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Terrorismo y narrativa de la muerte


Sustentado en una base de datos concerniente a casi un centenar de personas que participaron en actos terroristas en Francia y Bélgica, o que dejaron estos países para unirse a una “yihad global”, Olivier Roy transmite por medio de un extenso artículo publicado en The Guardian un conjunto de interesantes conclusiones. Una de las primeras a tener en cuenta es la inexistencia de un perfil estándar entre los sujetos investigados, los que en todo caso revelan características recurrentes: segunda generación; antecedentes en delitos menores; radicalización durante una estadía en prisión; conversión o “renacimiento con el Islam”; orfandad o crianza y formación en hogares disfuncionales.

Roy conmina a examinar la violencia del “terrorismo islámico” en relación a otras modalidades de violencia y radicalización contemporáneas, motivadas, entre otros aspectos, por una revuelta generacional, el rompimiento con la sociedad y el culto a la autodestrucción. El especialista resume: “el terrorismo no nace de la radicalización del Islam, sino de la islamización del radicalismo”.

El académico destaca una novedad en el terrorismo de las últimas dos décadas, que identifica a sus activistas con los anarquistas de fines del siglo XIX: una deliberada búsqueda de la muerte. Los ataques suicidas constituyen el objetivo final de los agentes que se proclaman parte del Estado Islámico. El yihadismo contemporáneo, “al menos en Occidente, el Magreb y Turquía” precisa Roy, es un movimiento juvenil arraigado en la cultura juvenil, que se edifica con independencia de la cultura y la religión de los padres. Sin embargo, no se enfrentan a sus progenitores en términos personales, sino en función de lo que representan: un degradante conformismo social, combinado con la ignorancia religiosa.

Participan de una dimensión autodestructiva que nada tiene que ver con los conflictos políticos de Medio Oriente y que carece de sentido estratégico. El nihilismo que los caracteriza hace inviable cualquier tipo de forma política organizada, incluso la ambición de un Califato. Lo que los seduce no es construcción estatal alguna, sino la pura revuelta. “La genialidad del Estado Islámico es la oferta de un marco narrativo dentro del cual los jóvenes voluntarios pueden cumplir con sus aspiraciones”. Este colectivo rebelde se compone de sujetos descomprometidos con ecosistema religioso alguno. En general no participan de actividades religiosas ni asisten regularmente a las mezquitas de su comunidad, tampoco militan en organizaciones solidarizadas con causas musulmanas o vinculadas a luchas tales como la de los palestinos. “El fervor religioso nace fuera de las estructuras comunitarias, casi repentinamente, no mucho antes de que entren en acción”.

Roy rechaza por simplista la explicación que enfatiza la deficitaria integración de los jóvenes, e ilustra sobre la cantidad de musulmanes integrados no sólo a la vida social, sino a las fuerzas policiales y militares francesas. Complejiza más el diagnóstico al indicar que son creyentes sinceros de su particular, precaria, interpretación del Islam (ninguno lee el árabe, su adoctrinamiento se nutre de la Internet). Pero no son manipulados, alerta Roy, “se radicalizan porque eligen radicalizarse, porque sólo se sienten interpelados por el extremismo”. No viajan a Siria para experimentar la realidad de una sociedad auténticamente islámica, su peregrinaje a Medio Oriente no tiene por objeto vivir allí, sino morir allí.

La repugnancia por cualquier forma de existencia social se manifiesta en el asesinato masivo y suicida, figura “desafortunadamente común y contemporánea” que no se circunscribe a la violencia materializada en nombre del Islam. Roy contabiliza sólo en Estados Unidos 50 crímenes masivos que concluyeron con el suicidio del joven que los cometió, normalmente en la institución educativa en la que cursaba sus estudios. Acusa una conexión entre estas violencias y las etiquetadas como terroristas. La diferencia, sugiere, es que Al Qaeda y el Estado Islámico aportan un guión delirante a jóvenes nihilistas afectados por delirios de grandeza.

Observaciones

El trabajo que resumo es un extracto editado de una obra más extensa de Olivier Roy, en la que expone con mayor detalle su pensamiento. Este hecho y los eventuales defectos en los que pude haber incurrido tanto en la traducción como en la interpretación de lo comunicado por el académico francés estimulan mi cautela. Estimo que efectivamente existe una anomia formidable que aniquila sentidos esperanzadores en la joven existencia de los hombres y mujeres que deciden morir matando.

Creo también que si el Estado Islámico se proyecta como la entidad más exitosa para que esa decisión criminal y suicida opere en su marco narrativo es consecuencia de una demonización rutinaria de lo islámico, que facilita la tarea dirigida a lograr que humanidades depresivas y enajenadas cometan las peores fechorías en nombre de lo que configura a su modo de ver el antagonista definitivo del sistema vigente. El guión o narrativa que da marco al impulso homicida es propiciado también por dispositivos mediáticos que exceden a los escribientes de las organizaciones extremistas, las que en todo caso se aprovechan de la debilidad y locura de unos y de la banal desaprensión de otros.

 

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