietarios que deben asumir los riesgos propios de la actividad, sin derecho a transmitir costos a sus empleadores. Fleming aboga por la superación de una “reliquia excéntrica y poco realista de la Guerra Fría”, que fue tomada en serio únicamente por el anómalo contexto de aquellos años.

Observaciones

El arancelamiento más o menos excluyente de los estudios universitarios, así como la organización de sistemas de préstamos para los interesados en cursar estudios superiores, encuentran soporte ideológico en las ideas de Friedman y sus colegas. Menos obvio es advertir que estos economistas intuyeron lo que Keith Payne, profesor de psicología de la Universidad de Carolina del Norte, caracteriza como el “apetito intrínseco por un mayor estatus”. Según Payne, existe en nosotros una tendencia a estimar que estamos por encima del promedio en términos de carácter, talento y desempeño, y esperamos que la estructura social de la que participamos refleje esta creencia. Cuando esto no tiene lugar, y lo que existe es una inequitativa estructura que concentra recursos en pocos sectores, empobreciendo las condiciones materiales de vida de los sectores medios, se propaga un malestar generalizado que mina la confianza ciudadana en las instituciones y la representación política.

La astucia de los economistas de la Universidad de Chicago radica en responder a esa expectativa de estatus social no con medidas que distribuyan más equitativamente las riquezas (como demanda Payne) o que impongan reglas más justas a la competencia y el acceso a los mercados, sino con una muy eficaz comunicación que instala, a través de campañas y discursos no sólo emanados de actores político representativos, concepciones que igualan artificialmente la condición de comunidades con intereses naturalmente contradictorios. Es interesante registrar que, de acuerdo a Payne, la omisión de aplicar políticas de ingresos más progresistas arriesga como resultado la polarización política, sin embargo, es dable verificar que exitosos exponentes de la (simulada) derecha política omiten hacerlo y al mismo tiempo propician la polarización, pero en términos convenientes a sus proyectos políticos y a los económicos de los grupos que representan. A veces los sujetos de unos y otros proyectos coinciden en las mismas personas.

 

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