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Tecnologías y redes de manipulación


La internet y los más novedosos y portátiles dispositivos tecnológicos, en especial a través de aplicaciones y redes sociales, configuran un combo eficaz para conectar nuestros deseos, necesidades e inquietudes con innumerables alternativas susceptibles de brindarles algún tipo de satisfacción. El mencionado combo fortalece nuestra libertad para elegir la oferta más idónea, al tiempo que enriquece nuestra existencia al vincularla con posibilidades de otra forma desconocidas, ¿verdad? No, definitivamente no es así. Tristan Harris, integrante del movimiento Tiempo Bien Empleado, explica cómo buena parte de la tecnología de la que rutinariamente participamos secuestra y manipula nuestras mentes.

En promedio, cada usuario revisa su teléfono celular 150 veces al día ¿Se trata de 150 elecciones conscientes que realizamos diariamente? Harris lo explica como un impulso típicamente adictivo, que opera bajo la misma lógica que lleva al jugador incurable a descender una y otra vez la manivela de las máquinas tragamonedas. En ambos casos, se trata de mecanismos –en el caso de los celulares, las aplicaciones de mensajes de texto o de otros tipos de alertas y comunicaciones- diseñados para provocar este impulso, por el cual se ejecuta una acción con el objeto de indagar si en esa oportunidad se obtiene el premio deseado: decenas o centenares de monedas o el mensaje de texto de alguna persona determinada. Para ofrecer una contundente idea de la efectividad de los diseños promotores de “premios” variables, Harris informa que las máquinas tragamonedas “hacen más dinero en Estados Unidos que el beisbol, la cinematografía y los parques temáticos en su totalidad”. Sentenciante, agrega: “Esta es la infeliz verdad: millones de personas tienen una máquina tragamonedas en sus bolsillos”.

Aplicaciones y sitios digitales también manipulan mentes al disparar en los usuarios la incómoda sensación de estar perdiéndose de algo importante, al no revisar el correo electrónico o visitar la página o red social respectivos. La chance potencial puede consistir en el mensaje de un antiguo compañero del jardín de infantes, la invitación a una fiesta o una oportunidad sexual, pero lo relevante es que se dificultan la no concurrencia al sitio, la des-suscripción o el finalizado de sesión como consecuencia de este malestar psicológico. Harris observa algo tan preciso como elemental: siempre nos perdemos de algo más o menos importante cuando dejamos de emplear cualquier cosa, pero vivir constantemente con miedo a ser sustraído de ello no puede concebirse como una buena vida. Advierte que mucho bien harían las firmas tecnológicas si colaboraran con sus usuarios para que construyan relaciones sociales en los términos que los últimos elijan como los mejores para sus vidas, en vez de hacerlo en términos de miedo e incertidumbre sobre lo que tal vez no se esté aprovechando.

Tristan Harris alerta sobre la manipulación en la que incurren las redes sociales, con respecto a la aprobación social, asunto sumamente delicado en algunos sectores, como el de los adolescentes. Por medio de caprichosos algoritmos estas redes sugieren las personas “etiquetables” en fotos e imágenes, operación que al mismo tiempo excluye a otros y otras, habilitando discriminaciones que pueden herir autoestimas y sentidos de pertenencia. De similar forma, también es manipulada la necesidad de actuar recíprocamente con los gestos que otros sujetos nos dispensan, con un ejercicio emblemático por parte de LinkedIn. La “mayor red profesional del mundo” permanentemente crea obligaciones sociales y de reciprocidad entre sus usuarios, que ingresan al sitio para retribuir, aceptar o validar actitudes que lejos de haber emanado conscientemente de otro usuario, son regularmente sugeridas por LinkedIn, que lucra con las correspondientes visitas y permanencias.

YouTube no se paraliza a la espera de que el espectador elija el siguiente video, por el contrario notifica una cuenta regresiva que una vez concluida da lugar a una nueva proyección. Esta modalidad, para nada exclusiva del sitio web aludido, fue diseñada para conseguir un consumo indetenible, sustituyente de la voluntad humana, con el objeto de preservar una atención resignada a la transmisión no electa. Otra formulación diseñada para obtener una respuesta del usuario, más allá de su genuina disposición, concierne a los mensajes notificados en tiempo real, interruptores de la actividad que esté llevando a cabo su destinatario. Los creadores de estas aplicaciones, saben que estos mensajes cuentan con mayores posibilidades de ser contestados inmediatamente, tanto más cuando el receptor no ignora que el emisor está al tanto de su lectura (sí, esas malditas tildes del WhatsApp).

A los contratantes de los hombres y mujeres que diseñan estos dispositivos no les importan los valores, ni siquiera los deseos de sus usuarios, apuestan a sus impulsos y a las ganancias que obtienen al lograr la supresión de la conciencia responsable y la libertad. Antes de hacer nuestro próximo click, bien vale reflexionar sobre las advertencias de Harris, para decidir si formar parte de eso a lo que somos invitados es algo que verdaderamente nos gusta.

 

Una versión de este artículo fue publicado en Mi Club Tecnológico

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