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El desequilibrio de Duterte


Jesús Dureza, entonces secretario de prensa de la ciudad filipina de Davao, conducía en dirección a su hogar al finalizar la jornada laboral. Le llamó la atención la maniobra de un taxista, que aproximó su coche para colocarse junto al del funcionario. Al abrir la ventanilla un chofer “infiltrado” le explicó que simulaba el oficio por las denuncias existentes sobre bandas delictivas que asaltaban taxistas mientras trabajaban de noche: “Quiero que me confundan como una víctima, para lidiar con ellos en persona”.

El falso taxista era el alcalde Rodrigo Roa Duterte, que como presidente de la República de Filipinas prometió hacer de su país un lugar tan seguro como la ciudad que dirigió por más de 20 años.

El extrovertido presidente filipino declaró la semana pasada, ante un grupo de importantes empresarios chinos, su decisión de separarse de los Estados Unidos. También expresó su deseo de visitar a Vladimir Putin para comunicarle: “Hay tres de nosotros contra el mundo”. Sin embargo, en una conferencia de prensa en Davao después de su paso por China, Duterte aclaró que sus declaraciones no deben interpretarse como un rompimiento de relaciones con Washington. Casi al mismo tiempo, la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores chino rechazó concepciones de ganador perdedor propias de los tiempos de la Guerra Fría. Es posible que altos funcionarios chinos hayan hecho llegar a Manila su preferencia por pronunciamientos menos tajantes.

En cualquier caso, las relaciones con la potencia norteamericana se mantendrán pero sin la impronta que caracterizó los tiempos anteriores. Wang Yusheng, Director Ejecutivo de la Fundación China para Estudios Internacionales, califica a Duterte como un patriota que prioriza el interés nacional filipino y que se niega a ser un títere manipulado por Estados Unidos en su disputa contra China. El especialista mencionado espera que las especulaciones de un golpe de Estado contra Duterte y sobre hipotéticos plantes para asesinarlo promovidos por la gran potencia del Norte, no sean más que simples rumores: “porque nadie creería que fuesen tan tontos como para idear semejante plan”.

Hay quienes explican el antiamericanismo de Duterte a partir de un extraño episodio que involucró a un ciudadano norteamericano que hizo estallar accidentalmente un explosivo en la habitación del hotel de Davao en el que se hospedaba. Michael Meiring, supuesto buscador de tesoros, fue inmediatamente hospitalizado, pero no pudo ser interrogado por la policía local como consecuencia de un operativo en el que habrían participado agentes de inteligencia norteamericanos, que lo sustrajeron del establecimiento sanitario, para luego transportarlo a su país. Fue en el año 2002, en el que hubo otros atentados con explosivos que hicieron más sospechosa esa situación, interpretada por algunos como una excusa desestabilizadora para justificar una mayor presencia estadounidense en la región. Para Duterte fue un agravio personal contra su autoridad como alcalde de Davao.

La mayor preocupación de la Casa Blanca es que Filipinas, tal como habría sugerido Duterte, resigne sus derechos sobre el el atolón de Scarborough en la disputa territorial que mantiene con China, lo que alentaría a Beijing a completar un triángulo de control que podría asegurarle el dominio marítimo, e inclusive aéreo si impone una zona defensiva en tal sentido, del Mar del Sur de China. Para completar el triángulo, a las islas artificiales construidas en los archipiélagos de las islas Spratly y de las islas de Paracel, tan sólo falta una edificación similar en Scarborough. No en vano, según fuentes consultadas por el New York Times, Obama advirtió a Xi Jinping que no avance sobre el aludido atolón. Lo hizo en mayo de este año, cuando Filipinas era un seguro aliado de su patria.

¿Habrá obtenido Duterte verdaderamente 24 mil millones de dólares en créditos blandos e inversiones chinas? ¿es suficiente el incentivo económico –en el caso que efectivamente se materialice- para convencer de un realineamiento a los altos mandos militares y a una dirigencia política autóctona, acostumbrados a converger con los intereses estadounidenses?

A los apoyos regulares de Laos y Camboya la República Popular China adicionó, crecientemente a partir del golpe de estado de 2014, el de la Junta militar gobernante en Tailandia (son emblemáticas las deportaciones de 100 musulmanes uigures a China y la expulsión del activista hongkonés Joshua Wong). El nuevo integrante de este combinado era hasta hace poco el menos pensado, en especial luego del fallo favorable de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya obtenido por Filipinas contra China.

Greg Raymond, experto del Centro de Estudios Estratégicos y de Defensa de la Universidad Nacional de Australia, propone otra lectura: a la conocida división entre una Asia económica con eje en China y una Asia securitaria con eje en Estados Unidos hay que incorporar una perturbación de las relaciones políticas en el segundo eje, que no buscan anularlo, tan sólo actualizarlo, sin que ello apunte a consagrar una hegemonía del Reino del Medio o de su contradictor americano.

El presidente Duterte es el exponente más ruidoso de una pícara estrategia desequilibrante de las relaciones, metas y objetivos perseguidos por los poderes mayores, que busca maximizar los márgenes de acción de los países normalmente concebidos como actores menores en el tablero que define las grandes contiendas geopolíticas.

 

Una versión de este artículo fue publicada por el Instituto de Investigaciones de Políticas y Proyectos Públicos del Círculo de Ministros, Secretarios y Subsecretarios del Poder Ejecutivo Nacional (ICIMISS).

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