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La geoeconomía del repudio al TPP


Una de las más notables paradojas de estos tiempos de convulsión del orden liberal internacional se encuentra en el fin que tuvo el Acuerdo Transpacífico (TPP). Durante años grupos de izquierda y destacadas figuras progresistas de todo el mundo militaron intensamente en su contra, denunciando sus objetivos imperialistas o afines a los intereses de las empresas multinacionales norteamericanas. Sin embargo, la proclama de defunción se lanzó desde el corazón del poder político del imperio estadounidense, por parte de un líder conservador, para muchos abiertamente fascista, para peor un magnate que hizo su riqueza con la especulación inmobiliaria.

¿Es posible, sin embargo, que Donald Trump movilice una estrategia que busca proteger y preservar las tecnologías de punta en el mercado doméstico, para potenciarlo y proyectar a posteriori un revigorizado poder económico? ¿Podemos imaginar una densidad geoeconómica en el repudio de Trump al TPP?

En primer término, cabe registrar que el proteccionismo no comienza con Trump. Marcelo Minenna contabiliza 18 meses de un comercio global que no registra crecimiento, al tiempo que la Organización Mundial del Comercio indica que el 70% de las medidas estatales comerciales monitoreadas en los años 2014-2015 son proteccionistas. La mayor parte de estas políticas son adoptadas por los países integrantes del Grupo de las 20 naciones más desarrolladas. Donald Trump emerge en un mundo que repliega de la globalización libremercadista, se adecua a él y, al menos discursivamente, lo refuerza.

La reindustrialización estadounidense posiblemente no demande planes de gobierno demasiado sofisticados, ni agresivos. En la medida que la robotización de las plantas fabriles y las informatización de todas la actividades sigan su curso, la oferta de mano de obra barata de países como la China de las últimas décadas, perderá interés. De hecho, advertido de esto, el previsor país comunista invierte cuantiosos recursos para robotizar sus fábricas y desarrollar tecnologías de automatización avanzada. Un fortalecimiento mercantilista de esta tendencia, para concentrar los progresos en el mercado doméstico estadounidense y evitar su dispersión en naciones actual o potencialmente competidoras no parece del todo desatinado.

Más difícil es conseguir que las automatizadas industrias traigan los puestos de trabajo de nuevo a la casa americana, pero menos dificultoso es eslabonarlas con servicios locales si unas y otros comparten la misma geografía nacional o estadual. El efecto positivamente indirecto en el mercado de trabajo, a partir de una reindustrialización no debe subestimarse.

El capítulo comercial del TPP (los hay también en materia laboral, medioambiental, de litigación contra estados, propiedad intelectual, entre otros), concentra especial interés en la supresión de las barreras arancelarias, pese a que los principales problemas para los intercambios de riquezas internacionales son logísticos, de gestión de procedimientos, seguridad de las comunicaciones y por déficits en infraestructuras apropiadas. Según el Foro Económico Mundial (FEM) la reducción de estos obstáculos puede incrementar el PBI global por seis, mientras que las reducciones tarifarias (actualmente bajas y excepcionales) apenas aportarían un aumento de un 0.5% a los países involucrados. Los planes de obra pública prometidos por Trump, así como las inversiones físicas previstas por el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura sintonizan con lo sugerido por el FEM.

Uno de los aspectos más polémicos del TPP pasa por su mecanismo de arbitraje y de solución de controversias, diseñado a medida de las firmas inversoras multinacionales, en desmedro de actuaciones estatales soberanas susceptibles de atentar contra sus intereses. La férrea defensa discursiva de Trump de los resortes soberanos del Estado nación es coherente con el aniquilamiento de una ingeniería que apunta a menoscabar su potencia. En adelante las firmas norteamericanas, si persiste la avanzada proteccionista, necesitarán más que nunca de la colaboración del Estado que preside Trump, que podrá probar los dotes de negociador de los que tanto alardea.

Es posible sugerir una consistencia geoeconómica en el repudio al TPP por parte del nuevo ocupante del Salón Oval. Contrario a lo que suele denunciarse, sus propuestas no se oponen al paradigma tecno económico imperante en esta era digital (cuya hiperconectividad no parece contradictoria con soluciones económicas proteccionistas, ni suple los obstáculos físicos que afectan a la economía real). Cerrada la etapa poética de las promesas de campaña, inicia la fase duramente prosaica del arte de gobierno, será este último terreno el que consagre el juicio ciudadano definitivo del primer animador de reality shows en alcanzar la Casa Blanca.

 

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